viernes. 29.03.2024
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Bernardo Atxaga. Nacho Goberna © 2014

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma RodríguezDice Bernardo Atxaga que los paisajes cotidianos, las calles que pisamos cada día, se acaban convirtiendo en invisibles ante nuestros ojos y que el viaje a lugares desconocidos estimula al explorador que  llevamos dentro. Esa percepción, que todos hemos tenido alguna vez, es el punto de partida de “Días de Nevada”, una novela nada convencional en la que el autor parte de lo lejano, de lo extraño, para entender sus cercanías y se convierte en observador de la vida de los otros para comprender mejor sus propios orígenes y circunstancias.

Dice Bernardo Atxaga que se movió libremente por las autopistas de este libro abierto, que fue uniendo fragmentos de memoria, de experiencia, de reflexión, de manera fluida, y que, al final, una vez depurados los materiales, eliminadas las piezas que podían interferir en el desarrollo, en el ritmo de la narración, se sintió tranquilo, sereno, como nunca antes. Una estancia de cerca de un año en Nevada, Estados Unidos, concretamente de agosto de 2007 a junio de 2008, fue el detonador de un hermosísimo recorrido literario, mezcla de géneros, de texturas y de pulsiones diversas, ante el que los lectores asumimos enseguida el papel de compañeros de ruta dispuestos a abrir mucho los ojos, a descubrir, a dejarnos fascinar por lo que vamos viendo a través de las ventanas del vehículo que avanza por los caminos del desierto y del bosque

-  ¿En qué medida necesitó Bernardo Atxaga escribir esta novela para tomar distancia, para ver de lejos sus propios paisajes, sus orígenes, incluso para entenderse a sí mismo?

- Esto es algo que está en nuestra cultura y en nuestra civilización. La imagen del poeta que se retira al desierto es una imagen muy antigua y también está la de los anacoretas que van al desierto y se ponen a prueba. En cualquier caso, uno necesita un espacio mental y la soledad ayuda a la introspección. Para poder pensar hay que olvidarse, desprenderse de todo lo que supone un entretenimiento. Es una tarea durísima si se toma en serio. Cuando se tienen problemas, cuando el ánimo decae, hay que ver televisión, hay que poner la radio, hay que distraerse con algo. El entretenimiento está pensado, igual que el alcohol y muchas drogas, para alcanzar una cierta estabilidad anímica. Pero si anhelamos mirar hacia dentro debemos dejar todo eso de lado. Los sitios nuevos, el desierto en este caso, obligan a repensar y si se da la circunstancia, como es mi caso, de que ya tienes 60 años y bastante experiencia a tus espaldas; si has visto morir a tus padres y a algunos amigos cercanos, entonces ese proceso es aún más intenso. Yo suelo decir que los libros que se leen sirven para darse una vuelta por la propia vida. Pues cuando escribes sucede lo mismo. En “Días de Nevada” yo me he dado una vuelta y me he encontrado cosas de todo tipo. Me he encontrado, por ejemplo, situaciones humorísticas, como un viaje que hice con mi madre por Italia, pero también me he enfrentado a la  muerte de uno de mis mejores amigos.

- Lo primitivo y lo salvaje que está en Nevada, lo podemos encontrar también en los paisajes de los bosques del territorio de Obaba, en los caseríos de los leñadores. El contacto con la naturaleza, con los animales, se da en las dos partes, y, asimismo, la violencia. En esta novela hay todo el rato una violencia soterrada. Parece que la gente la tiene asimilada y vive con ella, eso sí, en permanente alerta, bajo vigilancia. También en el País Vasco la gente se acostumbró a vivir con la violencia.

- Sí, pero las dos violencias son muy diferentes. En el País Vasco la violencia parte de una teoría sobre cómo tiene que ser el mundo vasco y actúa desde ahí. La teoría es cada vez más delirante, pero siempre hay como una posibilidad de entender o de saber por dónde viene esa violencia. En los años 80, por ejemplo, según esa teoría, un guardia civil tenía mucho más riesgo que un profesor de universidad. Pero en EEUU, concretamente en el oeste, que es lo que yo conozco, se trata de una violencia que no proviene de una teoría sobre cómo tiene que ser Estados Unidos. Hay algunos casos, como el del célebre Unabomber, pero son rarísimos. La violencia es de otra índole y es más insidiosa porque es la violencia de los monstruos: del depredador, del violador, del asesino sexual. Es una amenaza constante. Si no habías pensado en ella te sientes obligado a hacerlo, porque vas a comprar pan y a la entrada del supermercado hay una especie de galería llena de fotos de niñas desaparecidas. Y luego vas a un parque y en ese parque, junto a los columpios, hay una placa en recuerdo y como homenaje a los niños desaparecidos en ese lugar. Puedes decir que los americanos son muy aparatosos y lo exageran todo, pero cuando vives allí y ves como esos intentos de violación, el rapto y posterior asesinato de una joven, se producen en tu propia calle, frente a tu casa, entonces… De repente, lo que antes eran paneles, fotografías y avisos, ahora está ahí, delante de tus narices, y entonces ese miedo se hace presente. Nosotros lo vivimos de cerca y constatamos que concretamente el miedo a la violencia sexual es el mayor miedo de los estadounidenses.

- En ese viaje hacia el oeste, siguiendo las huellas de esos vascos que antes que tú sintieron el extrañamiento de lo lejano, destaca el personaje del boxeador Paulino Uzcudun, una figura que te permite ir hacia uno de tus temas recurrentes: las víctimas que se convierten en verdugos, los pobres que llegan a dar la mano al poder.

- Así es. El personaje de Uzcudun es uno de los que yo he perseguido durante media vida literaria. Se trata de una de esas figuras que van hacia el símbolo porque, por algún motivo, expresan mucho más que cualquier biografía particular. Uzcudun forma parte de la historia de mi padre, de la mía propia y de la demuchos vascos que nacimos en un lugar apartado, rural, pobre. El partió de ahí e hizo un recorrido vital espantoso. Yo imagino que, en esa misma época, otro vecino suyo que hubiera ido a trabajar a una fábrica, que hubiera tenido una ideología obrerista, jamás habría seguido ese trayecto, pero él es de esos hombres que el poder necesita tener y mostrar como un trofeo, uno de esos seres que se muestran encantados con la adulación. Todo es adulación hasta el momento en que pierden las fuerzas, el brillo, en que ya no valen para sostenerse sobre el ring. Entonces se sienten abandonados, engañados, y acaban mal porque no tienen una ideología para defenderse. Hay una película, “Juguetes rotos”, de Manuel Summers, que trata de esto y donde se incluye a Uzcudun, pero, en mi opinión, el personaje no está bien visto.

- Lo de la necesidad de tener una ideología resulta muy interesante.

- Sí. Es esencial. Lo que le pasó a Uzcudun no le sucedió a Cassius Clay, a Muhammad Ali, que procedía de una familia con una cierta formación. En su caso había una ideología. La diferencia, el salto entre ambos, es abismal. Uzcudun acabó siendo un fascista y, probablemente, haciendo todo tipo de barbaridades en la guerra, mientras que Muhammad Ali, que fue una especie de Dios en el mundo entero, decidió no ir aVietnam. Se trata de una persona luminosa frente a otra absolutamente oscura. Luego está el caso deUrtain, que era muy buena persona. Urtain no tenía ideología ni tampoco el espíritu malvado que podía tener Uzcudun, y acabó destruyéndose. Lo que yo cuento de Paulino Uzcudun forma parte de mi autobiografía, no lo he leído en los periódicos. He ido oyendo hablar de él toda la vida, desde los dos años. Mi padre lo conoció y en mi pueblo natal ha estado siempre muy presente. Con el tiempo tendemos a olvidarnos de las circunstancias, de las cifras… Cuando Uzcudun ganó el campeonato de Europa fueron los reyes a verle, imagínate. Y con la noticia de alguno de sus combates en América “The New York Times” llegó a vender cientos de miles de ejemplares. ¿Cómo asimila todo eso un hombre sin formación, sin ideología, que salió de su pequeño caserío? La gente habla, los profesores universitarios teorizan a veces a la contra, pero yo estoy convencido de que lo mejor que nos puede pasar es tener una ideología. Cuando recibo la noticia de que mi hija es del bloque feminista, me alegro, porque si tienes un eje firme te mantienes alrededor de él. Puedes estar equivocado, pero no pueden llevarte y traerte como si fueras un pelele. Se trata de mantenerse en la posición elegida. En los tiempos en los que la gente iba tanto a la cárcel en el País Vasco, por ejemplo, los que tenían ideología aguantaban la cárcel perfectamente, pero los que carecían de ella podían llegar a volverse locos…

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Bernardo Atxaga: “Lo mejor que nos puede pasar es tener una ideología”