sábado. 20.04.2024

- Y así es como funciona, no sigas haciendo cosas raras por los caminos, que te van a encerrar por loco.

Su amigo le acababa de solventar los enormes problemas que había estado arrastrando con un cacharro muy simple a primera vista, pero con muchas claves ocultas que había que aprender y desvelar.

Siguieron andando por la Sierra del Guadarrama en un día de suave primavera y nadie del grupo volvió sobre el tema o a hacer bromas sobre las extrañas contorsiones de Juan para obtener agua del famoso adminículo llamado “camel bag”, instrumento del demonio que, hasta su completa explicación sobre su correcto funcionamiento, le había traído por la calle de la amargura. La verdad es que Juan tampoco había hecho mucho caso de eso de la “forma de vida” acostumbrado  a las exageraciones que genera el amor por la montaña y por la naturaleza en general; entorno muy dado a hipérboles y juramentos sagrados de amor eterno.

Pasaron los meses y las salidas a la montaña se acumulaban en las suelas de las botas, ya gastadillas después de tantos años y un día, mientras Juan charlaba con un amigo de los de siempre, se sorprendió cuestionando sobre cuántos “camel bags” sería capaz de consumir su amigo en persecución de un sueño.

La pregunta era absurda, pero había llegado la noche y sin embargo, no podía deshacerse de ella: de repente, esos dos litros de la bolsa del camel bag parecían haberse consolidado como una cierta medida que indicaba muchas cosas, pero sobre todo, a Juan le daba una idea perfecta sobre la cantidad, sobre el grado de miedo que la vida daba a su amigo.

Y descubrió que, cuando sus amigos no eran capaces de gastar ni una carga de agua en pos de un sueño, lo que estaban demostrando es que la vida había conseguido inocularles el nefasto virus del miedo y ya no se veían capaces de gastar energías tras de los sueños; esos sueños que ahora rechazaban sólo por miedo.

Juan supo evaluar el miedo en los demás y siguió usando esa medida, “su” medida, para gestionar la relación con los demás y la suya propia con los retos que se iba planteando: los años pasaban y la medida requería de mejor gestión cada vez, pues era muy consciente del valor real que para él tenían esos dos litros de “esfuerzo y energía” requeridos en cada proyecto.

Seguía saliendo a la montaña en excursiones de tres llenados como máximo, tres días de actividad que le dejaban lleno y cargado de paisajes con los que seguir activo y en forma toda la semana de gimnasio y caminatas, a la espera de un nuevo esfuerzo que le demandara administrar ese capital de “cargas” con el que tenía que gestionarse su vida, sus sueños y la relación establecida entre su cuerpo y el esfuerzo de vivir.

Poco a poco, sus amigos se declararon incapaces de gastar ni una sola carga de sus bolsas, pero Juan seguía empeñado en no tenerle miedo a la vida y gestionaba sus reposiciones con toda la calma y la sabiduría de la que era capaz. Sabía que perdería la guerra, pero no estaba dispuesto a entregar ni una sola batalla sin luchar hasta la última gota de su provisión de agua.

Sin que nadie supiera muy bien la razón, allí donde fuera Juan, su mochila y su camel bag iban con él y más concretamente, sobre él: era su forma de recordarse a sí mismo que estaba en guerra y que cada día era una batalla que le debía ganar a esa vida empeñada en darle miedo, en paralizarle y dejarle inerme e indefenso arrumbado en el sofá.

Y un día, después de muchos años, Juan supo que había llegado el día y se preparó tranquilo: limpió bien su mochila , sacó toda el agua que quedaba en su camel bag y se dispuso a iniciar un camino nuevo por paisajes desconocidos de los que aprender tanto como había aprendido en sus queridos valles y montañas de aquí.

Entró en el valle oscuro con los ojos muy abiertos, el alma limpia y un camel bag dispuesto a llenarse de nuevas energías y medir, con él, su nueva realidad.

“SU” medida del mundo