lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | En “Daniela Astor y la caja negra” Marta Sanz descorre las cortinas de la Transición y nos lleva a un tiempo, en apariencia superado, de musas del destape; algunas de las cuales fueron “Evas de derecha”, y de crónicas rosa, a las que se acercaban desde la fascinación adolescentes que para nada querían parecerse a sus madres. Nombres atrapados en el papel couché -Amparo Muñoz, María José Cantudo, Susana Estrada, Marisol, Bárbara Rey...- asoman en una novela que ahonda en los roles y estereotipos de la mujer, en la representación de su imagen e ideales a partir del lenguaje, de la mirada masculina, en la construcción y deconstrucción de sus mitos.
A través de una lograda mezcla de tonos, de texturas y de géneros, la autora de títulos como “La lección de anatomía”, “Lenguas muertas”, “Los mejores tiempos” o “Animales domésticos” logra en esta ocasión fijar el retrato de una España que empezaba a sacudirse los vetos, las reprobaciones del franquismo, y se acercaba al sexo, al deseo, desde la culpa; aún muy pegadas a la piel colectiva las sensaciones de lo prohibido, lo clandestino, lo oculto. Una España de películas obscenas y morbo que, pese al ambiente de frivolidad y ligereza recién estrenado, seguía marcada en su sustrato más profundo por una pesada carga de sometimiento y de miedo.
Ficción, crónica, experimentación y referencias documentales se dan la mano en un relato sugerente, original y revelador, en el que lo personal y lo público se contraponen; en el que se da entrada a personajes reales, caso del novelista y amigo Rafael Reig, que mantiene una cita con Amparo Muñoz, “diosa inmortal”, pese a los sucesivos desgastes y heridas de un recorrido tormentoso. Pero en “Daniela Astor” el alma la ponen las dos protagonistas, Catalina y Angélica. Dos imaginativas niñas de 12 años que juegan a ser mayores, empiezan a percibir a las adultas que llevan dentro y se defienden de sus fragilidades en el mundo paralelo de “la leonera” -cuarto de aventuras y escondites- hasta que la realidad las sorprende con sus imprevistos, con esos cambios que suceden “por debajo, en la zona que no se ve”, en esa capa de extrañeza que de repente lo impregna todo en la vida. “Empiezo a comprender la soledad: es una bola de vacío en el estómago y una búsqueda. Una especie de investigación”, reflexiona Catalina, Daniela Astor en la intimidad, para los lectores.
- ¿Hasta qué punto esta novela responde a una necesidad de reconstruir, de releer el pasado reciente?
- Creo que hay razones suficientes para realizar un ejercicio de este tipo, sí. En mi caso hay un motivo político y un motivo personal. El primero tiene que ver con lo que está pasando ahora, en este presente que parece una cortina de humo para hacernos olvidar muchos derechos adquiridos; la novela, concretamente, trata de los derechos de la mujer. El segundo responde a la sensación de que la tecnología, las referencias culturales, nuestra manera de consumir la cultura, nuestras fuentes de información, están experimentando un cambio tan vertiginoso que yo me siento una mujer del siglo pasado. Es como si estuviese, como si estuviésemos, envejeciendo antes de tiempo.
- El aborto, las primeras mujeres que decidieron abortar en España fuera de la ley, es uno de los temas más potentes de la novela. Su tratamiento resulta estremecedor. Ahora vivimos una etapa de absoluta regresión. ¿Fuiste consciente de esto en el proceso de la escritura?
- Estaba trabajando en la novela, analizando la mirada de los hombres sobre tantas actrices que hemos tomado como modelos, intentando reconstruir una historia sentimental de la Transición a través de las vivencias de quienes éramos niñas en ese momento, cuando se planteó el recrudecimiento de la actual ley del aborto con los cambios que quiere introducir Alberto Ruiz-Gallardón. Y eso influyó mucho en la parte final. A partir de ahí empecé a rescatar esa mirada tan sórdida sobre el aborto, asociada durante tanto tiempo a lo sucio, incluso a la brujería. La novela trata el caso de una mujer que decide abortar porque sí, porque ya tiene una hija y no desea tener más. La suya no es una situación límite, no existe la tan requerida justificación. Y eso es algo que sigue chocando, que plantea un dilema moral incluso a personas progresistas. Hay casos que todavía no se pueden asumir…
Seguir leyendo la entrevista en la revista cultural lecturassumergidas.com…