sábado. 20.04.2024
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Placa conmemorativa. Memoria de Madrid.

(Capítulos 49)

49.- JAIME MARQUET, TRABAJADOR INCANSABLE Y URBANISTA DE ARANJUEZ

Aprovecharé el momento para hablaros un poco del arquitecto que diseñó y dirigió las obras de la Casa de Correos. No es que fuera un arquitecto mejor que otros de su época, al menos si tomamos en cuenta que es mucho menos conocido que muchos de los que os he ido nombrando a lo largo del recorrido. Sin embargo, cuanto he leído sobre él, me ha permitido acercarme a un hombre que trabajó incansablemente a lo largo de su vida y que no desdeñó ocuparse de tareas que otros arquitectos hubieran considerado menores e incluso desdeñado.

Jaime Marquet nació en París, en 1710, donde se formó y se integra en las corrientes de la nueva arquitectura francesa. El Duque de Alba, en 1752, regresa de su embajada en Francia acompañado por Marquet, quien se incorpora a sueldo de la Casa Real, pasando a vivir en la calle de Alcalá con su mujer y sus hijos.

Marquet se encarga, durante siete años, de la conservación y embellecimiento del Buen Retiro y de diversas obras en San Ildefonso. A partir de 1758 comienza a ligar su actividad al Real Sitio de Aranjuez, donde viaja con frecuencia, de forma que en 1760, cuando enferma Santiago Bonavía, le sustituye como Director de las Obras de Aranjuez. Así, mientras Sachetti, Sabatini o el propio Ventura Rodríguez, acaparan los grandes proyectos de edificios singulares en la capital, Marquet podrá dar rienda suelta a sus ideas de un urbanismo de conjunto, sin por ello descuidar otros encargos, como el del Palacio de Verano del Duque de Alba en Piedrahita (Avila), o el de la propia Casa de Correos.

En Aranjuez se encarga de todas las obras realizadas a lo largo de la década. Las obras de urbanización son las primeras. Alinear calles como las del Príncipe e Infantas, derribar casas como la de Gobernación, o los pórticos de la Plaza de Abastos. Delimitar el trazado de las manzanas o supervisar las obras de viviendas como las de la Casa del Rey o la del Gallego.

Estas actuaciones hubieran supuesto tarea más que suficiente para el arquitecto que, sin embargo, se entrega a actividades como la realización de las cocheras, caballerizas y habitaciones de la servidumbre de la reina Isabel de Farnesio, madre de Carlos III, reformando de paso las Caballerizas del Rey, sin olvidarse de planificar el Matadero, la Pescadería, la Carnicería, Tocinería, Aceitería y hasta el Bodegón Taberna.

Diseña la fuente de la Plaza de Abastos y la cárcel. Remodela servicios como las cocinas, el Cuartel de la Guardia de Corps o el Arsenal. Emprende reparaciones en jardines, tejados, fuentes. Amplía la Casa de Caballeros, construye la Casa de Correos y el Cuartel de la Guardia Española. Edifica de nuevo la Hospedería franciscana y entra en Palacio reordenando cuartos, jardines, parterres y cenadores.

No le basta con el tejido urbano y se adentra en el ámbito rural de los alrededores, proyectando los molinos y la Venta de Aceca, la Casa de Mulas, el Arca de Agua o el Mirador del Caz, así como la Casa de Vacas que, además de los servicios propios de una “fábrica de leche y derivados”, con vacas suizas y del país, contaría con dependencias para la familia real, en las que no faltan un pequeño teatro y una capilla.

En Sotomayor aborda la construcción de las Caballerizas para los caballos napolitanos. En Villamayor construye un Oratorio y una Casa de Guardas. Puentes, capillas, graneros, cementerios, iglesias y hasta gallineros o una lechería de búfalas. Hasta los cercados de las granjas eran cuidadosamente pensados por Marquet. Diez años entre Aranjuez, Piedrahita y Madrid, que hubieran bastado para llenar toda una larga vida de trabajo.

En 1767, había iniciado la construcción del teatro de Aranjuez. La fuerza del Siglo de Oro y el gusto por el teatro de Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca, idóneo para el corral de comedias, en el que el Rey, los nobles, caballeros y el pueblo se daban cita en un mismo espacio físico, deja paso al refinamiento de la escenografía que acompaña a la ópera italiana, cuyas compañías se mueven entre un complejo entramado de poleas, decorados, máquinas giratorias, pintores y tramoyistas. El teatro sustituye al corral de comedias, pero durante buena parte del siglo XVIII, España carece de edificaciones dignas de tal nombre, por más que algunos corrales sean remodelados para asumir tal función.

Será una vez más Carlos III, poco amante sin embargo del teatro, el que encargue a Marquet esa primera experiencia de construcción de un teatro, en Aranjuez. Tan del gusto real debió de ser el resultado que, en 1770, Jaime Marquet abandona Aranjuez para acometer las obras del nuevo Coliseo Teatral del Prado, al tiempo que inicia el proyecto del Coliseo de El Escorial.

Recogiendo los planteamientos de construcción del teatro italiano del momento, pero recuperando modelos renacentistas y barrocos y sin olvidar su origen francés, crea espacios escénicos interiores marcados por la arquitectura y separados de la sala para los espectadores, la cual está precedida por una amplio vestíbulo. En el exterior, los edificios se integran perfectamente, sin detrimento de su identidad propia, en la trama urbana que configura el Real Sito en el que se ubican.

Además de estos tres teatros, Marquet proyecta las Casas de Postas de El Escorial y de Galapagar, así como otras obras menores.

Desde 1778, el arquitecto, agotado, parece haberse tomado un merecido descanso, que se prolonga hasta su fallecimiento, que se produce en su casa de la calle de Alcalá en 1782.

Despierta un atractivo indudable el trabajo poco conocido de este hombre, que en el momento de la muerte, pidió ser sepultado en su parroquia, con hábito franciscano y reclamando un entierro “con la mayor moderación, decencia, sin gastos ni aparatos”, y que tiene toda la pinta del profesional honesto, que justifica con creces el sueldo que cobra.

Larga digresión, tal vez injustificada. Pero a veces la cabeza se permite viajes, la pluma la acompaña y, cuando quieres recordar estás en Aranjuez. El Sitio lo merecía.

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