viernes. 29.03.2024

José Manuel de Tena Tena nació en Benquerencia de la Serena (Badajoz) el 21 de diciembre de 1951, musicalmente lo hizo en el barrio madrileño de Lavapiés y murió y resucitó muchas veces, saliendo a flote a bordo de letras y notas comprometidas con sus experiencias vividas.

Caminar, querer ser mar, tocar madera, tener una moto estropeada, estar loco por verte… poseerlo todo y no tener nada, que te pregunten ¿qué te pasa?, y no saber bien qué contestar. Deseos, sueños e ilusiones truncadas hace cuatro años cuando el cáncer acabó con la vida de quien era uno de los grandes músicos españoles de los últimos cincuenta años.

Sus letras eran sencillas peticiones para seguir existiendo de la mejor manera posible: llévame, libre y salvaje, hasta el mar, en cuya orilla es más fácil soñar, igual que mirando las estrellas; búrlate de los arcángeles del miedo, sálvame de la asesina rutina. Quiso ser feliz y también cambiar el mundo, sin alcanzar siquiera a modificar alterativamente el suyo; intentó poner lo de arriba abajo, que no existiese la palabra “nunca”, quiso que no sobreviviera el desengaño y volver a empezar haciéndole trampas a la muerte. A veces quería que nunca se acabara la noche y hasta se empeñó en ser mar logrando ser simplemente espuma.

Manolo Tena, un duro soñador que vivió a su manera. Un artista de la música que empezó subiendo al escenario los particulares conciertos teatrales de su primer grupo, Cucharada. Unas actuaciones rompedoras y creativas llenas de “social peligrosidad” en las que denunciaban la sociedad del momento. Un grupo de teatro-rock que tuvo el privilegio de ejercer de telonero de Chuck Berry en 1981.

Después gritó Alarma!!! en “una vida más rumbo a qué más da” en la que estaba “perdido en las calles que prohíben soñar”, apostándole eternamente doble contra sencillo frente a lo desconocido. El sueño de este grupo terminó, tal vez disparo (…). Tena tal vez fue un verso que estaba equivocado, que sentía su vida llena y su alma vacía, convirtiéndose en un juguete de la desilusión que, pese a estar ardiendo, sentía frío.

No fue un héroe ni tampoco un villano, “La he cagado, pero también he hecho otras cosas”, en una vida que estuvo llena de socavones. Hace tres años, el ayuntamiento de la capital le dedicó una placa conmemorativa en el barrio que le vio crecer. Manolo Tena era un tipo “insólito” al que mucha gente veía “tan raro”, con su “sangre española” mezclada con su “pasión gitana”; era algo supersticioso y le gustaba “tocar madera”, tenía “fuego en la piel” y aseguraba que él y su música eran “demasiado heavies para los modernos y demasiado modernos para los heavies”.

Entre sus “curiosidades”: escribió y publicó dos libros, Canciones y Ludopoesía; participó en un capítulo de la serie de TVE “Turno de oficio”; estuvo nominado a los premios Goya por la música original de la película de Manuel Gómez Pereira “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?” (1993), y su canción “Siempre y nunca” fue parte de la campaña de Amnistía Internacional Vidas silenciadas, contra los homicidios políticos y las desapariciones forzosas.

Pensaba que el viento traía mentiras, a pesar de componerle sus mejores versos; que los jueves eran para dios y que conocía a un limpiabotas que quería ser torero. Entre todo ello, estuvo perdido, enganchado y desconectado, por lo que a veces se aprovecharon de él, pero nunca desistió y siguió luchando.

Compositor de éxitos de otras, intérprete de sus propias letras, palabras de fondo para combatir el mundo. Pese a que todo se le volvieron dudas, siguió la música hasta el horizonte donde le encontró la muerte el 4 de abril de 2016 en Madrid. Fue “absurdo y esencial, antes y después del bien y el mal. Siempre y nunca, una vez y otra vez”. Como decía su profesor de literatura, sus canciones estaban llenas de experiencia y escepticismo. Pudo ser demasiado joven para comprender, o demasiado viejo para tener fe… pero siempre estuvo preparado para el rock & roll. Seguía teniendo sentido del humor y haciendo caricaturas de la realidad. Como le confesó a Abellán en una entrevista de 2015: “No conozco a nadie que sea tonto de remate y porque se drogue se vuelva inteligentísimo”.

Su carrera musical como compositor e intérprete finaliza con su trabajo Casualidades, disco en el que destaca “Opiniones de un payaso”, cuya letra parece una parte de su propia autobiografía, la “de un concertista tan desconcertado que escribe sus canciones en papel mojado”.

Pese a que de pequeño le decían que cómo iba a ser cantante con esa boca llena de sopas, logró narrar con su voz como pocos, comunicando consuelo y desgarro, desesperanza e ilusiones a partes iguales. Un músico poeta, o un poeta músico, que dibujaba con las palabras.

Un superviviente, tal como llevaba tatuado en su brazo, que siempre luchó por vivir y no morir. En estos tiempos de virus y aislamiento es más que oportuno y necesario repasar su música para que nada nos sepa mal, para tener sueños de papel, para encontrar la vida, ser ola en el mar y pensar el mundo en una caracola.

Manolo Tena, el mundo en una caracola