viernes. 29.03.2024
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Mahmoud Darwix © darwishfoundation.org

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | Sabemos lo difícil que resulta atrapar las luces, las verdades, de la Historia porque normalmente la Historia que nos llega ha sido escrita por los poderosos, por los más fuertes. Somos conscientes de nuestra ceguera ante determinados acontecimientos y del modo en que aceptamos las lecturas que nos venden los grandes medios esparcidos por el mundo. Reconocemos nuestras limitaciones, nuestros errores, nuestra incapacidad para abarcar todas las interpretaciones, todas las preguntas, todas las incógnitas. Y, sin embargo, añoramos saber, entender, hacer añicos los estereotipos, manejar el lenguaje de la duda, del equilibrio, de la equidistancia.

Sobre todo esto he reflexionado a raíz de mi descubrimiento de Mahmud Darwix (1941-2008), deslumbrante poeta palestino al que he llegado por un azar que no ha sido tal, un azar impulsado por el ritmo de los acontecimientos, de las circunstancias del presente. Las recientes y terribles matanzas en Gaza me llevaron a él en busca de respuestas, porque no me bastaban las crónicas periodísticas ni las imágenes televisivas, porque ante la barbarie no quería permanecer inmune, ni mirar hacia otra parte, ni creer discursos escuchados una y otra vez, hipócritas discursos en nombre de intereses cada vez más al descubierto. Necesitaba saber y necesitaba ese horizonte, esa perspectiva, esa significación honda, esa cercanía y complicidad que sólo puede proporcionarnos la literatura.

Con ese ánimo, con esa sed, abrí las sobrecogedoras páginas de “En presencia de la ausencia”, una autobiografía poética publicada en España por la  editorial Pre-Textos que no se parece a nada de lo que he leído hasta ahora, una obra que, a través de las vivencias de su autor, me llevaba no sólo a comprender los sentimientos, el dolor, de un pueblo humillado, sino que me acercaba a una voz única, de sublimes registros, a uno de esos idiomas propios que parecen renovarlo todo y que nos alcanzan como la primera lluvia que cae sobre la hierba en los campos y es capaz de limpiarnos la mirada y el corazón.

Porque basta ya de silencios, porque el drama de los palestinos no puede esquinarse nunca más en las páginas de los periódicos, porque no podemos seguir siendo meros espectadores del horror, debemos leer a Mahmud Darwix, seguir sus particulares charlas consigo mismo, sus cadencias, esa grandiosa obra que se alza como un símbolo de lucha y de resistencia, como una manera de afirmación allí donde se niega la existencia de un lugar, de un país, de una tierra usurpada. Darwix habla de “un verso para el lugar perdido, otro para el tiempo perdido” y nos dice que “la memoria cuenta con suficientes cosméticos para que el lugar se aferre a su sitio, y disponer los árboles a capricho”. “Y no porque el lugar esté en nosotros por más que nosotros no estemos en él”, prosigue, “sino porque la esperanza es, a modo de compensación, la fuerza indómita del débil”.

¿Quién es este hombre que ha logrado reconstruir las ruinas de su pueblo con las palabras y que ha conseguido que el olvido no tape los paisajes de su infancia, que los recuerdos de sus padres y abuelos no fueran borrados de la faz de la tierra de un plumazo? Un enriquecedor prólogo del también poeta Jorge Gimeno nos pone en antecedentes. Darwix nació en Birwa en 1941, uno de los pueblos -en total fueron 531- que las milicias sionistas dinamitaron y arrasaron en 1948, cuando se produjo lo que en árabe se denomina “al-Nakba” (el “Desastre”), paso previo a la creación del Estado de Israel. Con siete años, ese niño, que después sería uno de los grandes poetas de las letras árabes, vivió la destrucción y el éxodo de su familia y de miles de palestinos que fueron arrancados de sus raíces. La geografía natal, esos paisajes situados en las colinas que separan el Mediterráneo de la Galilea interior, con su vegetación particular, con sus olores y sonidos, nunca llegarían a ser recuperados por quienes se fueron. Allí se construyeron otros asentamientos, que hoy en los mapas tienen nombres diferentes, pero sobreviven tal cual fueron en poemas y composiciones que recobran las calles, las voces y el canto de una cotidianidad, de un pasado al que aún no habían llegado los tanques.

Con una o dos matanzas, el nombre del país, de nuestro país, pasó a ser otro”, recoge Gimeno las palabras del autor de obras como “Estado de sitio” o “El fénix mortal”, ese niño que huyó a Líbano con su familia, una familia cuyos miembros, al regresar un año después, fueron considerados “infiltrados” por el Estado de Israel, “físicamente presentes, pero legalmente ausentes en lo tocante a sus bienes raíces”. Son esos dos términos, presencia y ausencia, esenciales en el germen del proyecto literario, de la indagación poética de Darwix, porque es la poesía con su belleza la que denuncia, la que muestra las heridas y escribe sobre ellas a la manera de un tatuaje destinado a permanecer por encima de las peripecias personales, del paso del tiempo.

El dolor de esas experiencias primeras llena las páginas iniciales de un libro que precisamente se titula con esas dos palabras clave, “En presencia de la ausencia”. Un libro prodigioso que brota de las circunstancias individuales y las trasciende, convirtiéndose en un testimonio de la usurpación, de la violencia, de la orfandad. “Te despiertan de tu edad y te dicen: Hazte mayor ahora mismo, con nosotros, de la edad o de la tribu. Corre con nosotros, que no te coma el lobo. No hay tiempo de despedirse de nada caliente. Lo que te queda por dormir, déjalo junto a la ventana abierta, que te alcance cuando despierte con el azul del amanecer. Los sueños salen al camino de los soñadores, qué otra cosa puede hacer el soñador sino recordar / Sal con nosotros a esta noche inmisericorde. Ya aprenderás a ordenar los luceros en la alacena de la memoria, a restituir lo perdido a fuerza de nombrarlo, así te desquitarás. Pero no mires a las estrellas ahora, no sea que te rapten y te pierdas. Agárrate al vestido de tu madre… él te guía por la tierra que corre descalza bajo los pies, y no llores como tu hermano recién nacido, no sea que el llanto ponga a los soldados sobre aviso”. Así, de esta manera, narra Mahmud Darwix la huida de Palestina. El texto es tan impactante que cuesta encontrar adjetivos capaces de apresar las emociones que despierta.

“¿Quién contará nuestra historia? La nuestra, la de los que escapamos a través de esta noche…”

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Mahmud Darwix, la voz y el aullido de Palestina