viernes. 29.03.2024
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Alberto López Crespo

Contra las memorias, la realidad: el pasado como algo de lo que no sentirse orgulloso o como algo comprensible sobre lo que indagar respecto de lo que de él permanece en nosotros

El historiador Ángel Luis López Villaverde publicó el año pasado El ventanuco. Tras las huellas de un maestro republicano (Almud, 2018). Y yo, antes de leer el libro escribí lo que quería leer en él:

Contra las memorias, la realidad: el pasado como algo de lo que no sentirse orgulloso o como algo comprensible sobre lo que indagar respecto de lo que de él permanece en nosotros.

O contra las memorias, la MEMORIA CULTURAL, la introspección que se niega a redimir nada, que se alza para conservar lo que sabemos que causó el pasado y para comprender sus consecuencias.

Ahora voy a escribir lo que sí he leído, finalmente, en El ventanuco. Tras las huellas de un maestro republicano.

“No hay mejor novela que la Historia”, dice Luis Arroyo Zapatero en el prólogo de esta obra singular, como acaba el mismo conminándonos a “mantener a toda costa el entendimiento y el consenso sobre las cuestiones básicas de la vida social y política”, porque esa es la “única garantía” de mantener controladas las acechantes pasiones que se vieron desbordadas cuando los golpistas del 36 apagaron la luz.

Ventanuco-Almagro

Una biografía que es mucho más que una biografía

Plaza Mayor, Plaza de la Constitución, Plaza de la República, Plaza de España, Plaza Mayor. El tiempo, el cambio: la historia escrita por los historiadores. La Historia. La principal plaza de la ciudad manchega de Almagro es un magnífico ejemplo de cómo la sociedad civil sufre la historia. Los nombres de los lugares.

El protagonista de El ventanuco es el temperamental y muy sincero abuelo paterno del autor, el maestro que fuera el primer alcalde republicano de Almagro y que formó parte hasta octubre de 1936 del consistorio que en febrero de aquel año compuso el Frente Popular en aquella localidad, como miembro que era del partido azañista Izquierda Republicana (desde 1935, y su presidente en Almagro cuando se acordara la coalición frentepopulista). Detenido por los rebeldes golpistas, ya franquistas, en abril de 1939, pocos meses después cayó sobre él una pena de muerte y pasó a estar preso cerca de aquella Plaza de España, hoy Mayor, antes de la República, en el edificio cuyo ventanuco daba a dicho foro. El protagonista de El ventanuco es Don Alberto. Gervasio Alberto López Crespo, nacido en la conquense Villaconejos de Trabaque cuando reinaba la viuda de Alfonso XII. Muerto en Almagro el 25 de octubre de 1939, cuando ya Francisco Franco gobernaba dictatorialmente toda España tras ganar la Guerra Civil que los suyos habían provocado. Este libro es su historia. Nunca mejor dicho. Su historia y mucho más, porque en los libros de Historia, en los auténticos, nunca sólo se cuenta una historia. Nunca.

Como maestro republicano, Don Alberto, con “un corazón tan grande como su orgullo”, encarnaba doblemente el mal que asustaba y era odiado, que producía miedo y odio a aquellos enemigos de la revolución pero también, y primero, enemigos de las ideas liberales de quienes pretendían extender entre los menos favorecidos las bendiciones de la cultura. Don Alberto era un traidor para quienes habían ganado la guerra. Tendría que haber estado de su lado. La justicia al revés del Nuevo Estado le había castigado a morir el 13 de junio de aquel año 39. La causa: “adhesión a la rebelión”. La realidad: no haberse rebelado junto a ellos. Eso mismo les ocurrió a miles de españoles que escogieron no secundar a los rebeldes anticasitodo, a aquellos que prefirieron no secundar a los que creían que el orden era vivir constreñidos a las ideas de quienes consideraban que la libertad y la igualdad y la justicia no podían traer nada bueno.

Muerto en Almagro el 25 de octubre de 1939 he escrito más arriba. Muerto por descarga de fusilería. A Don Alberto la vida no le perdonó la vida, no le ocurrió como a mi abuelo Francisco Martínez Salas, que sí sobrevivió a la pena de muerte y a veces sale en una de mis novelas inéditas.

ventanucoallopezvillaverdeUn libro de Historia

En El ventanuco vemos soñar al abuelo del autor, ya desde los años en que el caciquismo del régimen de la Restauración imperaba en la Castilla manchega (en Almagro, por supuesto), con un mundo redimido por el conocimiento desplegado a los ojos de todos. Le vemos también enamorar y enamorarse de Carmen Condés. Entendemos cuanto pasa porque su nieto nos lo cuenta con la herramienta de la literatura en su doble vertiente, la del mero artificio y la que hace distinguible a este libro sencillamente sencillo desde su complejidad de obra del arte historiográfico. Recorremos los años vitales de Gervasio Alberto López Crespo, los 47 años en los que aquel hombre pisó el sendero de la historia de los españoles con el caminar de los hombres de aquellos tiempos. Con el caminar de algunos hombres de aquellos tiempos. Con su propio caminar, no muy distinto del de otros y muy diferente al de otros muchos. Con su propio caminar, el de alguien a quien la muerte en una guerra civil le llevó hasta las páginas en las que su nieto Ángel Luis le devuelve un instante de eternidad, el que los historiadores en ocasiones saben infundir al fosilizado tiempo de las ruinas pretéritas.

Si algo fue el protagonista del libro fue maestro. “La escuela fue su razón de vida”, y si ejerció como político y periodista e incluso sindicalista lo hizo en tanto que maestro, pues “era del Magisterio de donde emanaba su visión de la realidad social”. Don Alberto creía firmemente en lo que su nieto explica claramente en este libro: “el potente instrumento emancipador de la cultura”. Don Alberto encajaba a las mil maravillas en aquella república de maestros que se instauró en España en 1931 y que mientras sucumbía a sus declarados enemigos se llevaba por delante la vida de tantos, la de él sin ir más lejos. Un oficio mal pagado que muchos ejercieron como un sacerdocio laico. Muchos como Don Alberto, que se hizo republicano porque entendió que obrando así facilitaría su cosmovisión fundamentada en los bienes de la educación, en los bienes de la enseñanza de los saberes humanos. Y él, que era además católico, se convirtió en un maestro republicano católico, una rara avis en aquellos tiempos de encrucijada.

Republicano de última hora, quizás no antes de finales de 1930, cuando la solución republicana planeaba en el horizonte de una manera menos increíble que años antes, para Alberto López Crespo (el Gervasio tiene un uso casi sólo registral) serlo, ser republicano, era “ser señor de sí mismo”, como escribiera en enero del año 31. Alcalde-presidente de la comisión gestora que gobernó el municipio tras las elecciones de abril del 31, anuladas tras la proclamación republicana estatal, López Crespo desempeñó desde el 20 de abril interinamente la más alta magistratura política local almagreña. En su único bando municipal, alentaba con un estilo literario elegante y meritorio a participar democráticamente en las elecciones locales que se convocaron para junio de 1931, cuando, con la situación ya asentada, cesó como alcalde-presidente, el primero republicano de Almagro. Y conviene decirlo ya, este es un libro que siendo básicamente una biografía con carácter histórico, de profundidad historiográfica, quiero decir, es también un libro de Historia donde el protagonismo espacial recae en la ciudad de Almagro y es así un libro magnífico de Historia local muy útil para contextualizar localmente un amplio periodo de la historia española del siglo XX dominado por un caciquismo clásico, primero, y por otro después renovado a raíz de la llegada de la Segunda República, uno digamos de partido, que imposibilitaría que la republicanización fuera el motor de la democracia española como la entendemos hoy.

El ventanuco es un libro ilustrado, me explico, es un libro con ilustraciones, con imágenes, reproducciones fotográficas de documentos escritos y, sobre todo, y eso es muy importante, reproducciones de las personas que viven en su interior. De tal forma que la imagen nos resalta lo que el autor explicita en el texto para que así visitemos el pasado con la poderosa compañía de ese remedo de la realidad que siempre es una fotografía.

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Pregunto al autor y me respondo yo solo

Por cierto, tengo una pregunta que hacerle al autor de El ventanuco: ¿por qué no se puede justificar el golpe de Estado militar de julio de 1936 dado que ha de ser considerado como algo evitable, es decir, como algo nunca inevitable (algo sobre lo que no suele haber dudas entre los historiadores), y por qué sin embargo la respuesta al mismo, a su fracaso, esto es, la revolución social acompañada de una extremada violencia, sí puede serlo, sí puede ser justificada en tanto que inevitable?

Aunque López Villaverde me responde en el libro aduciendo (¿explicando?) que el terror rojo se debió a que “las instituciones estatales colapsaron, los obreros se armaron y llegó la oportunidad soñada para acabar con el capitalismo y saldar cuentas pasadas”, yo le planteo el asunto de otra manera: ¿por qué el movimiento obrero organizado fue incapaz de organizarse de verdad para crear una nueva realidad que eludiera el terror tras el triunfo de su revolución?

¿Fue inevitable que la respuesta al golpe de Estado fuera una violencia mal controlada? Sí, como siempre, todo son preguntas. Sobre todo, cuando queremos explicar qué queda del presente en el pasado. No sé si me explico.

Porque uno sabe muy bien qué explica el comportamiento de las retaguardias, lo que no entiende es la inevitabilidad de que al terror de los sublevados la respuesta fueran los “días de llamas” del historiador José Luis Ledesma, los días que en El ventanuco son los de aquella “violencia como práctica depurativa” que dio en ser “uno de los pilares de la subversión social”. A menos que la explicación justificativa de tal comportamiento sea algo que saben (que tal vez sepan) los sociólogos: a una acción, la respuesta de un adversario es una reacción, y la de quienes son no ya adversarios, sino enemigos, es siempre una reacción desmesurada, brutal, con pretensiones de ser definitiva. Gracias, ya me he respondido yo solo.

Lo que es seguro es que la ira popular se transformó en violencia y que, cuando la ira popular fue derrotada por quienes la habían causado, a su violencia de clase le respondió una violencia institucionalizada: la de quienes estaban decididos a evitar que se volviera a repetir no sólo un estallido de terror criminal como aquél, sino su mismísima razón de ser, es decir, el poder residual y latente de los obreros organizados. Una violencia institucionalizada que se llevó por delante la vida del protagonista de El ventanuco. A la represión organizada pero no planificada, a decir del nieto del protagonista de este libro, le siguió la de los vencedores de la guerra: una violencia planificada y organizada que quiso acabar para siempre con la mayor amenaza al orden social secular.

Una ira popular la de aquel Almagro guerracivilesco fruto de la emulación. Emulación y “concentración de oportunidades para el terror”. La represión republicana, roja, revolucionaria, en Almagro, es explicada magníficamente, lejos de los análisis habituales ideologizados, bien los justificadores de unos (los historiadores amigos), bien terriblemente terroríficos sin comprensión alguna de los historiadores enemigos. Don Alberto hablaría muy fundadamente de “la infecta retaguardia”. Una infecta retaguardia que le arrastraría a él a la muerte, como si hubiera acabado infectada por ella. Al contextualizar lo ocurrido se desbaratan esas rebajas de las responsabilidades que acaban por ser, a menudo en este tipo de libros, las pertinentes alusiones a que sin sublevación no habría habido terror rojo. Efectivamente, como en el caso del terrorismo etarra, por ejemplo, “no estaba nada escrito ni predeterminado”. Porque, en realidad, así funciona la Historia, y este es un libro de Historia. Se explican las causas de los hechos, pero se hace hincapié en que esas causas podrían haber dado lugar a otros hechos. Pero es comprensible, ojo, no justificable, que aquellos motivos depararan estos acontecimientos.

Gervasio Alberto López Crespo, víctima acusada de victimario

De la República en paz a la República en guerra. Gervasio Alberto López Crespo sufrió las dos represiones, primero la de los suyos.

“Como toda revolución, la española terminó sacrificando sus ideales en el altar del poder, tapando con el terror sus esperanzas iniciales. Pasada la primera fase de violencia, la que terminó en un reguero de sangre, empezó la segunda, más limitada en sus daños y en el número de afectados. Se desarrolló en forma de purga. El enemigo no estaba fuera, sino dentro. El caso más relevante, no el único, fue el sufrido por el Sr. López Crespo”.

Tras haber combatido en la famosa batalla del Jarama, nuestro protagonista regresó del frente, ya licenciado, en abril de 1937. Mientras estuvo ausente de Almagro había sido vilipendiado y su familia acosada por algunas de las más radicales fuerzas vivas de la localidad en armas. Tras ser denunciado hasta por los miembros de Izquierda Republicana, de la que se había dado de baja al poco de regresar a la localidad, en agosto era procesado por un delito de injurias contra el alcalde socialista Daniel García Olmo, con quien mantenía desde hacía meses un enfrentamiento debido a que él consideraba que el edil era un oportunista y no un defensor fiel de la causa republicana. Fue claramente un proceso de extorsión, típico de los que se producen en los momentos revolucionarios. Aunque no llegó a ser juzgado por el Tribunal Popular, finalmente, sufrió en enero de 1938 por parte del Frente Popular el alejamiento como maestro, de manera que hubo de trasladarse con su familia a la capital de la provincia, Ciudad Real (rebautizada como Ciudad Leal, los anarquistas la llamaron Ciudad Libre), donde conoció que su domicilio almagreño era ocupado por tropas republicanas. En Almagro, el maestro seleccionado por el Frente Popular para sustituirle… era falangista (algo que ignoraban sus adalides). No es broma. Aunque el seguimiento del horror de una guerra, erosionada en este caso por una revolución o una parodia de la misma, a veces le parezca a uno que se está contemplando eso, una broma siniestra.

En Ciudad Real, Don Alberto, que seguía militando en la UGT socialista, como venía haciéndolo desde los primeros años 30, asistió junto a su familia al desplome republicano, del que intentó huir hacia Alicante sin éxito para ver cómo entraban las tropas franquistas en aquella urbe el 29 de marzo del año 39. Se acercaba la otra represión, la definitiva. Pocos días después era detenido mientras daba clase. Los vencedores de la guerra cambiaron a los religiosos por los maestros, en esa inquina de retaguardia. Si los valores de unos simbolizaban lo peor para los revolucionarios, diríase que los sublevados se habían rebelado contra la Republica para acabar con los valores que difundían señeramente los maestros republicanos.

El ex alcalde socialista, delator a mansalva para intentar salvar su vida, fue quien puso al pie de los caballos a Alberto López Crespo. Acusado por el fiscal, que asumió la declaración falseada de García Olmo, de haber difundido una lista de falangistas almagreños, el abuelo del autor de El ventanuco fue víctima de aquella matanza fundacional del franquismo, amparada en lo que el jurista Ignacio Tébar ha denominado “Derecho penal del enemigo”. A semejante acusación, falsa, le siguieron procesalmente otras, igualmente falsas, indemostrables e indemostradas. “Juicios de valor e imputaciones genéricas”, ausencia absoluta de garantías procesales, a López Crespo le bastó con que fuera señalado por los vencedores de la cruelísima guerra para que, incapaz de hacer valer su inocencia ante la mismísima imposibilidad de esgrimir verdad alguna en semejante farsa de mera apariencia legal, la condena le arrebatara la vida.

13, junio, 1939. Culpable. Adhesión a la rebelión. Igual pena que la solicitada por el fiscal. Muerte. Sí, aquella justicia al revés. Aquel impío cúmulo de asesinatos. Alberto López Crespo sería fusilado en octubre en el cementerio de Almagro, víctima del terror azul, víctima de la prolongada represión de los vencedores de la Guerra Civil. Dictadura franquista.

Según su nieto, el maestro Don Alberto habría sufrido la misma desgracia de no haberse dado el terror rojo, en el caso de que la provincia de Ciudad Real no hubiera resistido inicialmente el golpe antirrepublicano. Aquella época, la de los fusilamientos de los primeros años de la posguerra, fue “la etapa más negra de la historia reciente de Almagro”.

Almagro, calle Maestro Alberto López

El 29 de noviembre de 1963, Luis López Condés, el primogénito de Don Alberto, logró exhumar los restos de su padre de entre los acumulados en la denigrante fosa común del cementerio de Almagro. No fue algo habitual durante la dictadura franquista. Al igual que su padre, Luis, en un contexto histórico muy distinto pero heredero del republicano, sería, entre 1987 y 1995, alcalde de Almagro. Aunque las sabias palabras de Luis López Condés, en un acto de homenaje que se le tributó en 2016, “en política hay que olvidar tiempos pasados, huir del odio y del rencor y trabajar por el bien común”; su hijo, el autor de este libro, no puede evitar recordar que la Transición consistió en “un pacto de silencio tácito, incluso de olvido, para evitar que la memoria de la guerra contaminara” la consolidación ¿definitiva? de la democracia. López Villaverde insiste en que la equidistancia sobre aquellos años posteriores a la muerte de Franco ha traído “desmemoria”. También incide en que “no hay perdón colectivo sin reparación”. Reparación es la palabra, y mientras para algunos todo esto es una vuelta a empezar, para quienes son partidarios de las tesis del historiador y autor de El ventanuco todo esto no es más que la obligación que tenemos los seres vivos de recordar el pasado para que no nos envenene.

Hoy, en Almagro, el nombre de una calle recuerda la memoria de Gervasio Alberto López Crespo. Diríase que como este libro. Pero en realidad, este libro es más que la memoria de aquel hombre: es un libro de Historia. Palabras mayores.

Recordemos ahora, para acabar, una frase con la que empecé este texto: “No hay mejor novela que la Historia”. Ángel Luis López Villaverde no es novelista, es historiador, y todo aquello sobre lo que escribe, también El ventanuco, responde a la verdad histórica, debido a algo inherente a su oficio como es el compromiso social. Considera que el pasado sobre el que ha escrito en dicho libro es presente “porque lo sigue condicionando”. Esta “investigación microhistórica” no es una novela, pese a que se recurra a técnicas narrativas similares en contadas ocasiones. No lo necesita. Dice López Villaverde haber optado por una “narración omnicomprensiva” que rehúye la amabilidad como objetivo y que reconoce su carácter de producto no definitivo. De lo que no se da cuenta mi amigo el historiador Ángel Luis López Villaverde es que al decir eso lo que está diciendo es que a lo que ha recurrido es a su oficio, a su disciplina para explicar el pasado: a la Historia.

No es la historia (el relato) que se nos cuenta aquí “una historia de héroes o de villanos, sino de víctimas”. Es un relato histórico, ceñido a la verdad histórica, construido gracias a la función social que se le supone a una disciplina del conocimiento a la que llamamos Historia, “que no es una ciencia exacta”. Cuando se ejecutaba al protagonista de El ventanuco “se asesinaba a la República que él encarnó en Almagro”.

Gracias, Ángel Luis, por ahondar en algo que me gusta defender y que tan bien has llevado a cabo en tu libro: no hay Historia sin divulgación.

Tras las huellas de un maestro republicano: López Villaverde, la memoria y la Historia