sábado. 20.04.2024
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Foto: Wikipedia

Por curiosidad, los galenos le hicieron una radiografía al esqueleto larguirucho y culturalista de Francisco Umbral y vieron que estaba profundamente esclerotizado de literatura fetén, artrítico de semántica connotativa, felizmente roto por la morfosintaxis aventurera. De eso se murió realmente el maestro, esclerótico perdido de literatura, artrítico de tropos por dentro. Amén de eso, las musas de las clínicas le cerraron el chiringuito de su cuerpo vivendi para los restos, que es lo que le duele, lo que le jode, lo que le fastidia y un etc con esplín. La muerte, como la inspiración, le pilló creando/delirando. Y por fin le arrancó de cuajo esa esquirla lunar, esa astilla lorquiana que tenía clavada en los arrabales del corazón y le producía un suero volitivo del escribir, y digo bien, porque el maestro escribía, los demás redactamos en nombre de un código. Y ese suero volitivo del escribir que le fluía y lo mantenía era su gran secreto-sostén y el beatificador de su retórica apócrifa y de las tramas ululantes del lumpen. Su presión arterial de divo olvidado en sí mismo era rumiante y circular como un verso juanramoniano y sus pulsaciones a lo Rimbaud -de chalé en Majadahonda- eran un barco borracho, amarillo Maiakovski y azul joven Werther en un océano de eclecticismo lírico. Así decidió el maestro que fuera la vida de los hombres, un reloj literaturizado cuyas horas estaban depositadas sacrificiales en una Olivetti que marcaba el tiempo, que en realidad, egoistón sentimental, era el suyo propio. Umbral estaba vampirizado por sí mismo, era omnímodo, pantocrátor dandi del discurso. De prosa galáctica, cuantitativa y cualitativamente. Lacónicamente galáctico en la columna e imperialista, intuitivo y arrollador en el ensayo. Era un mapamundi de cultura personal y de citas atinadas. Tercamente subjetivo y romántico, reflexionante y esteta, como Larra, del que lo aprehendió todo: el agua bautismal, el dolor, la sátira, el inconformismo, hasta el tiro hastiado que se pegó Fígaro, lo recogió y lo convirtió en un arco iris de fuego que transfiguraba diariamente en palabra viva y descarnada, en metáfora viviente o en vida metafórica que es lo mismo, pero sin ser igual. La escritura de Umbral es paisaje contemporáneo y collage intemporal del firmamento de las letras. En ella transpira la prosa ritmada (de ritmo) de su amado Cela y el lirismo prosístico de Virginia Woolf. En ella resucita la pujanza maldita y milagrosa, como la de Baudelaire, de la sublimidad en cada línea impresa. Y hace suyo el legado recalcitrante de Unamuno: la autorreferencialidad. Esta escritura, a medio camino entre la fisiología y el arte, enarbola como exorcismo de confusión la confesionalidad agustiniana y nerudiana. Lorquiano, larriano, ramoniano, celiano, quevedesco, valleinclanesco histriónico y desencantado, Umbral, taumaturgo intertextual, es un supremo actor estilístico y lo demuestra interpretando magistralmente la deformación grotesca de la realidad y los ácidos corrosivos de Quevedo/Valle, el conceptismo iluminante de Gracián, la anécdota dorsiana metamorfoseada en categoría, la elocución abigarrada y oscurantista de Góngora, la imaginería verbal de Gómez de la Serna, el memorialismo de Proust con capital en Madrid, los fogonazos aforísticos de Montaigne y Nietzsche; porque Umbral también es filósofo, pensador periodístico y cheli, recreador de la boutade ramoniana, de la ironía cervantina, del humor fustigador y la polémica volteriana, del lenguaje escatológico y periférico y del culto barroco y barroquista a la estética de la fealdad y el desgarro.

Sí, Umbral fue un actor estilístico de registros infinitos, de un sinnúmero de voces y poses elocutivas. Umbral es al arte de escribir lo que Marlon Brando al celuloide. Es un reflector escribiente, galvanizador y potenciador del impresionismo colorista azoriniano, del neologismo, el lenguaje castizo y la pirotecnia adjetival de Mariano de Cavia, de la chispa ingeniosa de Julio Camba y de la poesía urbana y sello epigramático del vituperado González Ruano. Así fue el periodismo/pasión de Umbral, todo entregado a raudales, envuelto en espirales manieristas con su propia lógica interna y un mogollón de personajes ágiles y nerviosos, demacrados o engordados por el estilismo, ascendiendo o descendiendo en negrita por sus columnas salomónicas de periodismo literario. Así fue su articulismo hispánico, berlanguiano de verdad amarga y risible antes del adjetivo oficial, como no puede ser de otra manera España: trágica pero a un paso de la comedia, cómica pero a un paso de la tragedia con lágrimas gordas como aceitunas con las que algunos son capaces de hacerse un zumo muy lucrativo y vendérselo como remedio a los que derraman el llanto trágico que al menor tris puede pasar a lloro infantil.

El articulismo es un género literario moderno como lo es el poema en prosa. Disociar literatura y periodismo es no entender el significado último del Homo loquens que desea perpetuarse en la escritura. La escritura es un instinto de supervivencia en clave cultural. Umbral lo tuvo muy claro. Por eso es actual como una primicia, porque es un clásico y vanguardia del articulismo. Sonetista y poeta surrealista a la par de la columna y de la crónica. Imitar su columnismo puede resultar un fiasco porque como le sucede a todos los grandes sólo él era capaz de imitarse a sí mismo sin chirrido retórico. Aunque en su momento manifestó que lo que necesitaba cualquier periódico antes que una rotativa era una ideología, con el paso de los años se percató que es preferible ser del brillo de las palabras que ser del faro de la izquierda. Encandila de un modo más decisivo el fulgor virgen de los vocablos que el resplandor manoseado de las ideas.

Aquel escritor viejo y primicial es un referente contemporáneo; Aquel malaje egocéntrico en público, tierno con María España y terriblemente tierno en Mortal y rosa, con la desgarradura definitiva que portamos todos los seres humanos, sólo hay que ponerle nombre y decirla como una quemadura serena de infierno porque no le caben las interjecciones. Mortal y rosa viene de un verso de Pedro Salinas, que se torna título y verso sin fin anudado a Umbral, su propio cordón “umbrilical” donde el amor inventa su infinito. Obra monumental del siglo XX en lengua española por la sencilla razón de que la literatura no es sino la forma lírica y adivinatoria de la verdad. Libro-Vida supremo con el espejo-Medusa ineludible de la muerte. Ese mismo que te paraliza y te petrifica. El sumo sacerdote de la crítica literaria Harold Bloom pensaba que lo que importa en la literatura al final es seguramente la idiosincrasia, el individuo, el sabor o el color de un sufrimiento humano particular. Francisco Umbral lo supo desde siempre y lo supo revelar convaleciente de melancolía recostado en el lecho de la belleza.

Maestro Umbral