viernes. 19.04.2024
Paseo_del_Prado_(Madrid)_01

CAPÍTULO 5º |

Llegamos al Paseo del Prado, junto a la verja del Jardín Botánico. Si fuera posible, daríamos un salto en el tiempo de más de cien años hasta el año 1890 en el que los trabajadores madrileños decidieron celebrar por primera vez el 1º de Mayo, siguiendo las consignas del Congreso de París de 1889.

La verdad es que eran pocos y mal avenidos los grupos de trabajadores organizados en aquel momento, que se disponían a celebrar el 1º de Mayo. Unas pocas sociedades de resistencia integradas sobre todo por albañiles y, en menor medida, por trabajadores de la madera y del hierro, la agrupación socialista, la recién creada UGT y los núcleos anarquistas.

Este primer año, son los liberales quienes ocupan el turno de gobierno. Sagasta cursa instrucciones para que la celebración se realice sin desórdenes pero en libertad. El gobernador, Aguilera, juzga conveniente publicar un bando en el que se recuerda a la población el contenido de algunos artículos de la ley de orden público y del código penal aplicable a quienes los transgredan. Por su parte el alcalde, Andrés Mellado, moviliza a todos los guardias municipales para proteger los centros oficiales y destaca quinientos a las órdenes del gobernador.

Hasta el ministro de la Guerra, Eduardo Bermúdez, y el de Marina, Juan Romero, adoptan disposiciones bélicas en prevención de incidentes. Todas estas medidas se corresponden con los temores que la convocatoria había desencadenado en los medios acomodados y en las clases altas. Medidas similares y aún más contundentes fueron adoptadas por los gobiernos de otros países europeos, que se revelaron infundadas ante el carácter pacífico que revistieron la mayoría de las manifestaciones.

En Madrid, los trabajadores afrontaban la jornada divididos. Hay que tener en cuenta que la convocatoria partía del Congreso de París que había sellado la creación de la II Internacional. En consecuencia, los anarquistas veían con recelo la convocatoria. De una parte, por su carácter político. De otra, por su vocación pacífica. Por último no veían con buenos ojos que el punto de mira se dirigiera hacia los poderes públicos, en demanda de una ley que fijara las ocho horas de jornada de trabajo.

No obstante, fueron muchos los círculos anarquistas que se sumaron a la convocatoria, conscientes de que abría un horizonte emancipador y propiciaba el avance de las movilizaciones de las organizaciones obreras. Era, en definitiva, la continuación de la huelgas del 1º de Mayo, protagonizadas por los trabajadores estadounidenses en 1886, y que habían desembocado en los terribles sucesos de Chicago. Los anarquistas habían tenido una señalada participación en aquellos acontecimientos y, partiera de quien partiera la convocatoria, no podían faltar a la misma.

Ahora bien, una cosa es acudir a la cita y otra muy distinta hacerlo a las órdenes de otros. En consecuencia, decidieron convocar una huelga que pretendía prolongarse hasta conseguir la generalización de la jornada de ocho horas y, si fuera posible, la revolución social.

Desde el campo del socialismo las cosas se veían de forma bien distinta, hasta el punto de que, conscientes de los disminuidos efectivos con que contaban las organizaciones obreras madrileñas, propusieron trasladar la jornada del 1º de Mayo al día 4, domingo.

De esta manera, Madrid vivió dos veces el 1º de Mayo en aquel año de 1890.

El día 1 de Mayo fue recibido con el cierre de numerosas obras, talleres y fábricas, aunque sin llegar a una generalización de la huelga. Las calles registraron menos tráfico que el habitual. La jornada, desde el punto de vista de la huelga registró, por tanto, un éxito parcial. Se celebró por la mañana un acto en el Teatro Rius y un nuevo mitin, más numeroso,  por la tarde, en los Jardines del Buen Retiro, convocado por los albañiles. Al finalizar, se dirigieron en manifestación hasta el Palacio de las Cortes, siendo recibidos por Alonso Martínez, Presidente de la Cámara, al cual hicieron entrega de un escrito que contenía las reivindicaciones obreras.

Por su parte, el domingo día 4, los trabajadores convocados por los socialistas se reunieron también en el Teatro Rius en un mitin al que asistieron unas 1.500 personas. A la salida del acto, se congregaron ante el Jardín Botánico unas 30.000 personas, que marcharon en manifestación silenciosa por el Prado y Recoletos, hasta la sede de la Presidencia  del Consejo de Ministros, donde fueron recibidos por el Presidente Sagasta, al que hicieron entrega de las reivindicaciones. Desde el pescante de un coche de caballos, Pablo Iglesias se dirigió a la multitud, tras lo cual la manifestación se disolvió pacíficamente.

En Barcelona, ese mismo 1º de Mayo una manifestación de unas 15.000 personas, recorrió las Ramblas, tras el mitin celebrado en el Teatro Tívoli. A lo largo de su recorrido la manifestación fue creciendo en número y a su paso por la Capitanía General se produjo una de esas anécdotas que han pasado a formar parte de la memoria histórica de la clase trabajadora, cuando el general Blanco saluda la marcha de los trabajadores por las calles barcelonesas. Al llegar al gobierno civil hicieron entrega de las peticiones, similares a las de Madrid (jornada de 8 horas, prohibición del trabajo infantil...). Bilbao, con una multitudinaria marcha  y Valencia fueron otras de las capitales en las que se celebraron manifestaciones.

Las huelgas desencadenadas con motivo del 1º de Mayo habían finalizado en Madrid en tono al día 9. En Barcelona y sobre todo en Bilbao, los conflictos anteriores o los derivados de la actitud patronal ante la celebración de la jornada, determinaron que los procesos huelguísticos se prolongaran durante semanas y hasta el verano en algunos sectores.

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El Madrid del Primero de Mayo de Francisco Javier López
(Todos los capítulos publicados).

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Paseo del Prado: hubo una vez un Primero de Mayo