jueves. 25.04.2024
'Casino de Madrid' (Spain), at 15 Calle de Alcala (street) in Centro district. Built in 1910.
Casino de Madrid.

(Capítulos 44, 45 y 46)

44.- EL CASINO DE MADRID

Frente al edificio de Banesto, en la calle de Alcalá, podéis contemplar el Casino de Madrid, que fue fundado en 1836 y que ocupó diversas sedes, entre ellas los locales de La Equitativa, hasta que, en 1903, se compra el solar sobre el que hoy se alza el edificio.

El proyecto, de 1905, es obra de Luis Esteve, quien dirigió en esos mismos años las obras de construcción del Edificio Metrópolis. De las obras del Casino se ocupaba José López Sallaberry, quien las dirige hasta su culminación en 1910.

El proyecto más valorado por la opinión pública, en el concurso convocado para la construcción del edificio, fue el del arquitecto francés Trouchet que fue, sin embargo, finalmente desestimado, por el tópico folklorista que suponía llenar las fachadas de instrumentos como panderetas y guitarras que, ya en aquellos momentos, evocaban una distorsionada imagen de España, que contrastaba con la  imagen europea que pretendía transmitir el Casino.

La fachada presenta tres niveles, con galerías de arcos de medio punto en la planta central. Esta horizontalidad se compensa con un eje vertical en el lado izquierdo del edificio, en la base del cual se ubica la puerta de acceso. Los adornos de la fachada presentan hombres y mujeres semidesnudos que cubren los arcos de la galería principal.

En el interior, destacan la gran escalera y el salón principal, que lucen adornos modernistas, pinturas y muebles de Victor Laborde. En 1915, Juan Moya realiza unas reformas que dotan de comedor a la terraza. Durante la Guerra Civil el edificio sirvió de emplazamiento para un Hospital de Sangre, rompiendo así el carácter clasista que ha caracterizado su historia.

45.- LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO

Junto al Casino, se encuentra la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que fue concebida originariamente como Palacio de Juan de Goyeneche, financiero navarro, que encargó las obras a José Benito Churriguera en 1724.

En 1773 el edificio es adquirido por la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que tenía su sede en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor. La utilidad que se le va a dar al edificio obliga a limpiar de adornos barrocos la fachada, poco acordes con los nuevos gustos clasicistas de la Academia, introduciendo algunas modificaciones.

Es curioso que, en ese momento, numerosos académicos se indignaran por el traslado de la sede desde el “céntrico” emplazamiento en la Plaza Mayor, hasta esta zona poco menos que de los “arrabales”. Se ve que eran poco conscientes del desarrollo urbanístico, que pretendía unir el centro comercial de la Puerta del Sol con los Palacios del Salón del Prado.

Las Reales Academias eran instrumentos creados por los gobernantes absolutistas, progresivamente ilustrados, para intervenir en materias a las que el poder real había prestado poca atención, dejando hacer a otras instituciones, fundamentalmente las eclesiásticas.

Si Felipe V había creado las de la Lengua y la de Historia, Fernando VI crea, en 1752, la de Bellas Artes de San Fernando, todas ellas con sede en la capital, para afianzar así el centralismo que caracteriza a la dinastía de origen francés.

No podemos entender este esfuerzo por unificar el lenguaje artístico en torno al Neoclasicismo, sin ligarlo a la Ilustración, a la difusión de la Enciclopedia Francesa, a las ideas que inspiraron, por ejemplo, la independencia de los Estados Unidos de América, al descubrimiento y excavación de las ruinas de Pompeya y Herculano, en el Reino de Nápoles, del que, no lo olvidemos, era monarca Carlos III, antes de acceder al trono español; al rechazo suscitado por los excesos del Barroco y el Rococó, en los que el movimiento, la curva, el adorno impiden acceder a la estructura, provocando el consiguiente retorno a las formas clásicas grecorromanas.

Todo ello iba a desembocar en la Revolución Francesa, pero, por lo pronto, los reyes creen poder utilizar y controlar el movimiento ilustrado en su propio provecho. Todo por el pueblo, pero sin el pueblo, será el lema que cause furor en este momento de tránsito entre el Antiguo Régimen, que pierde pie, y el surgimiento de un efectivo poder económico y social de la burguesía, que vendrá preñado ya de las contradicciones que darán origen al movimiento obrero. Pero eso es ya otra historia, de cuyos avatares es hija la manifestación en la que andáis embarcadas.

Real_Academia_de_Bellas_Artes_de_San_Fernando

Por lo pronto volvamos al neoclasicismo y sus Academias, como la de Bellas Artes de San Fernando, que impulsa el surgimiento en Madrid del urbanismo y la planificación, proyecta edificios públicos, crea ejes urbanísticos como el de Cibeles-Atocha y Sol-Puerta de Alcalá, ordena la arquitectura privada y hasta regula cómo deben construirse los retablos de las iglesias y los materiales que se deben emplear.

El rey, con el apoyo de la Academia, no duda en liberalizar el ejercicio de la Pintura, la Escultura o la Arquitectura, en detrimento de los poderosos gremios enquistados en el Barroco. Ni en promover medidas que prohíben la exportación de obras de arte, para evitar el saqueo del patrimonio artístico español, perpetrado fundamentalmente por los tratantes de pintura ingleses.

Una vez dicho esto, no es difícil entender que la Academia encargue a Diego de Villanueva (1715-1774) la reforma del Palacio Goyeneche. Diego era el hermano mayor de Juan de Villanueva (1739-1811), y se trataba de un auténtico converso desde los principios del barroquismo, rayano en el rococó, al neoclasicismo academicista. Acomete la obra en 1773, un año antes de su muerte.

En general mantiene la estructura de la fachada, con basamento que soporta un cuerpo almohadillado, sobre el que se levantan dos plantas. Desaparecen todos los adornos barrocos y se incorpora, en la puerta de acceso un pórtico dístilo, de estilo dórico, en cuya parte superior podemos leer un texto que hace referencia al hecho de que Carlos III haya unido las Academias de Artes y de Ciencias Naturales bajo el mismo techo, ya que ambas instituciones compartieron sede durante un tiempo, hasta que en 1784 se concibe la idea de construir un edificio para la Academia de Ciencias -el que luego sería Museo del Prado-, obra curiosamente encargada al hermano menor, Juan de Villanueva.

Los torreones que contemplamos en ambos extremos son añadidos y están destinados a remarcar la personalidad del edificio con respecto a los dos edificios colindantes, más elevados.

Chueca Goitia asumió en 1974 las obras de restauración de la Academia, que alberga en su interior un Museo, con una completa colección de pintura y escultura, mucho menos conocida, pero no menos valiosa, que la de otros conocidos museos madrileños.

46.- MINISTERIO DE HACIENDA

Habéis iniciado el recorrido en Atocha. Nuestras pancartas y el colorido desfile festivo y reivindicativo han pasado ante las puertas de algunas de las principales entidades financieras del país, junto a iglesias, museos, edificios públicos, estaciones, ministerios, estatuas, hospitales y clubs privados. No podéis acceder a la más popular y madrileña de las plazas, sin pasar previamente ante la fachada de uno de los más temidos de los ministerios: el de Hacienda.

Por qué será que este Ministerio, que debería de gozar de la merecida fama de redistribuidor de los recursos públicos, se me antoja siempre el lugar donde se fraguan los mayores desmanes para el bolsillo de los más y el acarreo de riquezas hacia el de los menos. Por qué la sabiduría popular tiene siempre la sensación de que en este lugar, hasta cuando dicen la verdad, nos engañan.

El edificio, sin embargo, no fue Ministerio de Hacienda hasta el año 1845. Al comienzo fue construido para albergar la Real Casa de Aduanas y su estructura da buena cuenta de la importancia concedida a esta función por los primeros borbones y especialmente por Carlos III.

Con los Austrias, el Rey era la pieza esencial de la monarquía absoluta. El rey se rodeaba de validos y consejeros que le asesoraban y que contaban con cierto poder ejecutivo. El Consejo de Estado velaba por la política internacional. El de Castilla se ocupaba de la política interior, incluida la justicia. El de Hacienda se encargaba de la gestión tributaria. El de las Ordenes Militares tenía a su cargo la concesión de hábitos y encomiendas, así como la administración de sus bienes y tierras. Además, las posesiones de los Austrias en Flandes, Italia, Portugal o las Indias contaban con Consejos separados. Por último, el Consejo de la Inquisición tenía amplios poderes en la defensa de la unidad religiosa y de los comportamientos públicos o privados que pudieran afectar a la moralidad.

Demasiados Consejos y demasiados consejeros, que entorpecían la eficacia de las decisiones reales. Preocupados por el fortalecimiento del Estado y su modernización, los Borbones suprimen los Consejos meramente nominales, como los de Portugal, Italia o Flandes -territorios que ya no forman parte del Reino y disminuyen el poder ejecutivo que mantienen los demás, para depositarlo en las Secretarías de Estado, auténtico embrión de los ministerios.

La ventaja es evidente. El Secretario depende directamente del Rey, siendo nombrado o removido de su cargo a discreción. Las Secretarías de Estado son, inicialmente, cuatro: Estado, Hacienda, Gracia y Justicia y Marina e Indias.

Sin embargo, cualquiera sabe que los cambios administrativos son necesarios, pero no suficientes para garantizar cualquier reforma. El reforzamiento del Estado exige, además, el control de la Economía, junto al fortalecimiento de las rutas comerciales y la comunicación.

Ya hemos hablado de las Reales Academias, del impulso científico y universitario, de los hospitales, la ordenación del urbanismo y aún podríamos detenernos en las experiencias repobladoras, o en el papel que jugaron las Sociedades Económicas de Amigos del País, en la búsqueda de soluciones al problema rural, o las obras públicas.

Excede todo ello de mis pretensiones en este recorrido, pero tanto la Casa de Aduanas, como la del Correo o la de Postas, que inmediatamente veremos en la Puerta del Sol, dan buena cuenta del esfuerzo reformador realizado en este periodo, que se vio parcialmente frustrado por circunstancias posteriores difícilmente previsibles en aquellos momentos.

El caso es que el desarrollo del libre comercio, necesita de la supresión de las numerosas aduanas interiores y la mejora de las comunicaciones. Paradójicamente, también exige del Estado un control aduanero del comercio exterior. De hecho, los ingresos de la Hacienda Real por Aduanas, llegó a suponer el 30% del total  de los ingresos del Estado en 1780, bajando al 18% en 1807, mientras que en Inglaterra el proceso será el inverso y los ingresos aduaneros llegarán a ser los fundamentales de la Hacienda. Esa es la diferencia entre un imperio que se hunde paulatinamente y otro que se consolida y se expande adaptándose a los nuevos tiempos.

No es extraño, por tanto, que una de las primeras obras acometidas por Carlos III, ya que el proyecto de la Casa de Correos procede del reinado anterior, sea la construcción de la Casa de Aduanas en 1761, proyecto que es encomendado al arquitecto de confianza del Rey, Francisco Sabatini, y cuyas obras se prolongarían hasta 1769. El inmenso edificio se construye para albergar oficinas de la Real Hacienda, la Dirección de Rentas Generales y Provinciales, sal, loterías, naipes, Estanco de Tabaco, etc.

El proyecto se articula simétricamente en torno a tres patios. Los dos primeros son laterales, de forma cuadrada, separados por un gran vestíbulo. El trasero, es de forma rectangular, porticado, para aportar luz a la escalera principal del edificio.

El vestíbulo consta de dos partes. La zona de ingreso, abovedada, y el vestíbulo interior, compuesto por tres naves separadas por pilares, que sirve de distribuidor hacia los patios laterales y hacia el patio posterior. La escalera, situada al fondo, aparece dividida en dos tramos, que se unen a partir del primer piso.

El edificio ve rota su perfecta simetría, por las irregularidades del solar sobre el que se levanta. En su conjunto, no obstante, constituye una perfecta vertebración de espacios, efecto al que contribuyen tanto la escalera como los vestíbulos y los diversos accesos y comunicaciones interiores.

La fachada reproduce el esquema de algunos palacios romanos, como el Palacio Farnese, obra de Antonio Sangallo y de Miguel Angel, incorporando en los accesos exteriores el modelo del Palacio de la Consulta de Ferdinando Fuga.

Desde el exterior, podéis ver un primer cuerpo almohadillado con tres entradas con arco de medio punto, que rompen la monotonía impuesta por la sucesión de ventanas del semisótano, la planta baja y el entresuelo. Sobre éste, un segundo cuerpo de dos plantas y un ático con pequeñas ventanas que dejan paso a una gran cornisa.

Sobre la entrada principal, se encuentra el  balconaje de piedra, sostenido por cuatro ménsulas que representan en los extremos figuras de monstruos o sátiros, que retienen en sus fauces la rabia que les habita y, en el centro, dos mujeres con tirabuzones.

Sobre los tres arcos de las puertas de entrada aparecen cabezas de león y, sobre el tímpano de la puerta central del balcón, dos ángeles sostienen el escudo real. Estas esculturas, de Roberto Michel, contribuyen también a atenuar la severidad que impregna toda la fachada.

En 1944, Miguel Durán amplía el edificio y compone la nueva fachada, utilizando la portada que Pedro Ribera realizó para el Palacio del Marqués de Torrecilla, hoy desaparecido.

Capítulos anteriores


El Madrid del Primero de Mayo de Francisco Javier López. Capítulos publicados

Presentación: Madrid Patrimonio por entregas

El Casino de Madrid y la Academia de Bellas Artes de San Fernando