Son muchos más los engañados que los advertidos:
prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera...
La mentira es siempre la primera en todo;
arrastra necios por vulgaridad continuada.
La verdad siempre llega la última,
y tarde, cojeando con el tiempo.
Baltasar Gracián. Oráculo manual y arte de prudencia
Las palabras de Baltasar Gracián retratan con fijeza nuestra realidad madrileña, donde el engaño y la mentira se han impuesto a cualquier atisbo de verdad.
Advertimos desde hace tiempo una intencionada adulteración del lenguaje, mediante la cual se tergiversa, cuando no se vacía, el significado de las palabras. El ejemplo más evidente lo hemos sufrido en la última campaña electoral de la Comunidad de Madrid con la palabra ‘libertad’. No hace falta ser demasiado avispado para entender que ese hermoso término significa mucho más de lo que sus manipuladores han pretendido hacernos creer -y a fe que lo han logrado entre la mayoría de votantes-.
Muchos de quienes hemos vivido los últimos años del franquismo tenemos familiares y amigos que por la libertad han dado su propia vida, como el gran Miguel Hernández. Los mismos que entonces revolcaron su estatua por el lodo, escribía nuestro admirado poeta alicantino, hoy destrozan a martillazos sus versos y cualquier simbología que recuerde a quienes defendieron la libertad con su vida. Aquellos liberticidas son el germen de los que hoy adulteran esa hermosa palabra reduciéndola a un puro hedonismo posmoderno de borrachera.
El presente, bien lo sabemos, no avizora un futuro prometedor. Reducir la libertad a los atascos de las 3 de la mañana, ir a misa, salir de cañas o ir a discotecas tras un duro día de trabajo -quien lo tenga- demuestra un profundo desconocimiento y una insolidaridad descarnada con quienes luchan contra la muerte en las UCIs de nuestros malogrados hospitales; con quienes duermen en la calle o/y a diario hacen largas colas de hambre para recibir un mínimo sustento -cuya única ayuda que reciben de la presidenta es el insulto de ‘mantenidos’-; con los ancianos que murieron en las residencias – a quienes tanto les debemos y así se lo pagamos- como consecuencia de la gestión neoliberal de un Gobierno presidido por una señora sin resquicio de ética… Podríamos extendernos sine die.
En estas sociedades del supuesto bienestar se trata, pues, de vivir el presente como si no hubiera un mañana, aunque continúe amenazado por un virus letal que cada día mata a miles de personas en todo el mundo, sobre todo, y cada vez más, en el mundo pobre. Hedonismo, individualismo, insolidaridad son los denominadores comunes de este poshumanismo tecnológico deshumanizado cuya ruptura con sus orígenes ilustrados y los ulteriores movimientos de liberación es evidente. Quienes pergeñaron la campaña madrileña lo saben bien y por eso han acertado. ‘Socialismo o Libertad’, ‘Comunismo o Libertad’ son disyuntivas simples que falsean la historia reciente y arraigan en quienes la desconocen o prefieren ignorarla, olvidando lo que antes señalábamos: fueron quienes lucharon por la libertad y por un mundo más justo, llamárase comunismo -en su vertiente no estaliniana-, anarquismo, socialismo o de cualquier otro modo, o sin definir, quienes justamente dieron su vida por ella. Muchos, aún sin identificar, vergonzosamente enterrados en cunetas y fosas comunes sin todavía poderles rendir el homenaje que merecen.
No cabe duda de que a nuestra Comunidad y a nuestro país le hace falta un buen baño de cultura democrática que la Transición no ha sabido, no ha querido o no ha podido impartir
No cabe duda de que a nuestra Comunidad y a nuestro país le hace falta un buen baño de cultura democrática que la Transición no ha sabido, no ha querido o no ha podido impartir. Cultura democrática que a nuestro juicio pasa en primer lugar por la memoria histórica y el conocimiento de nuestra historia reciente, al menos, del último siglo, desde los antecedentes y proclamación de la II República y todo su significado, al estudio de la Guerra Civil y de la posterior dictadura, el por qué de su cruenta represión a sus opositores, el estudio del exilio… Restaurar en la enseñanza media y aún en la universitaria aquel proyecto edificante llamado “Educación para la Ciudadanía” que la derecha antidemocrática no dudó en echar por tierra hasta que lo consiguió, proyecto que, estamos convencidos, hubiera supuesto un avance no desdeñable para la tolerancia y la convivencia que tanto necesitamos todos. Proyecto que el actual Gobierno de coalición debería retomar y no entendemos porqué no contempla en sy Ley de educación. Materias hoy en desuso y a punto de desaparecer en favor de enseñanzas vinculadas a la gestión empresarial, el marketing, la publicidad, las nuevas tecnologías entendidas como fin en sí mismo, etc., han de recuperar el puesto que ocupaban y aún mejorarlo. Nos referimos, desde luego, a las humanidades y a las materias científicas con enfoque humanístico: la historia, el arte, la música, la lingüística, el estudio de las mal llamadas ‘lenguas muertas’, la física, la biología, las matemáticas, la filosofía, naturalmente, y aquello que tanto reclaman Emilio Lledó, Victoria Camps o Adela Cortina, y reclamaron grandes maestros como José Luis Sampedro o Saramago, entre otros, y tantos aplaudimos: enseñar a pensar y a desarrollar un pensamiento crítico, el diálogo, la dialéctica, la oratoria, la retórica.
Otra cuestión estrechamente relacionada con todo lo anterior es la decidida intención de fabricar un supuesto nacionalismo madrileño que nunca ha existido, a no ser que consideremos elementos identitarios aspectos denigrantes como la chulería o el insulto que tan bien practica esta presidenta. Y que sepamos hasta el día de hoy, los chulapos y chulapas, o el chotis o la zarzuela, o la gastronomía de vísceras y entresijos, no parecen elementos suficientes para conformar una identidad que sustente un nacionalismo madrileño, aunque bien sabemos que tampoco hacen falta demasiados rasgos para definirlo; y siempre cabe el recurso de inventarlos, como han hecho no pocos nacionalistas -no dudamos de que el actual Gobierno de nuestra comunidad haga lo propio-. Bien sabemos que si algo distingue a nuestra ciudad y a muchos de los pueblos y urbes circundantes es justo lo contrario: el acogimiento que siempre hemos brindado a cualquiera que viniese de fuera, de tal modo que no somos muchos los nacidos aquí y menos de padres madrileños, menos aún de abuelos oriundos, etc. Si hubiera que definir una suerte de nacionalismo madrileño sería justamente la de no nacionalismo o antinacionalismo. Como naturales de este territorio, la mayoría nos enorgullecemos de no preguntarle a nadie con insana intención nacional de dónde viene o dónde ha nacido.
Para desgracia nuestra, mucho nos tememos que se va extendiendo por todo el país una suerte de aversión antimadrileña motivada por las añagazas de nuestro Gobierno y su presidenta, como aquello de “España es Madrid y Madrid España dentro de España”. Julio Llamazares ha advertido de esta prepotencia en recientes artículos, pero confiamos en que este magnífico escritor no piense que somos así todos madrileños. De nosotros depende romper este maleficio. Se nos ocurre, entre otras tareas, además de afianzar la enseñanza de materias imprescindibles antes referidas, dar a conocer las obras de autores que en su día u hoy mismo reflejan un Madrid abierto a otras gentes, liberal en el pensamiento -no económico- de muchos de sus ciudadanos, acogedor y amable con las gentes de fuera. Autores muchos de ellos de otras tierras que hallan y hallaron en nuestra ciudad un lugar de acogida: casi todos los del 98, entre otros, Galdós, Unamuno o Azorín; el citado Miguel Hernández; todos los poetas del 27, incluidas, por supuesto, las Sin sombrero y otras; los del 50, como el recién fallecido Caballero Bonald, Clara Janés, Martín Gaite, los catalanes Gil de Biedma o Gimferrer, Ana Mª Matute, el asturiano Ángel González, el leonés Antonio Gamoneda, y un largo etcétera, hasta las escritoras actuales Rosa Regás -quien fuera directora de la Biblioteca Nacional-, Belén Gopegui, Marta Sanz, Edurne Portela, Almudena Grandes; otros no madrileños, el propio Llamazares o Muñoz Molina, Eduardo Mendoza o Cercas, pero han tomado Madrid como una de sus fuentes de inspiración e incorporado a sus novelas.
No hablamos de utopías imposibles. Hablamos de necesidad de un saber pensar, de recuperar la cultura humanista y científica que nos haga mejores personas y entender el sentido profundo de palabras hermosas como libertad. No es utópico pero requiere mucho trabajo en el tiempo. Los artífices de la Institución Libre de Enseñanza fueron el mejor ejemplo. Volviendo a Baltasar Gracián, para que deje de prevalecer el engaño y la mentira.