martes. 16.04.2024
Shy en el Rockódromo de Madrid abriendo para Barón Rojo y Gary Moore en mayo de 1987.

La nostalgia es un sentimiento raro que precisa de cierta conjunción de factores para colarse en nuestro ánimo de una forma violenta, absoluta; nos asalta para colonizar el alma entera durante un tiempo en el que lo domina todo y luego desaparece para dejarnos conmocionados de sentimientos, recuerdos y tiempo pasado.

El mes de mayo, para mi, siempre me lanza a la cara un día de nostalgia, de recuerdos y de añoranza de plenitud, esperanza y recuerdos que me hacen añorar aquella época de mi vida en la que me sentía inmortal y los desafíos no eran nada en lo que pararse a pensar sino pequeños hitos que saltar sin esfuerzo.

En el mes de mayo de aquellos años, Madrid ERA una fiesta de continuos conciertos y mucha desmesura; una celebración dionisíaca en la que a mi me tocaba trabajar al servicio de los convocados a la liturgia de la celebración de aquella explosión de vida tras el invierno. La inexplicable confianza en mis posibilidades de mi primer jefe, me hacía estar alerta ante las mareas humanas que llegaban y llenaban el antiguo recinto ferial de la Casa de Campo. Ese recinto, eterno personaje de Ionesco a la búsqueda de un nuevo destino imposible, se abría a los conciertos diarios para acoger miles de acólitos en plena celebración del exceso.

Eran años que corrían desbocados de libertad, de futuro, de ilusión y ganas de cambiar una España vieja, rancia, anquilosada y vieja, muy vieja. El galope acabó llamando a un caballo maléfico cuyos cascos acabaron con miles de vidas, pero que en el 85 y siguientes, nadie reparaba en esos casos que empezaban a corromper los cimientos de una juventud atragantada al tratar de adelantarse a sí misma para consumir su propia vida a tragos imposibles y cada día más acelerados.

Hoy, cuando un pueblo apalizado por el virus habla de libertad, el mensaje me suena pobre, vacío, carente de aquel antiguo genoma de libertad que arrasaba con todo y nos gritaba que el mundo era nuevo y la vida algo que había que conquistar a base de derrochar ilusión, trabajo y alegría. 

Esta libertad de hoy suena a refugio acosado y reducido; ignorante de fiesta y alegría pero ahíto de rancio costumbrismo, muy ajeno a aquel derroche de emotividad desbordada que amaba la vida como a ese amor con el que nunca te cansas de bailar y de amar.

Si, por aquel entonces, Madrid ERA una fiesta.

PD.- Dedicado con cariño al que nos metió a algunos en la fiesta: Jose Luis Gaytán.

Madrid ERA una fiesta