viernes. 29.03.2024
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Manifestación a París días después de la ejecución de Ferrer. (Foto: Fundación Ferrer i Guardia)

A comienzos del siglo XX, dos de cada tres españoles siguen siendo analfabetos y tres cuartas partes de la enseñanza secundaria continúan en manos de órdenes religiosas. Como es costumbre, la patria, objeto de negocio de una minoría, no alberga el más mínimo interés por educar a sus hijos.

Con el advenimiento de la Gloriosa (1868) la libertad de enseñanza se sumaba a la conquista de libertades reconocidas en la Constitución de 1869. Sexenio democrático, reinado de Amadeo y una fugaz Primera República darían paso a la restauración de la monarquía. Con ella regresaban los fanáticos: la enseñanza moderna, la ciencia o la filosofía atentan contra la fe. El denominado decreto Orovio (1875) suponía el regreso de España a la catequesis prohibiendo cualquier otra educación más allá de la apostólica. Todo el profesorado destacado del Sexenio sería suspendido y expulsado de sus funciones. Gumersindo de Azcárate, Giner de los Ríos, Salmerón, Calderón, Montalvo, García de Linares... Algunos incluso encarcelados. En solidaridad, otros muchos (Castelar entre ellos) abandonaron sus cátedras.

Pero estos buenos maestros decidieron no resignarse y seguir enseñando por su cuenta. Desde el ámbito privado, Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcarate y Nicolás Salmerón lideran un grupo de catedráticos que termina fundando la ILE (Institución Libre de Enseñanza) con arreglo a parámetros educativos modernos y europeos. Una encomiable iniciativa que el tradicionalismo ya no podrá combatir. Por vez primera en España, una minoría de afortunados, hijos de una laica burguesía, crece educada desde fundamentos modernos y tolerantes. Son los primeros en escapar del oscurantismo.

En Barcelona, Francisco Ferrer i Guardia funda la Escuela Moderna (1901) desde un carácter laico, científico y racionalista. El catalán auspicia la ética, la ciencia, la naturaleza o la filosofía como bases educativas. La Iglesia carga contra Ferrer. El obispo Urquinaona alerta exaltado: “Una educación sin Dios sólo crea monstruos y salvajes dispuestos a todo”. En 1909 la represión de la Semana Trágica deja dos mil procesados con penas de destierro o cadena perpetua para los condenados. Ferrer ni siquiera se halla en la Ciutat durante los sucesos pero infundios clericales afirman haberle visto organizando la rebelión. Capturado y juzgado de modo sumario, el gobierno anuncia su inmediata ejecución junto a otras cuatro personas.

Con su Escuela en crecimiento, Ferrer había pasado un tiempo en París estrechando relación con periodistas e intelectuales. Por toda Europa, mítines y manifestaciones claman ahora por su liberación. ¡Van a fusilar a Ferrer! Los grandes periódicos denuncian que España vuelve a la Inquisición. Anatole France coordina una plataforma de ilustres firmas: “su crimen es ser republicano, socialista, librepensador; su crimen es haber creado la enseñanza laica en Barcelona, instruido a miles de niños en la moral independiente, haber fundado escuelas”. Pero la suerte de Ferrer está echada. Alfonso XIII no olvida que quien estuvo a punto de matarlo, Mateu Morral, tuvo acceso a las enseñanzas del catalán. El rey es el primero en desear su muerte. El gobierno deja hacer.

En su última noche, y desde la más grosera reiteración, se intenta imponer a Ferrer un presunto arrepentimiento y la redención católica (la hemeroteca –La Vanguardia, 14/10/1909, pag.2– no tiene desperdicio). Al alba, el fundador de la Escuela moderna es finalmente enfrentado al pelotón de fusilamiento. “Soy inocente, ¡Viva la Escuela Moderna!”. Uno de los soldados cubre entonces sus ojos. “Aún puedo decirlo, soy inocente. ¡Viva la Escuela Moderna!”.

Los primeros educadores