viernes. 29.03.2024
Ignacio Castro Rey
Ignacio Castro Rey

La filosofía es quizá la forma más segura que tenemos de negarnos a la estupidez. Algo de esto explora el filósofo gallego en su nueva obra; un libro que pareciera recorrernos en busca de interrogantes, siempre desde el poder de la palabra que detona dudas que en mucho nos ayudan a vivir.


Por Manuel G. Riera | ¿Cómo surgió la idea de escribir “Lluvia oblicua”?

Ignacio Castro | Vino de atrás e incubado lentamente, como casi todo lo que importa en nuestras vidas. En principio surgió de unas clases de Psicología del año anterior (2018). Poco a poco se transformó en un ensayo que, partiendo de las emociones, de la imaginación, la memoria y la percepción, quiso mostrar que el hombre no es lo que pensamos. Menos todavía, la mujer. Lluvia oblicua es un libro que, teniendo buena relación con cierto humanismo, intenta sin embargo mostrar que el ser humano es solo la punta de un cabo, el rostro por el cual asoma un continente lleno de toda clase de seres. A veces inhumanos, a veces incluso monstruosos. Esa es, por otra parte, la más antigua noción de persona que heredamos de los griegos: el resonar de un fondo que jamás será nuestro, un desierto inmensamente poblado. Dado que se trata de un libro en cierto modo escandaloso, es normal que alguna gente se ofenda.    

¿En qué se diferencia esta clase de lluvia de las otras?

Esta precipitación viene de adentro, cae al sesgo, y para ella no hay paraguas. No hay cobertura que nos salve, o que otorgue seguridad, ante algo que llueve desde nosotros. Es una precipitación doblemente peligrosa porque la hemos ignorado durante demasiado tiempo. Si no hubiéramos abandonado esa naturaleza que "ama esconderse", es posible que nos hubiésemos tomado este retorno pandémico y medieval de los últimos meses con otra clase de fortaleza, de sabiduría, de entereza. Y con un poco menos de pánico.

¿Qué necesita España de la filosofía?

No sé Inglaterra, Alemania o Francia. España necesitaría de la filosofía un valor para lo trágico que con frecuencia nos falta. Si hubiésemos hecho más caso a Zambrano, Unamuno y Ortega, esta nación estaría más segura de sí misma, de su singularidad periférica. Entonces perderíamos menos tiempo intentando obedecer órdenes de otros, versiones de segunda mano de una experiencia terrenal que durante mucho tiempo se asentó muy bien entre nosotros. Es un mal genérico del orbe hispano, el "auto-odio" y el consiguiente seguidismo de los supuestos valores de otros, un Norte que siempre nos despreció y que además ha arrasado la tierra, generando una enorme infelicidad entre propios y extraños.

lluvia oblicua portadaEn el presente pareciera haber una búsqueda de la mentira. Como si lo importante fuera ver cuál es la mentira más grande y ruidosa. ¿Cree que eso es parte de lo que define a nuestro tiempo?

Me temo que sí. Me temo incluso que la palabra "mentira" nos viene incluso un poco ancha. Difícilmente puede mentir quien ya no recuerda casi nada de una posible versión original, que además tampoco quiere sentir, pues le complicaría la vida. Somos la sociedad de la posverdad, de la posmentira. Por norma, esto significa que solo triunfa la versión de las cosas que hace más ruido, la que es más espectacular y pueril. Es triste, pero es así. Por eso la poca gente pública que sabe algo de la verdad, sea aquí o en Estados Unidos, lo pasa fatal, siempre al borde de una hoguera que poco tiene que envidiar a la Inquisición del más viejo oscurantismo. La sociedad de la transparencia es terrible, pues solo quiere esquemas simples, rápidos y traslúcidos. Esto condena al individuo singular, cuyo centro es opaco, a un modo nuevo de tortura. Como ven, no soy del todo optimista con respecto al origen de nuestro famoso "bienestar".

¿Somos la sociedad del ruido?

El ruido es nuestro modo de tormento. Es necesario empujar todo lo que es complejo, oscuro, silencioso y lento, a una marginalidad en la que esos seres raros poco a poco se arrepientan, pues le falta el oxígeno de cualquier compañía. Ni siquiera tenemos el coraje de ejecutar a los que molestan. Simplemente, les dejamos morir de soledad y de hambre. Repasen la biografía de esos grandes nombres que después, post mortem, premiamos. De Valente a Handke, de Borges a Onetti, de Silvia Plath a Clarice Lispector, les hemos pasar a todos un infierno antes de reconocerlos. Si es que eso finalmente ocurría.   

¿Qué hace cuando no escribe?

Intento vivir, hacer mi vida. No la que me prescribe la estupidez "mundial". Cosa que, como pueden imaginar, es muy difícil y me tiene muy ocupado.

“Lluvia oblicua es un libro que llueve desde nosotros”