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Lo que el gato le enseña a la vida

(A propósito de Ser gato, la nueva obra literaria de Edgar Borges)

A Roshandry porque el amor también es gatuno


Ver la ventana y saltar al vacío, aun a riesgo de no saber cuántas vidas te restan. Ser gato, ser gato.

Edgar Borges, Ser Gato (2021)

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En alguna de sus compilaciones publicadas el filósofo hispano-venezolano Juan David García Bacca manifiesta que su gato le corregía muy bien sus escritos mecanografiados: a veces orinaba sobre esas cajas. Y García Bacca decía con humor: me corrige muy bien la filosofía. Es decir, la sabiduría felina corrige el pensar y por ende el vivir. Hacia esas dimensiones nos lleva la nueva obra de Edgar Borges: Ser gato (2021) publicada por Altamarea Ediciones. Anteriormente nos había hecho contemplar (a través de un espejo onírico) con varias novelas lacerantes, poliédricas y brillantes un mundo a ratos distópico, con imaginaciones paralelas, sentidos anfibios y de memorias aéreas. Con esa carga desafiante, de fuerza centrípeta (sus narraciones nos invitan a la agudeza, a despojos de vanas visiones) vuelve a dar un salto olímpico (definitivamente Edgar Borges es un funámbulo de relatos salvajes) en busca de esperanza, de altura y hacia la nube de lo desconocido (sí, tiene esa mística).

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Ser gato es todo un desafío de narrativa aforística (como se lo imagina Gregoire Prat y su Corina, el anagrama de Cioran o como lo deduce Elias Canetti con su famoso El suplicio de las moscas). Así es su tejido fundamental entrelazado con una hibridez poética. Por consiguiente, Ser gato nos recuerda las tesis de Maurice Blanchot en su texto El libro que vendrá y nos recuerda lo que planteó Italo Calvino sobre la literatura del milenio: la levedad más versátil. Al principio del argumento, Edgar Borges es frontal: hay que despertarse gato. Por tanto, esta naturaleza requiere una lucidez primigenia: el sentido de la metamorfosis. Sostiene el poeta mexicano Octavio Paz que el alma del hombre occidental se balancea entre dos mutaciones: la de de Apuleyo y la de Kafka. Entonces nuestra sociedad vive las demencias de dos metamorfosis ácidas: la de Apuleyo y su asno (pura abyección y desenfreno), y la de Kafka y su insecto (puro absurdo y sordidez).

Foto Edgar Borges. Crédito Laura Muñoz Hermida

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Pero Edgar Borges propone la redención transformadora a través de los felinos. Por eso declara: "Lamerse el pelaje, buscar las heridas; guardar las garras, cerrar los ojos y ser un punto más de la noche infinita". Es la humanidad en su estado frugal, sin máscaras. Es lo primero que el gato le enseña a la vida. Y es necesario acotar que esa naturaleza felina también tiene pulsiones de púgil. Por eso, Edgar Borges aprende lo gatuno por su boxeo: "Boxear en el aire. Boxear en la mente, en el alma y contra el alma. Boxear cuerpo a cuerpo y contra el cuerpo". Es lo segundo que el gato le enseña a la vida: no hay gato sin la versatilidad del movimiento, de la estrategia, del ritmo, de los fracasos y las incertidumbres, del cruce de golpes y de tenacidad. No hay dudas que es un aprendizaje de alto riesgo; lo sigue revelando Edgar Borges con candor: "ser vuelo, aire, misterio". Lo que el gato le enseña a la vida como tercer elemento es un despegue, la altitud insondable. Volar hacia lo que somos (de la sima a la cima y al revés también) y es inédito. Por eso el vuelo, el misterio felino precisó pertinentes ilustraciones y muy fulgurantes de la artista Fría Aguilar. Todos los vuelos son vuelos de la imagen, de la imaginación. Es la prospectiva aérea por encima (como debe ser) de cualquier nomenclatura o memoria del dato. Al final de los aforismos como un acertijo místico y como una solución jamás buscada, Edgar Borges expresa: "saltar al vacío, aun a riesgo de no saber cuántas vidas te restan". Allí somos discípulos de ese saber gatuno y es lo cuarto que el gato le enseña a la vida: el riesgo, el salto del ser como Neo que al romper la matrix (y todos debemos hacerlo nos lo dice Edgar Borges) solo lo logra al ser gato, al ver la vida como gato. En una de sus obras Pascal Quignard diserta sobre el salto de Butes, el argonauta griego para irse con las sirenas. Saltó hacia la música del ser. Pues bien, el salto gatuno de Borges es el salto del riesgo, riesgo de romper vacíos y volverse más lleno de humanidad y de esplendor.

Calabozo, mayo, 2021

Salvador Montoya/Escritor