miércoles. 24.04.2024
Alejandro Zambra
Alejandro Zambra

Desde que leí aquella obra maestra suya titulada Poeta chileno, siento de vez en cuando la necesidad de leer a Alejandro Zambra, un escritor para el que la palabra literatura pareciera haber nacido para explicar su arte.

En 2023 publica otro libro sensacional, breve y mayúsculo a la vez: Literatura infantil. Una de esas maravillas que cuando uno acaba de leer siente la necesidad de decirle a todo el mundo lector Tienes que leerlo. Léelo.

En la portada (recuerda, la portada no es la cubierta) aparece esta expresión, poco habitual en este tipo de sitios: Edición de Andrés Braithwaite. Y ya sabe, así, uno que lo que va a leer es lo que es porque un editor ha hecho algo más que orientar, motivar, coordinar su corrección, realización y demás. Braithwaite, responsable de que “este libro fuera encontrando una forma”, aparece reconocido explícita y categóricamente por Zambra en la página de agradecimientos porque, como ya habíamos averiguado en la de créditos, los textos de Literatura infantil provienen, algunos de ellos, de publicaciones donde ya habían visto la luz, como The New Yorker o The New York Review of Books, entre algunas más. 

“Así pasan los días cansados pero felices, que se entremezclan con los días felices pero cansados y con los días felices pero felices”. 

Literatura infantil es un espléndido acierto literario sobre la paternidad, sobre ser padre, pero también sobre ser hijo. Y así comienza el libro, así se inicia su primera parte, con un relato de igual título que va de lleno a lo que es el corazón del volumen:

            “Toda la literatura es, en el fondo, infantil”.

Zambra (que suele referirse a cada texto que compone Literatura infantil como ‘ensayo’) hace mucho, al parecer, eso de encaminar los poemas que escribe “al civilizado y legible país de la prosa”. Quienes escriben, quienes escribimos, no relatamos, no recordamos, lo que hacemos es “ver las cosas como por primera vez, como un niño”.

“Literatura infantil” es un espléndido acierto literario sobre la paternidad, sobre ser padre, pero también sobre ser hijo

El titulado ‘Jennifer Zambra’ es un espléndido cuento de un flirteo enamoradizo: mirarse “a los ojos sin demasiadas precauciones, con “esas frases ambiguas que suenan a promesas”, todo “en un ruidoso minuto de antiguo silencio heterosexual”.

En ‘Francés para principiantes’, el quinto de los cuentos de la primera parte del libro, podemos leer 

“Lo primero que hacemos cada mañana es escuchar música y bailar. Y cuando nos echamos a leer en el sofá, quiero que la literatura sea una prolongación natural de la música, otra forma de música”.

La pandemia de la COVID-19 hace acto de presencia también en este libro, donde Silvestre, el hijo del protagonista y narrador, ese trasunto inconfundible del propio Zambra (cuyo hijo se llama también Silvestre, como leemos al final, en el último párrafo del volumen), es capaz de proponer, con tan solamente 3 años de edad, que “juguemos a escondernos del virus, papá”. Aquellos días de la pandemia, que hacían sentir fatalismo, un fatalismo que, “sin embargo, ahora, a la luz de los hechos, me parece una versión apenas disminuida del optimismo”. Y a mí también.

La memoria se destruye o se modifica para que podamos reinventarnos, recomenzar, reclamar, perdonar, crecer”.

Zambra, lo dice él, escribe los recuerdos que su hijo va a perder. Como si quisiera facilitarle “la redacción futura de sus me acuerdo”.

La segunda parte del libro es distinta. Ya no está protagonizada entre el niño Silvestre y su padre (Zambra). Estamos ahora ante una serie de cuentos que se abre con el magistral ‘Garabatos’. Cuentos en los que se está “a favor del llanto”, como en el hermosísimo, delicado e infrecuente ‘Rascacielos’, sobre un padre, un hijo y un amor.

            “Me gusta cómo eres. Aunque no sepa cómo eres”.

En esta segunda parte va tomando más cuerpo la figura de un padre y un hijo ya mayores, con una relación de largo recorrido, como la mantenida por el autor con su propio padre. 

El libro ya me tenía encandilado, pero claro, cuando llegamos al protagonismo futbolístico mi contacto emocional con él, ya muy elevado, crece. Fútbol: el mundo de los resultados de los partidos de los domingos “era para nosotros la única forma de tristeza masculina perceptible”. Me estoy refiriendo al fabuloso relato (¿ensayo?) titulado ‘Introducción a la tristeza futbolística’, que habla de distraerse “de nuestras distracciones aducidos por la entrañable lentitud futbolística”.

“Mi relación con el fútbol no es literaria, pero mi vínculo con la literatura sí tiene, en cierto modo, un origen futbolístico. Mis mayores influencias como escritor no fueron la gigantesca novela de Marcel Proust ni los imperecederos poemas de César Vallejo o de Emily Dickinson o de Enrique Lihn, sino las transmisiones radiales de Vladimiro Mimica, el locutor de Radio Minería. Ninguna lectura fue para mí tan decisiva como la elegante prosa hablada del famoso cantagoles”.

El relato/ensayo (no es un ensayo, solamente le sigo el juego a Zambra, al protagonista que narra el cuento, que lo llama ensayo) está repleto de brillantes apreciaciones sobre la relación entre quienes lo disfrutan y el fútbol, como cuando leemos eso de “por eso disfrutamos tanto los partidos en que ni siquiera llegamos a identificarnos ligeramente con alguno de los dos equipos en disputa. Nos sentimos casi budistas frente a la tele, por fin capaces de descansar de nosotros mismos y apreciar realmente el juego”.

El libro ya me tenía encandilado, pero claro, cuando llegamos al protagonismo futbolístico mi contacto emocional con él, ya muy elevado, crece

Cuenta el narrador en este cuento “un episodio vergonzoso, que me invalida como hincha y acaso como persona: durante casi dos años fingí que no me gustaba el fútbol”.

Esas otras personas que fuimos”. Recordarnos, escribir sobre nuestros recuerdos, sobre esas otras personas que fuimos. Hacer un Zambra.

Silvestre, el hijo del narrador (y del autor, por ende), vuelve a aparecer en el relato ‘Cogoteros de ojos azules’. También el padre del narrador, que en este cuento le pide a Alejandro que no escriba sobre él, que escriba mejor sobre el niño. ¿Es Un hombre que duerme, de Georges Perec, la novela favorita de Zambra, como lo es del narrador de este cuento?

Padres e hijos, insisto: “a veces, cuando los padres felicitan a los hijos, más bien se felicitan a sí mismos”. Como dice un personaje del ensayo (así se refiere a él mientras lo escribe el narrador) ‘Lecciones tardías de pesca con mosca’, otro sobre padres e hijos, “a los padres nunca aprendemos a mirarlos bien. ¿Quién escribió eso?” (Eso lo escribió Alejandro Zambra, por cierto, en otro libro. O el narrador, que podría no ser el escritor chileno, pero que sí que lo es, seguro: hazme caso.)

¿“A quién le gusta que le recuerden todo el tiempo que la vida no es un juego”? Y menos a tipos como el autor de Poeta chileno o Bonsái, cuya obsesión de escribir ha sido “una forma de prolongar el juego hasta sus últimas consecuencias”.

El último ensayo/relato de Literatura infantil se titula ‘Recado para mi hijo’ y es una deliciosa reflexión narrada sobre “la soledad de la lectura”, ruidosa y silenciosa sin ser ruido sin ser silencio. El hijo, “esa persona del futuro” que es “ahora mismo”. El hijo, que ha servido como feliz excusa para que Alejando Zambra haya escrito este libro que va sobre “los misterios de la felicidad”.

            “Jazmina y Silvestre son los verdaderos autores de este libro”.

Los misterios de la felicidad: Alejandro Zambra y su “Literatura infantil”