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Narrativa | SANTIAGO MARTÍN BERMÚDEZ
Paisaje. El capitalismo es el infierno. Fuera de él, no hay salvación. Claro está, es equívoco llamar capitalismo a la revolución comercial y urbana de la Baja Edad media, que es cuando se inventó, al tiempo que lo hacemos con la red intrincada de especulación y monopolios propia de nuestros días; desde el arduo camino hacia mercados nacionales hasta lo que llamamos globalización. El siglo XIV conoció los primeros auges capitalistas, sobre todo por el intercambio. Ese intercambio fue tan amplio que trajo en barco catástrofes como la Peste negra. El siglo XXI ha conocido crisis como la de 2008, que lo cambió todo aunque parezca que todo sigue igual. Pocos años después, el gran contagio, la COVID19. Todo bajo un paisaje capitalista que nada tiene que ver con el del Trezento. Porque ahora no se concibe otro sistema que el capitalista, si bien en sus diversas versiones, puesto que China tiene la suya, un capitalismo político frente a otro, digamos, liberal. El espíritu del capitalismo no hay que buscarlo, como rezaba el título de Max Weber, en la ética protestante (luteranos y calvinistas trabajadores; católicos inertes), cuando la ética aún era importante en el capitalismo. Ahora hay que buscarlo en Davos, y está presente en eso que se llama los paraísos fiscales. Davos, recordará el lector, sirvió de escenario para la curación y aprendizaje de Hans Castorp, protagonista de La montaña mágica, de Thomas Mann. Ahora es el paraíso de la anomia. Anomia respetable, hasta que alguien diga lo contrario. Anomia que hubiese provocado estupor al propio Robert K. Merton, al menos al que la teorizó alrededor de 1940, acaso no al que vivió hasta principios de este siglo [1].
Hay un amplio y profundo conocimiento de la realidad económica por parte de María Antonia Quesada, que además de su formación universitaria es periodista experta en economía
El aire puro de Davos sirve para emponzoñar el mundo. Para dar alas al mercado libre, que nunca fue libre. Nunca. Recuerdo un libro de hace muchos años, Demain le capitalisme, de Henri Lepage. Poco mercado, mucho estado. En Francia, el país en que el capitalismo ha sido mejor aupado por el estado, donde las grandes fortunas le deben todo al estado, surge de repente una escuela ultraliberal; son años en que el liberalismo entendido como mercado salvaje sin regular está de capa caída, no son aún los tiempos del ideal desregulador. Lepage lo reivindicaba, viajaba a Estados Unidos y, según creía deducir Jean-François Revel en febrero de 1978 (atención a lo temprano de la fecha), allí informó sobre -y se convirtió a- el “neo-capitalismo libertario”. No sé si es la primera vez que aparecía el término, el concepto, y Revel señala que no están Lepage y los suyos contra el estado, tan solo le reprochan no ser buen economista; pero Thatcher ya estaba a punto de acceder al poder; y la seguiría su admirador y cómplice Ronny Reagan. Defendían las ideas de Hayek. Pobre Hayek, cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Lo que no te impidió que, tras años de ostracismo, aceptaras sus galardones: por fin alguien me reconoce, caramba. Mas, como ya nos advirtió Stiglitz, no hay capitalismo ni libre mercado; lo que hay es un capitalismo de la pandilla. El estado molesta a veces porque legisla para impedir abusos y ayudar al necesitado. Pero es imprescindible para repartir juego, repartir ganancias, repartir monopolios o permitirlos, además de como policía de los otros. “Basta ya, no legislen”. En el mismo tono que los partidarios de Trump gritarán más tarde “basta ya, dejen de contar”. El concepto de crony capitalism, o capitalismo de amiguetes, constatado como fenómeno, es el mejor mentís al neoliberalismo, junto con la existencia legal de los paraísos fiscales, no siempre lejos de las metrópolis, una alegalidad permitida, un ventajismo acordado: licencia para delinquir. Sobre el neoliberalismo (¡e incluso sobre el fin del capitalismo!) se ha escrito lo suficiente como para que no nos llamemos a tanto engaño. Por ejemplo, lean El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, de Wendy Brown [2], título que evoca a Marcuse y que explica el mecanismo vigente, sobre todo en la segunda mitad del libro. Es uno entre muchos. En esas obras está el paisaje en el que se desenvuelve la acción de la intriga apasionante que desarrolla Tres citas en Davos.
De la novela importa mucho el paisaje en que se desarrollan las tramas hasta la catástrofe final: desde el derrumbe de 2008 y sus consecuencias; la ruina de gentes medias; el lavado de dinero y su especulativo botín
Personajes: Alonso. Pocos personajes, algunos de los cuales cumplen el cometido de narradores en sus amplios monólogos. La narración de cada uno, en primera persona, establece el punto de vista y, con ello, la solo relativa credibilidad que merece cada crónica. Y entre todos los relatos se arma la narración. Que primero parece una cosa limitada pero que adquiere poco a poco dimensiones de intriga y de terror sicológico. No hay disparos, no hay thriller, no hay muertes. ¿A quién le importa? Ya sabemos que es más fácil dar armamento a algunos personajes y que maten a otros, pero esta novela no se define por la facilidad con que se construye la secuencia, la intriga. Cada relato en primera persona cuenta la historia, sí, pero el personaje se retrata a sí mismo, sin pretenderlo. Y de monólogo a monólogo, una serie de giros de guion que deslumbran y que, a la vez, aclaran el camino. Que solo comprenderemos del todo cuando lo hayamos recorrido.
Esos personajes narran, monologan. Son síndrome y son síntoma. Otros personajes, también importantes, aparecen en la crónica de los otros. Un personaje se lleva la parte del león en tanto que narrador, Carlos Alonso, cuya ausencia de escrúpulos nos choca muy pronto, y según avanza en sus intervenciones puede parecernos la oveja negra de un sistema, cuando en realidad es un tipo sicológico sintomático del sistema mismo. Branko Milanovic titula el primer apartado del capítulo quinto de su libro Capitalismo, nada más [3] de manera rotunda: La irremediable amoralidad del capitalismo hipercomercializado, que comienza así: “El capitalismo tiene un lado luminoso y un lado tenebroso”. Hay que advertir que Milanovic no milita, solo describe. La pareja de especuladores formada por Alonso y su compinche americano Andrés Monroy (al que la autora no concede voz, pero es actor decisivo, y del que Alonso destaca su capacidad de caer bien a colegas y competidores, que suelen ser los mismos) es muestra de ese lado tenebroso, si bien Alonso es un recién llegado. La novela retrata la hybris y némesis de este parvenu, que tiene unos cincuenta años y lleva en este campo “veinte años tragando sapos”. Y no digo más para evitar spoiler. Autocomplacencia, machismo a veces brutal (lo que da lugar al auténtico arranque de la novela), juego sucio, buenos contactos, esposas desechables (la honesta Marta, cuya fortuna –la de su padre- será un buen escalón; los estafa a ambos) o cómplices (Clara, la compinche Clara, tan sin escrúpulos como él, pareja perfecta)… Alonso ejerce la imprescindible simpatía del depredador, y tiene capacidad de justificarse sin cuestionarse jamás, la responsabilidad es de los demás, que fueron torpes, o tontos; y siempre tiene una palabra auto contra el que critica o pone en cuestión el sistema, incluso contra quienes habían advertido señales de la catástrofe de 2008: bah, son lugares comunes para bellas conciencias; falsa conciencia. La inseguridad del arribista trasparece en sus soberbias. En su vergonzoso ligue con Noelia pierde la cartera en la que hay un papel escrito a mano muy importante: los clientes que perderán, y a alguno acaso tendrá que avisarle. Es Alonso un agente medio entre el poder que se reúne en Davos y los agentes o los inversores, pequeños o grandes. Se aprovecha de ello, ejerce desde su parcela de poder, y como buen discípulo del neocapitalismo usa a la gente como piezas con mayor o menor valor económico.
La trama apasionante de esta novela que renuncia a cualquiera de las fórmulas del thriller y que es un thriller, en rigor rigor (sin muertos, sin disparos, sin armas blancas o hilos que asfixian)
La globalización ha llevado a importar el sistema made in USA. En un libro breve hoy clásico de los economistas Messner y Rosenfeld [4] se aplica la teoría sobre la anomia de Merton, ya señalada, y son delicadamente tajantes: es un país “organizado para el delito”, porque el éxito económico es un objetivo que no sabe de trabas morales y torea bien las legales (p. 18 y sgs). Los arribistas lo tienen más duro, pero no menos claro: el camino de lo ilegal permite alcanzar objetivos que no son accesibles a todos más que de esta manera. Carlos Alonso es criatura de Messner y Rosenfeld, porque la globalización es –entre otras cosas- un sistema de importación y exportación de buenas costumbres.
Noelia y el ausente. Más simpática nos resulta Noelia, que ya abandona la juventud, aunque aún está lejos de la edad de Alonso. Es traductora jurada internacional, y primero la vemos ingenua (tal vez); más tarde, artera (tiene sus razones). Alonso la usa, y eso será uno de los motivos del derrumbe de este antihéroe. Noelia tarda en comprender (en darle nombre) a algo muy importante que sucede al principio; sí, eso es una violación, ese tipo te ha violado, ¿cómo tardas tanto en…? Su corazón está herido, sufre mal de amores desde antes, y el sujeto que las merecía es un viejo amigo de Alonso, llamado Philip, con quien se prometía un futuro. En la crisis de la novela (segunda parte, Deshielo) perderá incluso a su socio en la empresa de traducción que ambos habían levantado y prestigiado ante aquel mercado feroz.
La lectura atrapa, pero no solo por la acción, que es trepidante sin efectismos, sino por la verdad dolorosa que se desprende de estas ficciones
Nos intriga ese Philip, Philip Ookenshaw, al que la autora le concede un monólogo ya avanzado el rompecabezas. Con Alonso y con Monroy tuvo complicidades, cierta amistad. Fue el amor de Noelia, pero él tuvo que dejarla, el deber le imponía otra pareja (“… reconocía que me había portado con ella como un miserable”, frase que implica cierta ética en este tiburón, reflexión improbable en Monroy o en Alonso). El deber, ya saben. Pero durante casi toda la secuencia cumple funciones de personaje ausente; hasta que la autora le da voz, porque su perspectiva es imprescindible para la comprensión de cada una de estas citas, que invocan a Davos, que están influidas por Davos, aunque se desarrollen casi siempre en otras partes.
Las ruinas forman parte del paisaje. Si la primera parte, Tormenta, plantea el conflicto cuando han pasado solo unos meses de la quiebra de Lehman Brothers y la estafa piramidal de Madoff, la segunda, Deshielo, arranca seis años después y desarrolla una intrincada e intrigante conspiración contra el propio Alonso, que no está solo, ni mucho menos indefenso. Eso sí, la acción da la vuelta, y esa vuelta nos lleva al vértigo del lector, situación que se agradece siempre cuando, como en este caso, se lleve con mano maestra y adecuadas dosis. Pero, ay, mejor no dar más detalles de la trama apasionante de esta novela que renuncia a cualquiera de las fórmulas del thriller y que es un thriller, en rigor (sin muertos, sin disparos, sin armas blancas o hilos que asfixian). Tras la crisis de Deshielo, se desarrolla con relativa brevedad la catástrofe de Inundación, tercera y última parte. Aquí, ya sería impertinente dar detalles.
De la novela importa mucho el paisaje en que se desarrollan las tramas hasta la catástrofe final: desde el derrumbe de 2008 y sus consecuencias; la ruina de gentes medias; el lavado de dinero y su especulativo botín; la violencia sin armas de la trata de valores y dinero; la banca, riesgosa y a salvo, a la que sirve Alonso y de la que Alonso se sirve, hasta que… La política está al fondo, no hace acto de presencia directa. Hay un amplio y profundo conocimiento de la realidad económica por parte de María Antonia Quesada, que además de su formación universitaria es periodista experta en economía. Por ello, la autora sabe dibujar ese paisaje o ese retrato de delincuentes económicos con dama discordante. La lectura atrapa, pero no solo por la acción, que es trepidante sin efectismos, sino por la verdad dolorosa que se desprende de estas ficciones.
Tres citas en Davos. María Antonia Quesada. Olé Libros. 324 páginas. 2024.
[1] Estructura social y anomia, estudio incluido y completado en: Robert Merton: Teoría y estructuras sociales. México: Fondo de Cultura Económica. 1987. En p. 170 y sgs.
[2] Malpaso Ediciones. 2017. Traducción de Victor Altamirano.
[3] Branko Milanovic: Capitalismo, nada más. Traducción de Teófilo Lozoya y Juan Rabasseda. Taurus, 2020.
[4] Steven F. Messner; Richard Rosenfeld: Crime and the American Dream. Wadsworth Publishing. Ediciones desde 1995.