viernes. 29.03.2024
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Así se titula una película (1977) de Luis Buñuel, con Ángela Molina y Fernando Rey, la última del gran cineasta aragonés. El título resume su argumento, un señor maduro que desea a una mujer joven. Lo demás es fácil imaginar, aunque no lo sea tanto convertir esa frustración amorosa, común entre las personas, en obra de arte. Transformar lo cotidiano en arte es muy difícil de conseguir. Cotidianos, como el amor y el deseo, son nuestros libros. Quizá carezcan de arte porque muy pocas personas los desean, o quizá sean un arte tan elevado y sublime que no pueden llegar sino a muy pocas personas. De todo hay en este mundo de la literatura, donde no todo libro merece ser objeto del deseo, o merezca la pena ser leído, por mucho que nuestro gran Cervantes afirmara que no hay libro malo; él, sin embargo, quemó bastantes y criticó duramente los bestseller de aquella época, los tan extendidos y divulgados libros de caballerías, que en lugar de formar, deformaban, hasta provocar la locura. Y es que cuando la industria, el negocio, está por medio, se acaban la literatura y  el arte, y se extiende y divulga la chabacanería, la vulgaridad, que atonta y parece que entretiene, cuando realmente constituye una pérdida de tiempo. Lo malo abunda, mayormente en el mundo del arte, como la pintura, la música, y, sobre todo, en la literatura. Desde que se inventara el ordenador han surgido, como hongos, escritores por doquier, y analfabetos atrevidos que amparados en el correcto escribir de los programas informáticos, sumando palabras y frases, se montan películas llenas de anacronismos, errores gramaticales y razonamientos de perogrullo. Y nos hacen creer que eso es literatura, porque se entiende, o poesía, porque no se entiende. Así vemos estanterías en las librerías pobladas de chorradas, literatura mala -perdón por llamar así a cualquier texto- y premios de la industria para ocultar en muchos casos evasión de capital o blanqueo de dinero. Es el negocio. La literatura se ha convertido en negocio. Nada es lo que parece ser. Por eso no es extraño que en España la gente no lea. A tenor de lo manifestado, pienso que hay más escritores que lectores, y no porque se haya extendido el analfabetismo, sino porque se ha extendido el negocio, la industria y la publicidad que convence de las virtudes de un libro, cuando en su interior no hay más que vicios, desde el idioma mal utilizado, al contenido, textos perfectos pero vacíos, sin fuerza, sin enseñanza, sin provecho, sin conclusión. Mensajes y artimañas para vender un producto desprestigiado y evitar que afloren los que puedan influir en el pensamiento, en la vida, en la cultura. Un caso flagrante lo tenemos en los libros que cada curso se suelen recomendar como lección obligada a nuestros alumnos del Instituto, que en muchos casos son malos, abominable su lectura y con construcciones, que pueden quedar bien en el habla vulgar y cotidiano, pero no encajan en un texto que se las dé de literario, y no digamos mínimamente bello, sonoro y cadencioso, que resalte las innumerables virtudes de nuestro rico y expresivo idioma. Y eso cuando no se encuentra uno construcciones incorrectas, conjugación del verbo a destiempo, o simplemente galicismos, y otros barbarismos por el estilo. Y luego el profesor de turno exige que el alumno se exprese correctamente...  Los chicos se aburren porque adolece la narración de cierto enganche, imaginación e intriga. Textos vacuos, sin fuerza. Les quitan las ganas, entonces y cuando sean mayores, de volver a abrir un libro. ¿Para qué?

Aquí puede radicar, entre otros, el motivo de que sea España uno de los países donde menos se lee de Europa, donde hay gente, incluidos los políticos y empresarios, que desde que dejaran el cole no han agarrado un libro en su vida, tanto es así, que ni el paciente se detiene a leer el prospecto de la medicina que debe tomar. Eso es mucho leer, me dijo alguien muy famoso en una ocasión. E iba de artista el susodicho.

Como no quiero escribir más, para evitar el rollo, y no irme en demasía de la lengua tirando de la pluma, anotando nombres populares y poniendo ejemplos de construcciones gramaticales o sintácticas, donde abundan los galicismos cada dos líneas, les muestro este video donde un circunspecto jovencito, que está a la última en barba e inventos, nos muestra uno adecuado para el conocimiento, que puede sorprender hoy más que nunca, y que no debe ser olvidado por generaciones futuras. Haciendo buen uso del mismo, puede acompañarnos durante toda la vida, pues no es árbol de hoja caduca como otros soportes, a cuya mayor sofisticación va acompañada mayor labilidad. Se lo muestro ahorrándome líneas, y evitar el mucho leer, a la espera de que algún día no muy lejano, el libro sea el último invento y más moderno, sin obsolescencia programada, para la lectura y escritura correctas, y se convierta en ese objeto del deseo, como el cuerpo del ser amado. Así, ahorrando esfuerzos, me acomodo a estos tiempos “modelnos”, donde impera la pantalla de píxeles y nos deslumbra el texto virtual. Muy propio de una “sociedad líquida”, como dijo el otro. Ya explicaré esta novedosa característica social. Ahora acabo emulando a lo dicho por ese otro, como ejemplo donde los haya de la riqueza de nuestra lengua, otro muy conocido, no el de antes: “que un libro es un libro”. Y ¿un vaso? Y ¿un video?

El libro, oscuro objeto del deseo