jueves. 25.04.2024

Nos permitieron reencontrar amistades perdidas, compartir mucha más información y hacerlo de un modo más sencillo. Fue un enganche inevitable para una generación con claras necesidades de comunicación.

Cinco años después de la creación de Facebook en español (y cuatro para Twitter), el uso de las redes sociales se ha masificado indudablemente. Son pocos los que, hoy en día, no disponen de una cuenta y de un círculo de amigos en el mundo virtual.

El uso ha llegado a hacerse tan frecuente que incluso se ha hablado en muchos medios de la aparición de nuevas patologías: adicción, insomnios, aislamiento social, etc... Paradójicamente, Internet y las redes sociales –las herramientas de comunicación integral del siglo XXI– han supuesto para ciertas personas un desorden existencial y la fuente de graves problemas de incomunicación.

Este año 2012 inició con un nuevo record de Lady Gaga. La cantante americana ha superado los 25 millones de seguidores en Twitter –un poco más de la mitad de la población española– y ya no es el único caso: Justin Bieber, el ídolo de las adolescentes, también la sigue en esa carrera imparable por la fama virtual. Otros fenómenos como Shakira surgen en el horizonte latinoamericano con 17 millones de seguidores.

Pero centrémonos en el aspecto político. Las redes sociales han cambiado la forma de hacer política y uno de los primeros en haberlo entendido es el actual presidente estadounidense.

Con más de 18 millones de seguidores en Twitter, Barack Obama ya puede considerarse una estrella. Su eterna sonrisa y su estilo desenfadado se han difundido por las redes sociales y gozan de un gran reconocimiento desde que fue elegido presidente en el 2008.

Obama es el primer político en integrar oficialmente las redes en su comunicación y el único en competir con figuras como Oprah Winfrey, Shakira o Britney Spears. Mucho más lejos, le siguen Hugo Chávez (con 3,3 millones de seguidores) y Dilma Roussef (con 1,6).

Siguiendo el ejemplo del presidente norteamericano, las redes se han convertido en una herramienta elemental para la comunicación política pero, no tanto para difundir un mensaje, sino más bien para evaluar la popularidad de la personalidad pública. Mientras más elevada sea la cifra de seguidores o amigos, más impacto tiene el político en el votante y en los medios de comunicación.

Esa obsesión por la popularidad ha provocado que muchos equipos de campaña en Estados Unidos hagan todo lo posible (e imposible) para ganar seguidores. De hecho, existen diversas quejas sobre prácticas fraudulentas para incrementar ese número y así parecer más influyentes ante los ojos de la opinión pública.

Pero un caso más interesante sobre el uso de Internet se observa en Colombia y Venezuela, donde el monólogo –a veces desentonado- de algunos dirigentes (como Álvaro Uribe o Hugo Chávez) impiden que los debates se centren en las soluciones y se orienten más hacia las polémicas marginales. De esta manera, se genera un ruido innecesario que desorienta a la opinión pública e invisibiliza a los candidatos políticos que tienen alternativas constructivas.

Todos estos ejemplos evidencian la existencia de estrategias en las redes sociales para la construcción de una imagen y la desorientación de la opinión pública. Muchas veces, no es el mensaje lo que prevalece, sino una desmedida ciberpresencia.

Las redes sociales, el nuevo medio de las masas