viernes. 19.04.2024

antonioJanusz  Korczak es un personaje de gran relevancia internacional que, sin embargo, es poco conocido en este país. Mi amigo Antonio Pombo Sánchez, pediatra compostelano, ha publicado un hermoso libro (La derrota de la razón,  Xoroi Ediciones, 2017), con el que intenta recuperar para la memoria colectiva la figura de este educador y médico que tuvo, durante su trayectoria vital, una  conducta rigurosamente ejemplar entregada a la atención de la infancia desprotegida. 

Cuando ya era un pediatra prestigioso abandonó su trabajo en el hospital y la atención a los hijos de las clases altas de Varsovia para dedicarse plenamente a atender a los niños desamparados. Fundó y dirigió dos  orfanatos ( Dom  Sierot en 1912 y  Nasz  Dom en 1919), que acogieron a centenares de niños judíos y polacos, rescatados de una vida de abandono y mendicidad. A esta tarea dedicó la vida entera hasta su muerte en 1942.

El momento final de su vida  fue un acto de gran  heroísmo,  reflejado en la literatura (“El pianista”, de  Wladyslaw  Szpilman ), en el cine (" Korczak", de  Andrzej  Wajda), y en el teatro ("Último tren a  Treblinka", dirigido por  Mireia Gabilondo ). El 5 de agosto de 1942 los nazis (que invadieron Polonia en 1939 y crearon el gueto de Varsovia al año siguiente) obligaron a los doscientos niños que quedaban en el  orfanato a subir a un tren que los llevaría a la muerte en el campo de exterminio de  Treblinka (“tren de muerte, anden de muerte” escribió el poeta Jaime Vándor).  Korczak, con la salud ya muy deteriorada en aquellos momentos, no abandonó a sus protegidos: se puso al frente de la comitiva y acompañó a los niños (que pensaban que iban de excursión) a un viaje que él ya sabía que los llevaba camino de la muerte.



Este acto final es la conclusión lógica de una vida  de coherencia implacable gobernada por uno severo compromiso ético.  Betty J. Lifton (The King of Children: The  Biography of Janusz Korczak, 1988) escribió a este respeto: “La decisión de abandonar la medicina para ocuparse de los huérfanos pobres, la decisión de vivir en el gueto con ellos, la de ir a Treblinka con los niños: estaba en su naturaleza. Korczak era así”. Es muy destacable esta decisión final de su vida; no abandonar a los niños y acompañarlos al terrible destino tiene un elevado valor simbólico y moral. Pero, aun así, lo más relevante es la coherencia irreductible de una vida entera. Él mismo escribió, de manera  premonitoria: “Lo más fácil es morir por una idea (...). El pecho agujereado por las balas, un arroyo de sangre...y un sepulcro lleno de flores. Lo más difícil es vivir por una idea, día tras día, año tras año”.

En aquellos tiempos de Holocausto, barbarie y desolación, la vida de  Korczak es una presencia luminosa que debemos recordar. Para eso sirve el libro de Antonio Pombo: para no olvidar que el Mal está siempre presente en la historia de la Humanidad, y hace falta tener referentes a los que seguir para hacerle frente. Los campos de refugiados que acogen a millones de personas fugitivas de sus países de origen tienen una enorme semejanza con los campos de concentración. En pleno siglo XXI son los países occidentales los que ponen barreras, convierten la vida de tanta gente en un horizonte sin salida y miran para otro lado. Hay que estar alerta, porque las desgracias del pasado pueden volver a repetirse, y no lo debemos consentir.

La vida ejemplar de Janusz Korczak