jueves. 28.03.2024
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Fran Vargas era un pastor que había llegado hace años a España para traer la palabra de dios. Nada más llegar de Guatemala, donde había nacido, se instaló en un barrio obrero en el extrarradio de Madrid. Con los años fue congregando a un grupo de fieles compuesto tanto por emigrantes como por españoles. Gente humilde, poco culta, con muchas ambiciones de una vida decorosa y muchas más frustraciones que los ataban a la orilla de la sociedad de consumo, sin perspectivas y llenos de incertidumbres. Incertidumbres que no encontraban respuesta en las instituciones del Estado, las administraciones, la política, los sindicatos ni las religiones tradicionales.

Con este rebaño, pese a las aportaciones puntuales de todos ellos, los ingresos de la «Iglesia Universal del Renacer Evangélico» no daban para mucho. Pero al pastor Fran Vargas le llegaban ingentes recursos de otras iglesias neopentecostales posmilenaristas sobre todo de Estados Unidos y Brasil. Con estos recursos no solo podía vivir con holgura, también ayudar a sus feligreses a paliar sus necesidades básicas, desde todo lo necesario para el colegio de los niños, a una ayuda puntual para llegar a fin de mes, pagar una letra atrasada o comprar ropa digna para ir a la ceremonia de los domingos, es decir falda por debajo de las rodillas y blusa de manga larga las mujeres; traje, camisa y corbata los hombres, vestido para las niñas y pantalón corto y camisa de manga larga para los niños. Ir a la iglesia bien presentables, afeitados, perfectamente peinados, las uñas limpias, era fundamental. En caso contrario podían ser castigados. También con el dinero que recibía pudo comprar un local en el barrio que adecuaron como templo, hacer una pileta para los bautismos y también adquirir un par de guitarras para acompañar los cantos.

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Una tarde, viendo un reportaje sobre la «España vaciada» al pastor Fran Vargas se le ocurrió que su iglesia podía instalarse en un pueblo abandonado. Se puso a la tarea con sus dos diáconos más espabilados. A las iglesias norteamericanas y brasileras les pareció muy interesante y se ofrecieron a participar en el proyecto comprando los terrenos y aportando los recursos necesarios para la reconstrucción del pueblo. El pastor contrató un despacho que se encargó de los trámites y permisos necesarios para la compra y la edificación y la elaboración de los proyectos de obra. Adquirieron un pueblo abandonado entre Granada y Málaga. Durante un par de años los feligreses, a los que se sumaron voluntarios de las iglesias norteamericanas, latinoamericanas y algunos portugueses, trabajaron con ahínco y devoción, construyendo un nuevo pueblo con todas las infraestructuras necesarias para vivir de acuerdo con las disposiciones divinas. Al pueblo lo llamaban «el tabernáculo».

El edificio principal del pueblo era el templo situado en la plaza principal, donde antes estaba la capilla, y donde estuvo el Ayuntamiento ahora estaba las oficinas de la «Iglesia Universal del Renacer Evangélico», donde el pastor Fran Vargas tenía su despacho y funcionaba el «centro de difusión» equipado con todo lo último en tecnología y gestionado por expertos en comunicación a través de las redes. El pueblo contaba también con un colegio y una guardería a cargo de una pareja de voluntarios llegados de Ecuador, un ambulatorio que atendía una enfermera, diacona, una de las fundadoras de la iglesia, un hotel, supermercado, centro de ocio, entre otras cosas. También prepararon la tierra y dispusieron de todos los elementos para volver a plantar olivos y producir aceite y dedicaron parte de los terrenos para un gran huerto, un par de vacas, cerdos y un gallinero todo para el autoconsumo y poder ser autosuficientes. Muy cerca del pueblo, en un hermoso estanque de aguas cristalinas, realizaban los bautismos y representaciones simbólicas de la última cena y otros pasajes bíblicos. A veces, los fines de semana, lo usaban de merendero cuando el tiempo lo permitía.

En el templo, con un gran auditorio, el pastor Fran Vargas todos los domingos daba sus sermones y se leían tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento. Además, se cantaban himnos y otros cantos de alabanzas y ocasionalmente se hacían sanaciones. A menudo venían invitados pastores y predicadores de distintas partes del mundo. Una vez, un pastor norteamericano hizo un exorcismo. El proyecto pronto ganó notoriedad y tuvo una importante proyección entre las iglesias neopentecostales. Apoyadas por estas, se comenzó a construir un gran centro internacional de estudios bíblicos.

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A comienzos del año 2020 un desconocido virus comenzó a extenderse por el mundo, el coronavirus SRAS-CoV-2. En marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró que era una pandemia global. El gobierno decretó inmediatamente el estado de alarma. El pueblo ya estaba aislado del resto, pero el pastor Fran Vargas adoptó medidas para que este fuera prácticamente hermético. El único contacto con el exterior, con estrictas medidas de seguridad, fue la relación con la cooperativa encargada de la elaboración, el envasado y la comercialización del aceite de oliva. Pasado un tiempo se comprobó lo apropiado de las medidas tomadas, no hubo ningún caso de Covid-19.

Ese domingo, el pastor Fran Vargas, en su sermón semanal, predicó solemnemente que el coronavirus era un castigo de dios por los graves pecados que dominaban el mundo. Acusaba a las ideas materialistas, a los dirigentes políticos liberales, socialistas, a los rojos tapados, a los ateos, los científicos, al mundo irreligioso de la cultura, al resto de religiones y a los medios de comunicación impíos de haber puesto en duda su existencia y apartado a las mujeres y hombres del sendero trazado por la palabra divina de los evangelios. El mundo lo gobierna el anticristo, dijo. Añadió que esta pandemia, como en su momento fueron las diez plagas sobre Egipto, la enviaba dios para la liberación de su rebaño de los pecados que se había apoderado de los hombres y corrompido sus almas. El pastor Fran Vargas terminó anunciando la segunda venida de Cristo a la tierra y la celebración del juicio final donde solo los justos serán purificados y entrarán en el reino de dios. Fue un sermón memorable. Su vídeo se distribuyó entre las iglesias neopentecostales y se hizo viral en las redes.

Domingo tras domingo, el pastor Fran Vargas en sus sermones siguió insistiendo en el castigo del Señor y fustigando a los pecadores que había perdido la fe en dios. Denunciaba la relajación de los buenos hábitos cristianos que contenía la biblia y enseñaban los evangelios y arremetía contra un mundo dominado por la idolatría, las injurias a dios, la impureza, los falsos testimonios, la práctica del sexo placentero y no para la reproducción, el aborto, las drogas, el alcohol, el tabaco. Describía de forma cruel y morbosa los pecados de la carne, la fornicación, el libertinaje, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. En España, Europa y Asia la pandemia fue cediendo, lo que no persuadió al pastor, ya que en Estados Unidos y América Latina se extendía la pandemia y en África se aceleraba. Incluso hizo una loa a los presidentes norteamericano y brasilero por su gestión apoyada por las iglesias neopentecostales. En los cantos posteriores cada vez más ardientes, se autoproclamaban hijos de dios y urgían por la parusía con el fin de las penalidades y la gloria eterna.

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Una mañana, muy temprano, los fieles dedicados a las labores en el campo, cuando iban en los tractores y chatas a trabajar, vieron asombrados que un surco avanzaba por la tierra, rajaba la carretera y se perdía entre los olivos. El socavón los obligó a regresar. Llegaron justo en el momento en el que el resto de los habitantes del pueblo se despertaban alarmados por un par de temblores que sacudieron los cimientos de sus casas. Salieron asustados a la calle e instintivamente se dirigieron al templo. El recorrido no fue fácil, las calles comenzaron a rajarse mientras estallaban los cristales de las ventanas. Mujeres, niños, hombres, algunos con bebés en brazos, corrían esquivando las grietas que iban apareciendo en el asfalto y protegiéndose la cara de las esquirlas de vidrio. Los mayores gritaban, los niños lloraban. En algunas casas, las que estaban más alejadas, las paredes comenzaron a fracturarse para después caer con estruendo. Cuando llegaron a la iglesia, los que volvieron la vista atraídos por el estrépito que avanzaba, pudieron ver como las casas iban cayendo como fichas de dominó.

Dentro de la iglesia el pastor Fran Vargas, sin poder disimular el miedo que sentía, pedía calma a un auditorio que, de pie, abrazadas las parejas, los niños agarrados a los pantalones de los padres, no le hacían caso. Hablaban, lloraban, se lamentaban todos a la vez. La voz de un feligrés se impuso en el caos: «¡esto es un castigo de dios por nuestros pecados!». Todos callaron hasta que una mujer joven preguntó: «¿Qué pecados cometimos nosotros para que nos castigue así?». Se hizo un silencio sepulcral. Todos miraron a Fran Vargas. Abrió la boca, no salió ningún sonido. También él se estaba preguntando «¿Por qué dios nos castiga de forma tan terrible?», «¿Qué habíamos hecho?». Sintió el peso de las miradas de su rebaño sobrecogido por el silencio dentro del templo y el estruendo que venía del exterior. Tenía que pensar rápido. Entonces se escuchó su potente voz que proclamaba: «No es el castigo de dios. ¡Es el juicio final, aleluya!», al tiempo que una raja cruzaba la pared de la derecha. Aleluyas y hosannas tronaron en el templo mientras el alivio se apoderaba de todos. Ahora tenían la respuesta, era el tan esperado día del juicio universal. Primero cayó el techo, después las paredes. Unos murieron de forma inmediata y otros agonizaron bajo los escombros, pero todos ansiosos por encontrarse con el señor que los llevaría al paraíso.

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Cuando cayó el último cascote no se volvió a escuchar un ruido, un denso silencio se apoderó del pueblo solo roto por la voz de una mujer. Venía del lujoso despacho de Fran Vargas, casi totalmente derruido, donde el televisor seguía funcionando. La voz era la presentadora de Andalucía Directo de Canal Sur, informaba del excelente tiempo que se disfrutaba en todas las provincias andaluzas y mostraban imágenes de playas llenas de gente en los chiringuitos, tomando el sol, bañándose. Así habían sido los días anteriores y así se preveía para el resto de la semana. En los días siguientes ni la televisiones regionales ni nacionales ni digitales informaron que se hubiera producido un terremoto.

Juicio final