jueves. 25.04.2024
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Foto: Nuevatribuna

En 1982 hacía poco más de tres años que yo residía en Madrid, después de 15 en Londres, y me abría paso en el mundo del espectáculo español con ganas y dedicación. Ya había hecho trabajos importantes en teatro, con tres distintos espectáculos, y también en cine, televisión y radio. Había intentado actuar y producir, sin éxito, una obra argentina con dos amigos entrañables, Luis Politti y Emma Cohen. Como periodista deportivo había cubierto para Argentina e Inglaterra el Mundial de España, en 1982, y ese mismo año, mi amigo, el director teatral argentino, Jorge Eines, me convocó para un proyecto sumamente atrayente: la presentación de IVANOV, “Un Don Juan a la manera rusa”, obra de Anton Chejov que no había sido representada en España, hasta entonces. La versión española correspondía a Domingo Miras, y un motivo de atracción extra era que Juan Diego estaba decidido a interpretarlo. 

Dicho está que ya conocía a Emma Cohen y su amistad me había acercado al gran maestro Fernando Fernán Gómez, y en su casa, entonces en Paseo de La Castellana, alguna vez había compartido tertulia con Juan Diego, con quien también había coincidido en algunos trabajos en cine. Sabemos lo que era Fernán Gómez ya en el mundo del espectáculo y, por entonces, su prestigio como tertuliano, y Juan tenía una brillante carrera de éxito, y una historia de militancia. Haber podido escuchar las disquisiciones filosóficas extraordinarias de Fernando y la vehemencia analítica, de Juanito, los dos de una inteligencia sin barreras y, prácticamente en privado, en familia, ha permanecido una de las experiencias más importantes de mi vida.

Cuando en 1982 me integro decididamente en el proyecto chejoviano, Juan Diego contaba ya un bagaje profesional y de actividad sociopolítica muy reconocido, con su implicación personal en la huelga de actores del 75, por el día de descanso. Además, en 1981, había conseguido un gran éxito en teatro con El Beso de la mujer araña, bajo la dirección de su gran amigo Pepe Luis García Sánchez. Por todo ello, era ya era una figura muy respetada en el ambiente, donde también se le conocía como fanáticamente supersticioso, y en ese momento recuerdo que no toleraba las aceitunas en tanto solía vestir un jersey de amarillo rabioso. Pero, su seriedad, su compromiso, y su generosidad, me impactaron personalmente, al igual que su pasión por el vértigo y la velocidad, como si fueran parte de sus propias contradicciones. Este análisis de mi parte coincidía con mi propio momento vital y en las edades de cada uno, ya que yo había entrado en la cuarentena hacía más de un año, y que Juan Diego cumplió precisamente 40 años. a finales de 1982, cuando comenzábamos los ensayos de Ivanov.

El proyecto de Ivanov era tan ambicioso como difícil, y para mí no sólo significaba el desafío de compartir trabajo actoral en un elenco encabezado originalmente con los nombres de Juan Diego, y Emma Cohen, si no también volver a implicarme en producción.  En la compañía original estaban también Fernando Chinarro, Fernando Hilbeck, Iñaki Aierra, y Concha Gómez Conde, junto a algunos alumnos del director Jorge Eines, en la RESAD, entre los que se contaba un joven Juan Echanove. Todos nos declaramos dispuestos a lanzarnos en cooperativa en esta aventura chejoviana, pero carecíamos del capital de inversión para la producción de la obra que incluía gastos de escenografía y vestuario. Por tanto, recurrí a un viejo amigo del teatro en Buenos Aires propietario de una potente empresa agrícola argentina, que me había ofrecido ayuda si llegaba a tener algún proyecto artístico interesante Y este lo era. 

Juan Diego (dcha.) junto a Ana Belén y Cristina Almeida, entre otros, en un acto del PCE
Juan Diego (dcha.) junto a Ana Belén y Cristina Almeida, entre otros, en un acto del PCE

Con los ensayos ya comenzados llegó mi amigo de Argentina claramente atraído, para conocer de cerca los detalles. Estábamos ya involucrados, pero además de dinero nos faltaban fechas claras de presentación en teatros. Planteando la necesidad de apoyo para convencer definitivamente a mi amigo, hablé con Juan Diego y un pujante Juan Echanove que en una velada conjunta confirmaron el compromiso del grupo con el proyecto. Así se consiguió el dinero básico para echar a andar. En esos ensayos durante tres meses ocurren dos cosas muy importantes en el aspecto afectivo. Por un lado, para mí que hacía el papel de Levedev, el suegro de Ivanov, que interpretaba Juan, llevó a interiorizarnos en un juego de improvisaciones que marcó nuestra amistad, de por vida. Ya he expresado que su trabajo era muy analítico y le gustaba internarse en la profundidad de las relaciones y en el texto.  Por otro lado, fue gestándose una amistad entrañable entre Juan Diego y Juan Echanove, quien en los momentos de descanso de nuestro trabajo, nos solía entretener a todos imitando con gran talento al resto del elenco, hasta partirnos de risa.  Cuando estábamos cerca de debutar en febrero de 1983,  Fernando Chinarro declina seguir en el proyecto debido a una oferta de trabajo en televisión, y por decisión votada de la cooperativa, y respaldada tenazmente por Juan Diego, Echanove pasa a sustituirlo en el papel de Borkin, uno de los personajes protagónicos, convirtiéndose en un activo más durante las representaciones.  El espectáculo tuvo un recorrido irregular en gira por Palencia, Alicante, Valladolid, El Escorial y Zaragoza, con muy buenas críticas, y en marzo fue invitado a una temporada breve en el María Guerrero, dirigido entonces por José Luis Alonso. 

Recuerdo que al conocer y estrechar las manos de mi madre, de visita en Madrid, cuando hacíamos Ivanov hace 30 años, me dijo: “Tu madre argentina tiene las manos fuertes y cálidas como la mía, en Sevilla. Eso tiene que hermanarnos más que en la profesión, en la vida”

 Reitero que para mí constituyó además de la experiencia de mi trabajo como actor mi primera incursión seria en la producción, agradeciendo la colaboración de Mercedes Guillamón, Eva Siva en el mundo Almodovariano. Pero muy especialmente, significó el inicio una estrecha amistad con Juan Diego, que un año después conseguía su espaldarazo definitivo en cine con su trabajo en Los Santos Inocentes, dirigida por Mario Camus, fallecido también no hace mucho.

A principios de 1986, el gobierno de Felipe González hacía saber a las centrales sindicales que iba presentará un decreto ley para declarar a los actores trabajadores autónomos, en lugar de trabajadores por cuenta ajena. CCOO y UGT convocan a la profesión para informarle, y el sector se rebela con gran indignación y en febrero se proponen una serie de asambleas para decidir cómo combatir la medida a la vez que se formula insistentemente la posibilidad de fundar un sindicato de actores independiente. Varios de nosotros estábamos conectados hasta entonces tanto con CCOO y UGT, pero las asambleas se manifiestan opuestas a seguir vinculados y crear definitivamente un sindicato sectorial, que llegó a ser la Unión de Actores. Entre ese grupo de actores que convocábamos las asambleas siempre contamos con la colaboración activa de Juan Diego, que conocía desde Sevilla al presidente González, pero especialmente al vicepresidente Alfonso Guerra, en experiencias teatrales universitarias. Juan Diego  pasó a ser una punta de lanza encabezando las primeras comisiones de negociación directa con el ministerio de Trabajo. De nuevo demuestra su capacidad y su vehemencia convirtiéndose otra vez en pieza clave en esa lucha. Cuando en las asambleas se decide nombrar una Comisión provisional para conducir la creación del sindicato surgen nombres emblemáticos y famosos del sector. Se van eligiendo los cargos representativos y a la hora de elegir un Secretario de Finanzas se propone mi nombre, que comparado con el de los actores españoles de toda la vida, que se fueron implicando, era un verdadero desconocido. No tengo ninguna duda de que el empeño de Juan Diego, que confiaba en mi honestidad desde mi gestión de producción en la cooperativa Ivanov fue determinante para que yo resultara elegido.

Eran tiempos de pasar la gorra para intentar cubrir los ingentes gastos que derivaban nuestras acciones y la necesidad de mantener la actividad y las consultas jurídicas. Por tanto, desde el principio me encontré a cargo de la responsabilidad de la recolección de fondos, en efectivo, en cada reunión y en las multitudinarias asambleas. Bien es cierto que nos ayudó la implicación gratuita del despacho de abogados que tenía entre sus miembros a Cristina Almeida y Nacho Montejo, allegados a varios actores que llevaban el liderazgo del movimiento, y también a Juan Diego. Ese despacho nos permitió utilizar sus instalaciones como base . Pero fue decisión asamblearia abrir nuestra propia cuenta bancaria reiterando la independencia de toda otra institución sindical o política. Fue así que aún sin personería jurídica me encontré abocado a la labor de abrir una cuenta bancaria nominativa y otra vez recurrí a Juan Diego, para que me ayudara. En una antigua sucursal de la Caja de Madrid logré abrir la cuenta a nombre de Juan Diego Ruiz y mío, que llevaba el subtítulo de Unión de Actores, y que quedó disponible para contribuciones de quienes quisieran hacerlas. No hay ninguna duda de que en la buena disposición de la Caja obró a favor el nombre de Juan Diego, que era muy conocido para el público en general.   Posteriormente, una vez establecida la organización sindical, esa sucursal se mantuvo como sede de las cuentas oficiales de la Unión de Actores, durante los años que ejercí como Secretario de Finanzas, junto a Fernando Marín, como Secretario General.

Vale decir que desde esas negociaciones con el Ministerio de Trabajo para acordar que los actores seguían siendo trabajadores por cuenta ajena, en toda la trayectoria inicial de la Unión de Actores siempre se contó con Juan Diego. Y en los algo más de 13 años que me tocó ejercer como secretario general de la Unión, no tenía más que convocarlo para contar con él, que siempre que pudiera estaba en primera fila en nuestras movilizaciones y reivindicaciones. Primero tuvieron que ver con la demanda de la equiparación de bases de contribución a la Seguridad Social, con el resto de trabajadores, compromisos que no se habían cumplido según lo acordado en 1986 cuando se fundó la Unión, bajo el gobierno socialista del PSOE.  Estas movilizaciones posteriores, durante mi gestión, fueron realmente extraordinarias habiendo cambiado el partido gobernante al Partido Popular encabezado por Aznar, y lográndose el acuerdo finalmente con el Ministerio de Trabajo.  Ni qué hablar de la movilización sectorial, sl principio, por el NO a La Guerra que alcanzó proporciones masivas, con la adhesión de los sectores más diversos de la sociedad española y que logró repercusiones internacionales. Ahí estaba también, Juan Diego con otras figuras de nuestro mundo y de diversas otras disciplinas, interviniendo en declaraciones y manifestaciones en las que, si bien es cierto, no conseguimos el objetivo de parar la guerra de Irak, pero que sin modestia, podemos decir que tuvieron gran influencia para que en elecciones democráticas en el 2004, volviera a cambiar el color del gobierno de derechas en el poder. Y por ende, a que el nuevo gobierno socialista salido de esas elecciones adoptara la decisión de retirar las fuerzas españolas de esa guerra.

Desde entonces en más, las reivindicaciones socio laborales del sector, por la cultura en general, o ya sea en defensa de las ayudas al audiovisual o al teatro, y los derechos humanos, y un largo etcétera en el que estuviera involucrado nuestro sindicato, o CCOO del que siempre se preció también estar afiliado, Juan Diego fue la figura en primera línea, en la calle, en el Congreso de Diputados o en las Asambleas. 

Juan Diego ha sido un actor excepcional reconocido más allá de nuestras fronteras que ya forma parte de la lista de honor de la cultura española.  Su humanismo, su militancia en defensa de las causas justas extienden el reconocimiento que logró entre la ciudadanía más allá de la propia actividad cultural, al punto de quedar demostrado en el dolor respetuoso que se vio ante toda la gente que pasó por su funeral.

Este humilde homenaje ante su desaparición es personal de alguien que se ha sentido privilegiado por su amistad prácticamente durante 30 años, y que se manifiesta agradecido por haber contado con el apoyo de una figura ejemplar por donde se lo mire en la cultura de este país. Hasta sus últimos días nos manteníamos en contacto, aunque fuera por teléfono o mensaje en medio de la pandemia que hemos padecido, y al saber por mí o por otra vía, algún mal que me aquejara, ahí estaba para aconsejar que me cuidara.  Ya expresé que era un año mayor que él, y si bien pareciera lo más lógico señalo que pocas veces mencionaba el mal que lo aquejaba, y cuyas consecuencias apagaron su vida. Para mí, también habla del generoso afecto que me distinguió siempre desde 1982. Recuerdo que al conocer y estrechar las manos de mi madre, de visita en Madrid, cuando hacíamos Ivanov hace 30 años, me dijo: “Tu madre argentina tiene las manos fuertes y cálidas como la mía, en Sevilla. Eso tiene que hermanarnos más que en la profesión, en la vida”. 

Gracias por esa hermandad, y vamos, vamos, todavía.

Juan Diego, actor excepcional, persona comprometida con las causas justas, un amigo