jueves. 28.03.2024
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El hijo del chófer es un libro escrito por Jordi Amat que fue publicado a finales del Primer Año de la Pandemia, 2020. Aunque aparece en una colección habitualmente dedicada a la narrativa (Andanzas, de la editorial Tusquets), El hijo del chófer no es en modo alguno una novela, es un ensayo, un ensayo biográfico con la vida del periodista español Alfons Quintà (1943-2016) como eje central, un ensayo escrito con el objeto de aprovechar tan tremebunda trayectoria vital para ahondar (no es la primera vez que lo hace Amat) en la historia reciente de Cataluña. Un ensayo con evidentes pretensiones de narrativa, que alguien podría tomar por una novela negra política. Algo que no es, ni imagino que lo pretenda. Porque lo que sí es este ensayo es un abrumador repaso por las excrecencias morales y hasta físicas de un ser humano nauseabundo que me acaba por resultar absolutamente incomprensible que tuviera tantas responsabilidades y hubiera tantos seres humanos dispuestos a contar con él.

“La verdad nunca se puede decir completa porque no se puede decir todo al mismo tiempo”.

Una ilusión biográfica

Existen dos realidades según le leo a Amat (que recalca al principio de su libro asimismo que “la vida no tiene argumento”): la realidad “donde la vida pasa” y “la dimensión oscura de la realidad”.

Esta biografía es, como todas las escritas, lo dice él, no lo digo yo, “una ilusión biográfica”, y lo es de una manera “oscura, demasiado, como su protagonista”, Alfons Quintà.

Que la información es poder Alfons Quintà lo sabe muy pronto: con la que tiene sobre las actividades políticas de su padre chantajea a Josep Pla a sus casi infantiles 16 años.

“¿Por qué su biografía está tan llena de singularidades y extravagancias?”

De extravagancias y salvajismos: en 1968 llega a amenazar pistola en mano a la novia que acaba de abandonarle.

Demasiada Cataluña

Su primer artículo periodístico aparece en octubre de 1969 en el vespertino barcelonés Tele/eXpres, donde había entrado gracias a su padre, que pertenece al llamado Camelot de Pla. Trabaja como redactor de la Enciclopèdia Catalana, financiada por la Banca Catalana de Jordi Pujol como un proyecto nacionalista con “una dimensión política inequívoca”.

“Habituado a la violencia verbal”, también exhibe nuestro hombre “una habilidad bronca para ser reconocido”, es además “un amante tóxico”. Misógino, homófobo y sobre todo vengativo.

“Dispone de enormes conocimientos y de una memoria envidiable, pero al mismo tiempo es un ser que, en la dimensión privada y social, resulta difícil, muy difícil de soportar. Así se muestra y así es contemplado y así se normaliza su figura en los medios periodísticos. Los problemas que van surgiendo, los de la época o alimentados por su personalidad conflictiva, los interioriza como humillaciones. Tiene que vengarlos”

Surge su odio eterno pero menos a Pujol cuando es despedido de la Enciclopèdia Catalana. También en ese mismo año 1971 es destituido en Tele/eXpres por su director, Manuel Ibáñez Escofet: más odio eterno.

Y su ascenso profesional: “tenía información y tenía un capital social del que no disponían sus compañeros de profesión”, de tal manera que “cuando comienza la Transición Quintà traza la curva ascendente de su parábola profesional”. Es el primer periodista que apuesta por Josep Tarradellas, a quien muestra como “un político veterano pero inmune a la nostalgia y sin interés por el pasado”, sin el trauma del exiliado, obsesionado por la política, por “la instrucción del futuro inmediato”. Estamos a principios de 1976.

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El niño Alfons Quintà, junto a su padre Alfons, el historiador Jaume Vicens Vives y sus hijos, y el escritor Josep Pla, en Roses, en el verano de 1953. (Foto: La Razón)

Amat escribe el relato que es en realidad su ensayo tejiendo una red de situaciones que le habrán requerido un proceso de documentación apabullante. Pero uno le lee como si tal cosa, porque Amat tiene habilidades literarias de primer orden.

Quintà será “la voz catalana del periódico que crea el poder para liderar el cambio”, El País, “impulsado por el reformismo de extracción franquista para liderar el posfranquismo”, la Transición: el hijo del chófer escribe en él desde su primer número, el 4 de mayo de 1976.

Supo aprovecharse de que en aquellos días “no existía el poder político democrático, pero sí el del cuarto poder al que él pertenece notoriamente”. A uno le llama la atención que apenas nadie de su profesión tenga buena relación con él, tal y como remarca Amat. Todo lo que tiene que ver con la truculencia de Alfons Quintà me parece sorprendente de cuanto minuciosamente destripa el autor del libro.

“No era un buen escritor de periódicos. Su prosa era descuidada, frenética, cocainómana. Pero es un buen periodista a la hora de obtener la información que revela secretos sobre las tramas de intereses y el funcionamiento del poder”.

El 29 de abril de 1980, un artículo suyo es un ataque frontal contra Pujol, que ya es presidente de la Generalitat. Quintà, que es delegado de El País en Cataluña, no lo olvidemos, es como si pretendiera intoxicar todo lo que se pueda, convertir la realidad en el cenagal donde habita su conciencia”.

Marginado en El País, que va a sacar su edición catalana, acepta irse y recibe una oferta de Pujol para hacerse cargo de la política comunicativa de la Generalitat: es la primavera de 1982. El 28 de junio, él y Jaume Casajoana aceptan de Pujol el encargo de poner en marcha un canal televisivo autonómico bajo la dirección política del secretario de presidencia, Lluís Prenafeta. Quintà quiere que este canal sea “la televisión pública de una nación moderna” y Pujol lo entiende como “el mejor paradigma del proceso de normalización que definirá su acción política: la función de Cataluña como una nación que, después de décadas de nacionalismo españolista autoritario, se institucionaliza en el Estado de 1978 a través del pacto que es el Estatut. TV3 es una pieza clave en ese proceso para mostrar la mejor cara del mito sobre el cual una sociedad se reconoce a sí misma”. 

Alfonso Quintà se encarga de alimentar su propio mito, ese que afirma que ha sido contratado para que no siga hablando del escándalo de precipicio de Banca Catalana, que a finales de 1982 apunta a ser lo que acabó siendo: la crisis más grave de la historia financiera española.

“Queremos una televisión profesional e institucional que hable de todo desde una perspectiva catalana”.

Eso decía aquellos días Quintà de TV3, un Quintà que “normaliza el caos y actúa como un tirano”, un Quintà que “muestra una excentricidad abusiva” en el arranque de la televisión autonómica catalana. Rosa María Calaf, contratada por él para el canal, detecta pronto que no es un excéntrico “sino una persona dominada por la maldad”.

Y hasta aquí: este libro es demasiado como retrato de nadie, me cansa tanta búsqueda del horror en la vida de una persona: lo dejo en la página 154, me quedan otras 100 páginas que no creo que las lea.

Eso anoté mientras atendía el libro de Jordi Amat, pero…

Quintà: más náusea

Pero me resisto a abandonar El hijo del chófer y de inmediato observo que el relato de la terribilidad de la biografía de Alfonso Quintà continúa

            “No es que sea raro o excéntrico, es pérfido”.

Come del plato de otra persona, literalmente; llega a amenazar de muerte; tras salir de TV3 ejerce como juez suplente en El Prat de Llobregat; sigue siendo un acosador sexual de manual, se desnuda delante de mujeres con las que no está manteniendo relación alguna (sic); le roba el bocadillo a algún empleado…; dirige efímeramente un diario efímero, El Observador; el impulso de venganza sigue siendo, como siempre, clave en su vida; entra en El Mundo en 1989, recién creado; pero ahora su imagen es la de alguien a quien el poder compró después de que él le atacara y dura poco allí; en 1993 ficha por el diario Avui como simple colaborador; en 2006 escribe en Diari de Girona: ha empezado su aislamiento…

Llega el verano de 2014, cuando Puyol reconoce que ha sido durante décadas un defraudador fiscal y Quintà, que desde dos años antes dirige un periódico digital, El Debat, vuelve a la carga: denuncia el sistema de control social naturalizado por la corrupción pujolista, pero su mente comienza a no controlar ya su discurso.

Y un día de los últimos del año 2016, el horror definitivo: mata a su esposa y, a continuación, se suicida. Ella era la médico Victòria Bertran. Dos disparos.

La vida de Alfons Quintà.

[Epílogo: ya que Amat menciona como modelos para despedirse el Limónov de Emmanuel Carrère y El orden del día de Éric Vuillard, puedo asegurar que el primero de los dos (el otro, quizás no) me gustó bastante más que su El hijo del chófer. Cosas de la literatura.]


El sufrimiento amable de Celia Elena Gálvez Fortún durante la Guerra Civil


Jordi Amat y la oscura anomalía que fue Alfons Quintà