jueves. 18.04.2024
LECTURAS SUMERGIDAS | REVISTA LITERARIA

J.M. Caballero Bonald: “La Transición fue un apaño de urgencia”

Por Emma Rodríguez | Acudí a entrevistar a un poeta de 88 años recién cumplidos y me encontré con un joven de espíritu crítico, de mente abierta, capaz de absorber los aires de los nuevos tiempos...

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Fotografía de J.M. Caballero Bonald realizada por Nacho Goberna © 2014

Mantiene José Manuel Caballero Bonald la desobediencia intacta, el entusiasmo despierto, la curiosidad alerta, la palabra siempre dispuesta a la sutil ironía, al hallazgo que se puede encontrar al descorrer la cortina que tapa los sentidos imprevistos

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | Acudí a entrevistar a un poeta de 88 años recién cumplidos y me encontré con un joven de espíritu crítico, de mente abierta, capaz de absorber los aires de los nuevos tiempos. No he dejado de pensar en el regalo que supone encontrarse con alguien así cuando alrededor no hacemos más que tropezarnos con conciencias cerradas, obtusas, temerosas. Mantiene José Manuel Caballero Bonald la desobediencia intacta, el entusiasmo despierto, la curiosidad alerta, la palabra siempre dispuesta a la sutil ironía, al hallazgo que se puede encontrar al descorrer la cortina que tapa los sentidos imprevistos.

¿Qué ha ganado y que ha perdido con el paso de los años? fue una de las primeras preguntas. “Perder he perdido mucho, claro. La vejez es como una acumulación de pérdidas, pero también he ganado algo; sentirme justificado, de acuerdo conmigo mismo, haber llegado a un nivel suficiente de decencia”. La respuesta le define, retrata a quien confiesa necesitar seguir subiendo a la azotea de la casa natal en Jérez, la azotea de la infancia en la que se sentía feliz ejerciendo de explorador, sintiendo el sol intenso que lo abrasaba todo y esa sensación inolvidable de plenitud que se le ha quedado pegada a la piel como una suave caricia.

- Creo que podemos empezar esta conversación en la Azotea, ese poema tan bello de Manual de infractores donde hablas del niño que fuiste, de esa mirada que ha persistido siempre. ¿Qué queda del territorio de la infancia?

- La infancia viene a ser como una memoria recurrente. Te acuerdas de pronto de cosas medio olvidadas que afloran con un nuevo sentido, con una nueva significación, que cruzan por la memoria como si te descubrieran algo que creías perdido, pero que estaba ahí, esperando su turno. Es como una especie de sedimento que resurge sin previo aviso. Ahora ya menos, pero hace un par de años, empecé a acordarme de cosas que habían desaparecido por completo y que volvían de otra forma a mis pensamientos. Entonces escribí muchos poemas basándome en esos recuerdos vagos, medio difusos. La infancia es una franja esencial de la biografía. En esos años te ocurren cosas que ya se fijan para siempre en tu modo de ser, en tu personalidad. Y yo escribo acordándome de lo que he vivido. Si no me acordase de lo que he vivido no podría escribir.

- Has dicho, ahora que acabas de cumplir 88 años, que más que nunca sientes la necesidad de escribir poesía...

- Ese es un asunto muy extraño… Además, escribir poesía a mi edad parece una actividad más bien intempestiva. Pero eso es lo que me pasa.  Sin darme cuenta, de pronto, surgió esa necesidad de contar cosas que no había contado, de expresarme de otra  manera a través de la poesía. Se me despertó en estos últimos años como una especie de urgencia, una energía diferente, rara, que me hacía sentirme como rejuvenecido, no sé, como si me sirviera de alivio, como si me defendiera así de todo lo que detesto. Y por ahí ando. No he cesado de escribir poesía en los últimos seis o siete años. Es lo único que he hecho, realmente. Antes, entre un libro y otro, podía tardar una década; ahora no. Más que una necesidad es como un destino que me obliga a escribir poesía con cierto apremio, no sé por qué. Eso es lo que me pasa.

- ¿De qué te salva la poesía o de qué te consuela?

- Siempre he dicho que la poesía tiene un elemento curativo, lenitivo. Te consuela de todo lo que detestas, se convierte en una forma de defensa contra las ofensas de la vida, te permite hacer frente a aquello que menosprecias. La verdad es que cuando escribo en contra de algo, después de hacer un poema ya sea satírico o de crítica moral, me siento mejor. Es como si hubiera descansado de una exacerbación, de un deseo de contar algo que no me podía callar.

- ¿Qué piensas cuando te levantas cada mañana y te asomas a la realidad?

- ¿A la realidad? ¿A qué realidad, a la que ahora mismo refleja la situación de la sociedad? Pues en este caso, pienso que estamos, como suele decirse, al final de un ciclo. Hemos llegado al límite de un proceso de descomposición, al límite de la inmoralidad, de la desfachatez, de la corrupción sistemática, de la carencia de principios éticos… La verdad es que ante todo esto me abrumo, me siento aturdido. Cada día hay un nuevo motivo para estar preocupados. Asistimos al espectáculo de las corrupciones, de la degradación de las costumbres -los malos modales, la mala educación-. Y está esa avarienta necesidad de cierta gente por acumular riquezas y almacenarlas fuera de España. Todos esos hipócritas que andan defendiendo la ética profesional y luego resulta que son unos corruptos al cabo del tiempo. ¿Qué más puedo decir? No me gusta nada lo que veo. Todo eso me exaspera y me llena de indignación. Ya dije alguna vez que si fuera joven me iba otra vez de España.

- Tus poemas están llenos de infractores, de desobedientes, de transgresores. ¿Todo eso te define? ¿Sigues siendo un desobediente?

- Sí. Yo creo que la desobediencia es una consecuencia del pensamiento crítico. Hay que desobedecer. Hay que decir no. Tienes que desobedecer cuando ves que lo que ocurre a tu alrededor está en contra de tus juicios más elementales, humanos, enfrentado a lo que hoy parece que se olvida con frecuencia, los derechos humanos. Los derechos humanos deben de formar parte de la doctrina cotidiana de toda persona decente.

- Sin embargo ahora estamos asistiendo al surgimiento de nuevos movimientos, partidos, plataformas que defienden el bien común, lo público. ¿Te parece esperanzador?

- Desde luego, afortunadamente. Está bien que lo recuerdes porque si no fuera así sería un infierno. Estábamos ya en las últimas, realmente, y vemos que esa esperanza existe todavía, ese vislumbre de que algo va a cambiar, de que puede cambiar. El movimiento de Podemos es un movimiento muy positivo, con el que yo estoy de acuerdo. Comparto  muchas de las cosas que están diciendo y confío en que poco a poco se vayan fraguando, organizándose mejor. Esperemos que les dejen.

- ¿Por qué detuviste tus Memorias en la muerte de Franco? ¿Cómo ves ahora, a distancia, la Transición, todo lo que ha venido después? Ha llegado un momento en el que nos hemos dado cuenta de que toda esa etapa que creíamos tan ideal no lo fue tanto…

- Sí. Yo quería escribir el tercer tomo de las Memorias, desde la muerte de Franco en adelante, pero no lo hice porque me quedé sin ganas de contar todo lo que viví muy de cerca durante ese periodo. Esos años que van de la desaparición del dictador al golpe de Tejero, fueron seis años terribles: la violencia callejera, los secuestros y asesinatos de ETA y de la extrema-derecha, los guerrilleros de Cristo Rey, Fuerza Nueva y luego el ejército en estado de alarma constante. Aquello era un berenjenal. Todo estaba al borde del precipicio. Y la Transición, efectivamente, fue un apaño de urgencia, una componenda para que la izquierda aceptara un poco para no perderlo todo y la derecha cediera algo para no perder nada. Se estableció como un ten con ten con la ley de amnistía, que impidió un nuevo enfrentamiento entre los herederos del régimen y los que abogaban por un tribunal que juzgara sus crímenes. Se decretó la Historia sin culpables, el punto y aparte y demás. A lo mejor no se pudo hacer de otra forma; a lo mejor era entonces la única solución posible, no digo que no, pero ahí hay algo que soldó mal y quedó un franquismo latente que reaparece de cuando en cuando. Nadie juzgó los crímenes cometidos durante la dictadura. Seguramente en esos primeros años no se pudo hacer porque se habría ido otra vez todo al garete. De pronto los franquistas se disfrazaron de demócratas inmediatamente, parecía que nadie había sido franquista. Todos eran demócratas. Y se prefirió no mover demasiado las cosas por temor a que se produjera otro enfrentamiento irreconciliable, a que si se cambiaba mucho lo ya establecido a lo mejor todo se venía abajo otra vez.

- En Anatomía poética, que acaba de ser publicado por Círculo de Tiza y donde tus composiciones se acompañan de dibujos del pintor canario José Luis Fajardo, hablas, como otras veces, de las servidumbres y arribismos, de las asambleas de gregarios. ¿Hasta qué punto es una sátira contra el poder, contra los poderes de todos los tiempos, contra el mal uso, o abuso, del poder?

- Sí. Se trata de una crítica del poder, sea del signo que sea. El escritor, por definición, tiene que ir contra el poder. El poder nunca es ni perfecto ni intocable. Los errores humanos son absolutamente inevitables y el escritor, el poeta, el intelectual en general, tiene que ser vigilante del poder. Entre otras cosas, en el libro está ese espíritu. Se trata de una sátira contra el poder, pero también de una crítica severa de la sociedad. Ahora menos que nunca aguanto no decir lo que pienso...

Leer la entrevista completa -incluído vídeo y audio- en la revista cultural LECTURASSUMERGIDAS.COM


J.M. Caballero Bonald: “La Transición fue un apaño de urgencia”