sábado. 20.04.2024
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La muerte de Ion Caramitru, en Bucarest, hace una semana quedó apagada y restringida como noticia a su país, Rumania, donde era muy conocido, y a redes muy especializadas por haber coincidido en el tiempo con la muerte de Jean Paul Belmondo, que ocupó abundantes páginas en la prensa del mundo entero. Pero, a nivel profesional, especialmente teatral y político, Caramitru no ha tenido nada que envidiarle a Belmondo, más bien al contrario. Lo que pasa es que si te metes en política como Caramitru en Rumania no sólo tienes que ganar elecciones con seguidores y adeptos, sino que seguro que te encuentras condenado a enfrentar a una serie de enemigos que van a criticar todo lo que haces. A Caramitru artista comprometido sindicalista y político, que terminó dirigiendo el Teatro Nacional de su país, le faltó notoriedad universal. Esa que alcanzó Belmondo como francés simpático y atrevido que hizo que su público lo llamara cariñosamente Bebel y al final tuviera en su país un funeral de estado, como por otra parte debería ser con todo artista destacado, en cualquier país que se precie en respetar la cultura, y el arte. Y en eso ante Francia hay que quitarse el sombrero. 

Durante los años 60 y 70 yo aprovechaba en Londres el poco tiempo libre que tenía para asistir a seminarios sobre Shakespeare, y a ver toda clase de interpretaciones del bardo tanto en inglés como en otras lenguas. Londres era el lugar ideal y contaba con un Festival Internacional de Teatro que historia. El City Literary Institute era un establecimiento que dependía de la alcaldía de Londres dedicado a la enseñanza artística para profesionales de todas las disciplinas, y allí tuve la ocasión de conocer circunstancialmente a un actor rumano, dueño de un inglés exquisito, que había interpretado a Shakespeare en su país, como también lo había hecho yo. Los dos teníamos un interés especial en estudiar y comparar las distintas formas de representar al clásico dramaturgo inglés. La diferencia estribaba en que yo había interpretado el Don Pedro, de Mucho ruido y pocas nueces en un pequeño, aunque prestigioso teatro independiente de Buenos Aires, y el actor rumano, Ion Caramitru había interpretado varios personajes de Hamlet, y la había dirigido en el prestigioso teatro Bulandra de Bucarest. La interpretación de mi personaje me había ganado la subvención que hizo posible que llegar a Londres a abundar en el conocimiento del autor inglés por excelencia y perfeccionar el arte de la interpretación con estudios de arte dramático específicos para profesionales. Los trabajos con Hamlet de Ion Caramitru le había valido tal reconocimiento que se hablaba de que su versión de Hamlet estaba considerada entre una de las 10 mejores en la segunda mitad del siglo XX. 


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Ion Caramitru era apenas seis meses menor que yo, y nuestras vidas después de habernos conocido fortuitamente en un seminario sobre Shakespeare en Londres siguieron diferentes caminos. Él en Rumania además de su brillante carrera como actor se involucró políticamente en la lucha por el derrocamiento del dictador Ceaucescu, con un movimiento popular que logró su objetivo en la navidad de 1989. Ion Caramitru estuvo entre la gente que ocupó la televisión oficial en ese levantamiento popular, y según me contó en alguna ocasión, algo que dijo a uno de los principales líderes, su amigo el poeta Mircea Dinescu, al anunciar juntos el éxito de la revuelta al pueblo ante las cámaras de la televisión, terminó siendo muy mal interpretada luego, cuando Caramitru fue miembro del Consejo político que se hizo cargo provisoriamente el gobierno del país. Caramitru había a dicho a Dinescu en su alocución, como buen actor, “debemos hacer algo, no puedes quedarte quieto ante la gente que espera acciones¨ (esto en traducción libre de lo que recuerdo, más o menos) Pero, luego los críticos interpretaron que Caramitru le había dicho a su amigo: “ Hay que pretender que haces algo, para convencer con acciones a la gente¨. La televisión pública se convirtió eso sí en un foro con actores y artistas hablando e informando sobre lo que se quería hacer en el nuevo gobierno. En 1993, en desacuerdo con las líneas del Consejo de gobierno Caramitru dejó la política para hacerse cargo del sindicato de actores de Rumania. Casi al mismo tiempo que yo, después de cerca de 10 años en la Unión de Actores y en Aisge, la sociedad de gestión de los actores, me hacía cargo de la conducción de la Federación de Artistas Intérpretes de España, que aglutinaba a sindicatos regionales y autonómicos de actores y bailarines.

ioCoincidentemente, entre 1993 y 1994 el presidente del Consejo de Artistas de Dinamarca, ex actor Kjeld Lofting, comenzaba con la dedicada asistencia de Elizabet Diedrichs, la titánica tarea de convencer a la Comisión Europea de crear un Consejo Europeo de Artistas. Estos Consejos de Artistas existían desde el siglo XIX en los países escandinavos, y eran según la tradición un foro de estudios y análisis entre ¨las personas sabias representantes de todas las disciplinas artísticas¨ que aconsejaban a los gobiernos a diseñar anualmente su política cultural. En el marco de los países escandinavos incluso existía un Consejo de Consejos de Artistas escandinavos encargado de plantear una política cultural común. Este Consejo Escadinavo apoyaba el emprendimiento de Kjeld Lofting de crear un Consejo Europeo de Artistas, con aportación económica y también de la Comisión Europea, para lo cual fue reclutando dirigentes de organizaciones sindicales de artistas en todos los países de Europa, tanto del este como del oeste. Lo logró en España conmigo y en Rumania con Caramitru, con lo cual en 1994 y en 1995, dentro de los Congresos y conferencias constitutivas de este Consejo Europeo de Artistas volvimos a encontrarnos con Caramitru, y así fuimos cultivando nuestra amistad que iba a dura casi 30 años hasta la actualidad.

Recuerdo con especial añoranza el Congreso celebrado en Skagen punto más septentrional de Jutlandia en el norte Dinamarca, donde se juntan el Mar Bálltico con el Atlántico, en una línea increíblemente divisable en las aguas. Los congresos de ECA eran seguidos de una conferencia en la que disertaban y debatían expertos del tema de análisis y discusión que fuera elegido cada año. La idea, aunque algo bucólica era fascinante y enriquecedora y ya había sido elegido primer presidente del Consejo Europeo Eamonn Andrews destacado pintor irlandés. Se decidió elegir por votación también dos vicepresidencias, una representativa de los países del este europeo y otra del oeste, para lo cual fuimos elegidos Caramitru y yo mismo, respectivamente. Creo, en principio, que se optó por los dos actores dado que se nos suponía capacidad de exponer de viva voz. con claridad y en diferentes lenguas, las reivindicaciones que ECA se planteaba para el seno del Congreso Europeo, el Consejo Europeo, y la Unesco. ECA no presentaba reivindicaciones laborales como es labor propia de un sindicato sino de política cultural que afectara a cada sector representativo.


Un amigo de verdad, un artista de la guitarra de ensueño


En esa pequeña ciudad de Skagen, conocida por una escuela pictórica, reunidos en un antiguo castillo, una noche de tormenta después de la cena, todos los asistentes nos reunimos a tomar una copa y departir, cuando se decidió improvisar un evento artístico con la participación de los artistas intérpretes asistentes. Porque está claro que no todos lo eran abarcando todas las disciplinas desde las artes visuales, los autores, hasta los arquitectos, junto a músicos, bailarines y actores. Señalo esto con particularidad porque la delegación española estaba constituida por un representante de las artes plásticas, y por mí mismo, actor, acompañado por la ex bailarina y coreógrafa, Ana Cabo, entonces presidenta de la Asociación de Profesionales de la Danza, que integraba nuestra Federación de artistas. En cambio, la de Rumania estaba integrada por Ion Caramitru y un arquitecto que era también un destacable contable, y que fue mi gran asistente en mi etapa como presidente. Ana Cabo, con el apoyo musical de un fantástico músico y compositor representante de Islandia al piano, Hjalmar Ragnarsson, se lanzó a improvisar una danza flamenca. A la luz de candelabros respaldando la electricidad común que corría peligros de cortarse con la fuerte tormenta fuera, y el resplandor del fuego de una gran chimenea, el momento se convirtió en algo increíblemente fascinante, a lo que me sumé yo, bailando un tango con Ana, a la vez que me largué a recitar un poema de Jorge Luis Borges en español, culminando con la guinda de Ian Caramitru con su imponente voz y cerca de la chimenea, que recitaba en perfecto inglés monólogos shakespereanos de Hamlet. Difícil de explicar, pero sólo los algo más de 50 asistentes esa noche pueden dar cuenta de que en el norte de Europa, las artes de distintas fuentes y cuerdas crearon un evento mágico muy difícil de olvidar.

Esa noche y las reuniones como vicepresidentes terminaron por consolidar la amistad que había surgido entre Caramitru y yo. Nos veíamos en los Consejos Ejecutivos que se reunían con cierta frecuencia en los distintos países de los países miembros, y que se celebraron en Madrid y en Bucarest también. En 1996, en el Congreso de Bruselas, Eamonn Andrews anunció que no seguiría en la presidencia para el Congreso de 1998 a celebrarse en Salzburgo, la ciudad austríaca en la que nació Mozart. Por tanto, éramos candidatos naturales a la presidencia Ion Caramitru y yo. En una increíble encuesta personal por decisión propia de Ana Cabo, que ya había hecho tanteos en Skagen, me dijo que era muy probable que yo ganara por el propio atractivo que ejercía España y las actuaciones destacadas tanto de ella como mía en cada conferencia y congreso. Lo hablamos con Caramitru, y me dijo que no me preocupara porque él tenía ciertas ambiciones políticas en su propio país. Se concretaron efectivamente cuando fue nombrado ministro de Cultura de Rumania en 1996, cargo que desempeñó con destreza y valentía en tiempos muy difíciles para su país, hasta el año 2000. Ahí cobró figura europea en distintos países, incluso participando en na una Conferencia de Intercambio Cultural en la Universidad de Alicante, en 1989, en donde aún se recuerda su participación y sus recitados de Hamlet. 


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Con el comienzo del nuevo siglo volvió al teatro y al cine, donde interpretó un destacado papel de aristócrata italiano en la película, "Amén", del griego Costa Gavras. Antes y después trabajó en cantidad de películas rumanas y europeas, más de sesenta. Y en el 2005 fue nombrado Director del Teatro Nacional de Rumania en Bucarest, cargo que desempeñó hasta su muerte. Yo que ejercí de presidente de ECA de 1998 hasta el 2002 tuve cantidad de encuentros, en un par de ocasiones invitado por él como ministro de cultura en Bucarest. Y en los años posteriores hasta el 2016, en los que me desempeñé como vicepresidente de la Federación Internacional de Actores -FIA-, otras tantas veces me entrevisté con él en su magnífico teatro que modernizó estéticamente y socializó logrando atraer a la gente joven. Su terraza en el último piso del teatro era un encuentro de la cultura y la juventud hasta altas horas. Y también recibí invitaciones de su parte para presentar algún proyecto lorquiano, en español, autor al que mucho admiraba. En el 2019, a raíz de un concierto en Rumania de un conjunto de jazz que integran uno de mis hijos, y mi nuera, su mujer, volvimos a contactar, y comenzamos a hablar sobre un espectáculo de tango con textos de Jorge Luis Borges, para presentar en su teatro. Todo quedó desdibujado en la nada con la tremenda pandemia que hemos vivido desde el 2000.

Además de cantidad de condecoraciones en su país, ha sido designado OBE, Oficial del Imperio Británico, por su contribución al intercambio en la cultura entre los dos países, y Caballero de Honor de las Artes y las Letras en Francia. Hablan de lo reconocido que fue mi gran amigo rumano, Ion Caramitru, un gran actor, pero también un gran defensor de las artes en la política cultural de su país y europea.


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