Es tan fácil como querer relacionar dos ámbitos disjuntos, dos campos que nada tienen que ver entre sí. Al fin y al cabo otra aplicación de un aforismo indiscutible: La inteligencia cuestión de contexto. Quizá fue lo que le ocurrió a Andrés Trapiello, allá por el año 1998 –ya ha nevado-, cuando, frente a la oposición dialéctica de Pere Gimferrer, escribió aquello de “Me parece aberrante que a los niños se les explote en una cama, y que se haga ostentación de ello”. Se refería a lo contado por Jaime Gil de Biedma en su libro Retrato del artista, 1956, que él mismo reproducía. Narraba detalles de su comportamiento, como sus experiencias homosexuales con menores en la prostitución de Manila, que años más tarde le llevó a escribir: “Es una pesadilla cuya realidad voy aplazando; duele todavía y el día que deje de dolerme habré dejado de ser una persona decente”. La discusión con Pere Gimferrer, se produjo en El País, “Cartas al director”, y ahora ha vuelto a actualizarse a propósito de la inclusión del legado de Gil de Biedma en la Caja de las Letras 1.602 del Instituto Cervantes. La cita anterior de Gil de Biedma fue repetida por el director del Cervantes en defensa de su inclusión, ya que ha suscitado también el rechazo de algunos, escritores incluidos. García Montero defendió al autor de Las personas del verbo recalcando que fue “una persona decente, no un puritano” y, sobre todo, un poeta del que todo español debe sentirse orgulloso.
Pues bien, sin duda con toda intención El País publica también este pasado 16 de enero, en la misma página 30, el rechazo de Macron a que A. Rimbaud entre en el Panteón del Barrio Latino de París, en cuyo frontispicio se lee: “A los grandes hombres, el reconocimiento de la patria”. Ambas noticias, relacionadas como queramos y mezcladas con otras, nos meten de lleno en el tema Ética-Estética, nada menos. Y nada más, claro, porque tiene que ver con aquella frase que escribió Borges en uno de sus cuentos: “Somos el 99% del tiempo moralistas y sólo el 1% geómetras”, lo que nos llevaría a replantearnos qué es eso de “los grandes hombres” y, por supuesto, a lo de Andrés Trapiello y las camisas de once varas. Título, por cierto, de uno de los libros del “caballero” José Luis Borau, a quien ya nadie recuerda y que estimamos, nunca habría pronunciado tal sentencia. Porque, cabe preguntarse, por ejemplo: ¿Quién tiene más méritos para ser “un gran hombre”, el padrastro y general de Charles Baudelaire o el mismísimo autor de Les fleurs du mal? Claro que Gil de Biedma podía haberse callado sobre todos esos episodios de su vida –a saber cuántos “grandes hombres” también los tuvieron y los silenciaron para siempre bajo la sempiterna hipocresía-, pero los contó: ¿exhibicionismo? ¿provocación? ¿mala conciencia? En cualquier caso, la Caja 1.602 del Instituto Cervantes no es ya la de Gil de Biedma por lo que hiciera o dejara de hacer en su vida privada. Lo es por lo que escribió, por la importancia que tienen sus poemas en la mejor poesía española de nuestro tiempo; y sólo por eso. ¿Esgrimen alguna razón en contra de Las personas del verbo los que se han opuesto –escritores, algunos?-. No, son inquisiciones morales. Si no separamos tajantemente -con la navaja de Ockham, si es preciso- esos dos mundos, las cuestiones que se desencadenan son cientos y, lo que es peor, no se pueden resolver porque están mal planteadas. Es aquello de los ámbitos disjuntos. Veamos unos pocos ejemplos:
¿Qué hacemos con la pintura de Caravaggio, “el pintor asesino”, provocador, loco, pendenciero? ¿Quemamos mañana mismo “Judit y Holofernes” en la plaza pública? ¿Qué lugar le reservamos a Nabokov como instigador de la pedofilia? ¿Cómo tratamos a Gauguin? ¿Con cuántas jovencitas de Tahití se acostó el pintor hasta que murió de sífilis? La lista se puede hacer interminable: Baudelaire, Henry Miller, Bukowski, el pintor Francis Bacon. Y cientos más, como decimos: ¿Tachamos para siempre “El Cuervo” de E.A. Poe porque Virginia E. Clemm tenía 13 años cuando se casó con él? Todos están relacionados con la figura del “maldito” que luego ya, en el siglo XX, cuaja de lleno en el rock and roll y la música pop en general. Y aquí ya sí que la lista no tiene fin: epítome, Marilyn Manson. El último escritor maldito, que murió en marzo del 2020, no tiene parte sana por donde cogerlo. Se llama Eduard Limonov y es el autor, entre otros, de El libro de las aguas, Fulgencio Pimentel, Logroño, 2019. Para atajar les remito a un artículo del que subscribe, que tienen a golpe de dedo a través de Google, en República de las letras, “El fenómeno Limonov”, 29-09-2019, donde se habla, por ejemplo, de otro de sus libros, A la caza de la puta joven; también se recuerda cómo estuvo en Srebrenica, junto a Radovan Karadzic, ejerciendo de genocida, matando croatas. También se reproducen unas declaraciones suyas sobre las delicadas muchachas de de la Rue de Petit-Musc (París): “Tendría que metérseles entre las bragas un checheno y así se enterarían de lo que vale un peine” (no escribe “pene). En fin, que por ahora no hace falta darle muchas más vueltas al tema, porque a nuestro juicio, Gil de Biedma tiene tantos méritos como el que más para estar en las Cajas del Instituto Cervantes. A los censores, de antes y de ahora, que se han opuesto, tanto aquí como en el caso de Rimbaud en Francia, se refiere Luis García Montero en la misma página aludida de El País: “Cuando aprendamos a amarnos a nosotros mismos lejos del fango, a estar orgullosos de poetas como Jaime, dejaremos sin voz a muchos demonios de tres al cuarto”. Pues eso.