sábado. 20.04.2024
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Imagen de la obra 'El Día que me quieras', de José I. Cabrujas, dirigida por Gerardo Malla en 1981 y 1982. El director junto a Jorge Bosso

Una de las más dolorosas evidencias de que estás haciéndote mayor, es la de conocer con frecuencia la noticia de la muerte de personas amigas, conocidos, colegas, y gente de la más variada actividad de tu edad, o incluso más jóvenes. La pandemia ha llevado esta experiencia a límites desconocidos sometiendo a prueba nuestra capacidad de reacción, en cuanto a sentimientos, no sólo por el aumento en la cantidad de fallecimientos, sino también por la expansión en el espectro de edad de los que nos han dejado este  último año. La noticia conocida este fin de semana de la muerte de Gerardo Malla, que sufría una enfermedad incurable, me ha golpeado particularmente por lo que significó para mi carrera como actor en España, hace 40 años.

Si incidimos en ese sentimiento de dolor ante la muerte de tanta gente que ha sido amiga o ha contribuido en algún momento de tu vida a eso que solemos llamar un antes y un después, intentas racionalizarlo, precisamente porque la muerte es el final de un proceso que venimos previendo, o intentando evitar desde el momento en que nacemos. O dejas que tu imaginación te permita la libertad poética como para llegar a sentirte como árbol afortunado entre lo que van cayendo irremediablemente, por todos lados, a consecuencia de la tormenta. Y la alegoría forestal ha compuesto un paisaje real en nuestro entorno con el paso de la mayor nevada en Madrid, especialmente, que ha azotado a toda España hace algo más de una semana.

La noticia  de la muerte de Gerardo Malla, un compañero y amigo, que no veía desde hace tiempo, y del que sabía esporádicamente alguna noticia, ha aumentado el desasosiego, sentenciando que hasta los más fuertes en esto de la pelea por la vida, y en la profesión teatral, van cayendo inexorablemente, como los árboles que vemos en las calles. Gerardo Malla era una persona comprometida seriamente con sus convicciones, y a la vez afable en el trato, con un especial sentido del humor revestido de cierta resignación. Esto que parece un contrasentido en un luchador nato se suele dar en las personas dedicadas íntegramente al teatro, donde dan cabida a todas sus esperanzas y desilusiones en el marco de la ficción que es la creación artística real que tiene lugar en el teatro ante un público.

12De derecha a izquierda, Julieta Serrano, Florinda Chico, arrodillada de espaldas, Virginia Mataix, con Gerardo Malla, y Jorge Bosso, como Gardel

Recuerdo ahora en el tiempo dos experiencias de carácter más personal vividas hace muchos años, a principios de los ochenta, cuando convivimos por razones de trabajo, que lo evidenciaron a nivel realmente humano como un conversador natural en temas político sociales y culturales, que no sólo demostraba su conocimiento- seriedad- sino también su agudo sentido del humor -afabilidad- que eran parte de esa personalidad, compleja y atractiva. Una experiencia la viví fue en un día que pasamos en Valencia, cuando representábamos por España, El Día que me quieras, en 1982, en la casa de campo de unos familiares de su mujer, la actriz y directora Amparo Valle, también fallecida hace unos años. La otra experiencia dentro de la misma gira, tuvo lugar en la casa de la familia de Camilo José Cela, en Mallorca, con su hijo y ex mujer,  aunque el premio nobel ya no vivía allí. Son recuerdos de días relajados con buena gente que nos invitaba, y que le daban a Gerardo Malla la oportunidad de ser él, con familiares y amigos. Con mi larga experiencia de vida en Inglaterra durante casi años, Gerardo me recordaba a esos ingleses de gran cultura y sentido del humor que había conocido en esos años. Y al mismo tiempo Gerardo Malla no podía ser más rebeldemente español.

Gerardo Malla, actor, director, escritor adaptador, y hasta empresario, en un género en extinción de personas de teatro dedicadas con exclusividad a la escena que no pasan por las luces del cine y la televisión

Conocí a Gerardo Malla en 1981, a los tres años de vivir yo en Madrid, después de venir de Londres, donde durante casi 15 años había podido conformar mi formación teatral de manera sólida, en la carrera como actor que ya había comenzado en Argentina en 1959. Londres me permitió convertirme en un profesional con amplia experiencia en radio, televisión, cine y teatro, y si bien tenía el camino abierto para un futuro seguro como productor de programas en la BBC de Londres, la necesidad de volver a actuar en teatro castellano, hizo que me trasladara con mi familia a Madrid, a fines de 1978, en busca del arca teatral que sentía debía recuperar antes de ser demasiado tarde, antes de cumplir los 40 años. La búsqueda del camino en mi profesión en un país nuevo fue dura al principio, pero tres diferentes experiencias teatrales con obras de Shakespeare, y con un Chejov, hicieron que Gerardo se fijara en mi trabajo.

Hace pues, nada menos que 40 años, para estas fechas, Gerardo me contactó para proponerme  trabajar bajo su dirección con un extraordinario elenco, en  la obra de José I. Cabrujas, que mencionaba antes, El Día que me quieras. El papel protagónico de Carlos Gardel lo interpretaba nada menos que Lautaro Murúa, el famosos actor chileno argentino, exiliado en España, a quien había admirado en mi país de origen desde que yo era un muchacho. A mí Gerardo me ofreció el papel de Alfredo Le Pera, el compañero inseparable de Carlos Gardel en los últimos años de su vida. Además de un extraordinario elenco de actrices, el mismo Malla, interpretaba uno de los protagonistas. Y la escenografía era nada menos que de Gerardo Vera, que falleció recientemente, después de una excelente carrera también como director. El estreno se produciría en  abril en Murcia, y tras algunas funciones en gira estrenaríamos en Madrid, en el antiguo teatro de La Comedia, en junio de ese año 81. Mi contratación tenía una adenda entablada directamente con Gerardo Malla, que establecía que como compromisos cinematográficos de Lautaro Murúa iban a hacer  que dejara el papel protagonista después de unos meses de su estreno, yo pasaría a interpretarr Carlos Gardel, lo que me permitía un plus  de satisfacción con la confianza que Gerardo Malla me demostraba en mi trabajo.  Las cosas no se dieron así porque Murúa dejó el elenco por otro compromiso antes de lo esperado, y la empresa consideró esa posibilidad muy riesgosa ya que mi nombre no era lo suficientemente atractivo para el público de Madrid, en unos meses difíciles para el teatro como agosto y septiembre. Por tanto, la obra que había tenido unas críticas fabulosas continuó con el elenco inicial unos meses más en La Comedia, pero con otro actor muy conocido, haciendo el protagonista y, sin embargo, no logró levantar la concurrencia, por tanto terminó su temporada madrileña, a poco más de los tres meses de su estreno en esa sala, hoy sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. 

Unos meses más tarde de ese año 1981, Gerardo Malla, retomó su palabra inicial y me ofreció toda una gira por España en 1982, haciendo el papel de Gardel en la obra, pero con un refuerzo con actrices de gran renombre para compensar lo que la empresa consideraba un desequilibrio en, la balanza, dado lo poco conocido que era el mío. Y otra vez fue una experiencia doblemente inolvidable para mí interpretando a Gardel por la geografía española, en la que entre otras cosas viví las anécdotas que he relatado antes. Como la de conocer a tantos admiradores de Gardel, en aquellos años vivían aún algunos que lo habían conocido personalmente, en sus actuaciones en España, y que se habían congregado en clubes y peñas de admiradores del mayor cantante de tangos de la historia, desde Cataluña, por toda la costa mediterránea, y hasta en Andalucía.

A partir de entonces la carrera de Gerardo Malla alcanzó otros grandes éxitos, como director, que para mí había destacado tanto en la puesta en escena de El Día que me quieras. Podría mencionar varias de esas muy buenas puestas, pero en mi criterio personal, las más destacadas han sido la de La Taberna fantástica, de Alfonso Sastre  y una adaptación teatral de El Pícaro, que Fernando Fernán Gómez había escrito para televisión, durante la Expo de Sevilla.

Estando yo dedicado casi enteramente a mi representación sindical hará unos 15 años atrás recibí una tarjeta con un afectuoso saludo de Gerardo, recordando viejos tiempos, y en el que me anunciaba un espectáculo de él con sus hijos músicos, para revivir tangos y boleros de los que era un gran admirador, y que le encantaba entonar. No llegué ver el espectáculo, ni sé a ciencia cierta si llegó a producirse, pero esto revivió recuerdos y experiencias que de alguna manera, sirvieron de germen para  crear mi propio unipersonal sobre  un personaje de Gardel ochentañero, que habiendo sobrevivido desfigurado el accidente aéreo de 1935, reaparece para disculparse por el engaño,  y despedirse  de su público, a fines del año 1970. Este unipersonal que he podido presentar en Brasil y en Perú, en los últimos años, pero no en España, aún,  tampoco lo pudo ver Gerardo Malla, que dirigiera mi interpretación del cantante cuando yo tenía 40 años, aproximadamente, la edad de la muerte de Carlos Gardel.

Las cosas que tiene la vida, por otra parte, los dos hemos tenido dos hijos músicos que han llegado a conocerse sin que nosotros, los padres, hayamos intervenido al respecto. El mayor de los Malla, Miguel, un reconocido saxofonista, y el muy famoso músico, cantante y compositor, Coque Malla, que cuando tenía unos 10 años, más o menos, andaba por los pasillos de los teatros cuando representábamos El Día que me quieras, y alguna vez se coló curioso en mi camerino, mientras componía mi personaje.

Gerardo Malla, actor, director, escritor adaptador, y hasta empresario, en un género en extinción de personas de teatro dedicadas con exclusividad a la escena que no pasan por las luces del cine y la televisión, te escribo estas líneas con mi agradecimiento personal por haber marcado ese antes y después en mi vida profesional, deseando que descanses ahora en paz.

In memoriam: Gerardo Malla, un verdadero hombre de teatro integral