lunes. 07.10.2024

molino4Consuegra en Toledo, Mota del Cuervo en Cuenca y Campo de Criptana en Ciudad Real son, entre otros, lugares que se disputan el honor de ser el escenario de la batalla de Don Quijote contra los gigantes que él veía en los molinos de viento. Como siempre Cervantes, genio astuto y socarrón, no dejó fijado el lugar, como tampoco dejó fijada la cuna del Ingenioso Hidalgo, para que así su obra tuviera mayor transcendencia universal. Cada cual puede interpretar y hacer suya la localización de cada pasaje, tan real como la vida misma, algo que suma más enjundia al relato, pues siendo real, es a la vez fantástico, y siendo particular, es a la vez universal. Ahí radica el valor y la inmortalidad de esta obra que nació como un cuento para aliviar las vejaciones y penalidades de un oscuro y húmedo calabozo, y acabó como una historia abierta y clara del ser español y de la idiosincrasia nacional.

En Campo de Criptana, Alcázar de San Juan, Consuegra y Mota del Cuervo, entre otros lugares, se conservan todavía molinos harineros del siglo XVI, similares a los que nos describe Cervantes en el capítulo VIII de la 1ª parte, contra los que luchó don Quijote confundiéndolos con gigantes. Y realmente eso son, verdaderos gigantes. Su perfil se descubre desde largas distancias, y en las noches, cuando están iluminados, parecen auténticos fantasmas que desafían al viajero. Estos impresionantes molinos de ingentes aspas tiñen de magia los enclaves sobre los que se alzan. Gigantes enhiestos de amenazantes brazos cabalgando sobre los cerros, burlando el tiempo y las ideas.

Los molinos de viento son auténticas obras de arte, recurso del ingenio puesto a prueba por la humanidad antes de la era industrial

Los molinos de viento son auténticas obras de arte, recurso del ingenio puesto a prueba por la humanidad antes de la era industrial, que llegaría milenios después, y que degeneró en una lucha peor y más absurda que la del Ingenioso Hidalgo, la lucha contra la naturaleza. Es la gran diferencia entre nuestros antepasados y nuestros contemporáneos, la dispar convivencia entre los seres humanos con la naturaleza de la que formamos parte, y de la que en lugar de aprender y respetar, la asolamos y despreciamos, confiados en una técnica mal entendida, basados en una economía de recursos y producción peor entendida aún. ¡Cuánto tenemos que aprender de nuestros antecesores! Corregir la visión con la que a veces equivocada y despreciativamente juzgamos sus obras como una antigualla inútil en estos tiempos. Parece que, por fin, ante una naturaleza que nos reclama su primigenio estado, vamos dando marcha atrás, tratando de volver al uso de las energías alternativas. No haría falta este calificativo de alternativas, simplemente con habernos fijado en ellas, como tales energías usadas en siglos pasados, sería suficiente, pero bien está que una vez establecido el término para entendernos, no lo olvidemos, y sigamos haciéndolo en el sentido de energías perennes, más apropiado. Energías a las que nuestra estupidez, obnubilados por el falso concepto del progreso, dio la espalda por considerarlas incapaces de rendimiento frente a otras más poderosas (también perjudiciales, que no supimos y no sabemos ver). Energías perennes y constantes -también se les aplica “renovables”, término erróneo, pues no se renuevan, se transforman, cualidad inherente a toda energía- que nos ofrece el mundo natural y que hasta ahora hemos venido despreciando, como son la energía eólica, o la energía solar, por nombrar la dos a las que hemos vuelto después de derrochar costes y vidas en otros inventos, que ni los romanos querían, como el petróleo o la energía nuclear, dañinas para el hombre y el planeta. Cuán ignorantes y ciegos estamos al pretender sacar provecho de un perjuicio, sin darnos cuenta de que si nos fijamos en la naturaleza y convivimos en comunión y respeto con  ella, saldremos ganando en todos los sentidos, y nuestra vida será más limpia y saludable. Eso lo sabían nuestros abuelos. Sabían que es mejor echar mano del ingenio que de la técnica, cuando ésta no va acorde con el ingenio. Así nos ha ido. Hemos cultivado en exceso la técnica y nos hemos olvidado del ingenio. Así nos va. Cada vez más limitada y menos pura el agua, cada vez el aire más sucio y perjudicial, cosechas y productos menos alimenticios y más escasos... Nos enfrentábamos a la naturaleza como don Quijote a los molinos, sin caer en la cuenta de que la naturaleza ofrece todo lo que el hombre necesita a cambio solamente de una cosa, el respeto por ella. Nunca es tarde si la vuelta a los orígenes se aprovecha aunando ingenio y técnica, y aprendiendo de la naturaleza, copiando lo mejor de nuestros antepasados.

Como en La Mancha escaseaba el agua, aun habiendo charcas y embalses naturales -también hoy casi perdidos humedales como las Lagunas de Ruidera o las Tablas de Daimiel y otros “ojos del Guadiana”-, y carecía de fuertes corrientes de agua que pudieran producir energía -molinos de harina hidráulicos como en Asturias o Requena, donde se conserva uno- recurrieron a un elemento que ofrecía el entorno natural, que siempre ofrece lo que se necesita en el lugar que se necesita, el viento. A cambio del regato impetuoso, en las tierras manchegas soplaba el aire, que por algo es así la orografía de esta región cervantina, y nuestros abuelos, ingeniosos sin locura, idearon los molinos de viento para moler el grano, la mies que en grandes cantidades se cosechaba y que era menester aprovechar de varias maneras, sobre todo, para crear el alimento básico, pan y harina, origen de otras comidas y productos.

El grano de las cosechas, desde las bellotas a los cereales pasando por la aceituna o el café, siempre se ha manipulado de una u otra manera, con uno u otro utensilio y técnica para poder sacar todo el provecho que nos brinda, desde el simple mortero -el famoso almirez que luego de aplastar servía  como instrumento musical- hasta los rodillos en forma de cono de las almazaras o las ruedas de molino para moler los granos de trigo, cebada, maíz, etc... Desde los primeros tiempos en que el hombre pasó a ser sedentario, ha utilizado dos piedras para, frotando una sobre otra, moler granos y sacar su correspondiente “pasta”, aprovechable en múltiples aplicaciones (por cierto, de aquí viene el dicho castellano de “tener pasta” aplicado al dinero con el que se pueden obtener variadas cosas). La evolución de su intuición, de su técnica e ingenio, le llevó a inventar otros utensilios mejorados para, con menor esfuerzo y tiempo, conseguir mayor producción. A partir de ese frote de dos ruedas prensando granos, mediante una maquinaria adecuada, acabó en esos enormes cucuruchos de imponentes aspas, que pueblan los montículos de estas tierras de escasez de agua y abundancia de vientos.

molino

TECNOLOGÍA PROTOHISTÓRICA

El mecanismo de la tecnología primitiva de frotar dos piedras se fue plasmando, partiendo de la gran revolución que significó la invención de la rueda, en ingenios que engarzados girasen y multiplicasen el movimiento continuo a través de enlaces, poleas y dientes, la perfección cuya variante es la rueda dentada incrustada en otra similar. Esta es la base del molino. Solamente era necesario la fuerza que moviera esas ruedas, el mecanismo motor. Esa fuerza o energía la encontraron en la naturaleza, el viento y el agua, primordiales antes de la llegada de lo que se dio en llamar “la revolución industrial” con la invención de la máquina de vapor. Atrás quedaron la utilización de brazos humanos y animales como fuerza motriz, “fuerza de sangre”, se llamaba. Y de aquí que a la fuerza, a la potencia del vapor, y de otra maquinaria, se le siga midiendo con el término “caballos”.

La acción de moler el grano nos puede parecer hoy día, por su facilidad y cotidianeidad, una acción insignificante, pero fue también toda una revolución en las labores agrícolas y alimentarias. Todos sabemos qué es moler, machacar un grano hasta convertirlo en elementos más pequeños o reducirlo a polvo, harina. Pero es mucho más. Moler el grano supone obtener un nuevo elemento, con esta acción se liberan sustancias como el almidón, o la cáscara para otros usos; moler el grano es  transformarlo para un uso distinto o como base de otro nuevo producto alimenticio; los granos molidos han sido la base de la alimentación del mundo, evitando enfermedades y facilitando la digestión. A la vez, han dado lugar a otros alimentos y combinaciones, sólidos o líquidos que se han ido añadiendo a la dieta mundial, vb. gr. las infusiones como el café.

El molino de viento es una construcción cilíndrica de unos veinte metros de altura que acaba en una cubierta cónica movible, con cuatro aspas, sujeta al suelo por un largo palo llamado “timón”, o su nombre antiguo y muy propio, “gobernador”, con el que se gira la techumbre orientándola hacia el lugar de donde proceda el  viento.

Utilizar el viento como fuerza motriz no viene de la época del Renacimiento, como los famosos molinos construidos en esas fechas, sino que se remonta a la Protohistoria. Los primeros molinos de viento aparecieron en la historia casi simultáneamente al primigenio uso del viento para impulsar embarcaciones, de donde sacaron la idea de su fuerza, tres mil y pico años antes de Cristo, en la antigua Mesopotamia, origen de nuestra cultura, aunque carecemos de pruebas evidentes para poner una fecha. La primera referencia histórica de la que tenemos constancia sobre el uso de la energía eólica, aparte de la navegación, data del año 1700 a. de C. Como tal figura en los proyectos y planes de irrigación del emperador Hammurabi, sexto rey de la dinastía semita de Babilonia (1730-1685 a. C.), considerado como el primer legislador de la Humanidad. En su célebre Código de Hammurabi, donde regula desde la administración de tierras y aguas, hasta el comercio y los derechos familiares, se hace referencia al viento para mover ruedas, norias y molinos.  

Pasó tiempo hasta volver a tener documentos que nos hablasen de esta fuerza motriz, y tuvimos que encontrarlos en la época de los árabes en la península, a quienes debemos muchos de los inventos relacionados con el agua, sobre todo con el agua, su mayor tesoro, el más valorado, mucho más que el oro o cualquier otro botín. Hasta el siglo X, plena Edad Media, no se encuentran documentos que corroboren el uso del molino de viento en España. A partir de esta fecha encontramos amplios documentos que nos hablan de la extendida utilización de este tipo de maquinaria. El primer testimonio que se conoce nos lo da el geógrafo árabe Al-Massudi, al que siguieron otros, al señalarnos que su uso era muy habitual en Oriente Próximo. Fueron los mismos árabes los que a través de la Ruta de la Seda, trajeron hasta las riberas occidentales del Mediterráneo esta ingeniería (de ingenio) que se acciona con la energía del viento. No solamente nos hablan de esta maquinaria, sino que ellos mismos la instalaron y la adaptaron a las diversas características del terreno, expandiendo su práctica por todo el sur de la geografía peninsular. A partir de los siglos XI y XII, gracias a la civilización islámica -para que luego digan- la aplicación y el uso del molino de viento era una visible realidad.

Se supone que casi todos ellos salieron de manos de albañiles hispanomusulmanes, según se desprende de algunos versos del Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor. Sus principales y mejores constructores. No en vano el ladrillo es otro invento musulmán, y el mudéjar el único estilo propiamente español. Sirva esto como anotación entre paréntesis para rescatar el valor de una cultura ta denostada actualmente por un concepto erróneo de la historia y de la convivencia, movida por el contaminante del petróleo y el fundamentalismo de la religión. Malos vientos que mueven el terrorismo y provocan las desigualdades sociales.

Hay, empero, investigadores que atribuyen su construcción a orígenes nórdicos, afirmando que empezaron a implantarse en el norte de Europa como resultado de las ideas que trajeron los Cruzados al regreso de Tierra Santa. Sea como fuere, su origen es árabe, como apunta en su libro el Arciprestre de Hita, lleno de resabios mudéjares, y se puede asegurar que esta maquinaria nace en el pueblo árabe. Por eso Castilla-La Mancha puede presumir de ser la Comunidad Autónoma española con mayor número de molinos de viento del mundo. Y por si fuera poco, con mayor fama internacional gracias a la difusión por Cervantes de las aventuras de don Quijote, anotadas por Cide Hamete, el libro más traducido y divulgado después de la Biblia.

molino2PARTES DE UN MOLINO DE VIENTO

Hemos apuntado, y no es preciso repetirlo, todo el mundo los ha visto aunque sea desde lejos, o en foto, su forma de construcción, un inmenso cubo con un cucurucho de cubierta. Dentro quizá sean pocos los que han entrado. Y les invito. Consta de tres partes, o tres pisos, para entendernos, en torno a una sólida escalera de caracol. (Si los visitan acompañados de niños, que mejor juguete gigante no podrán volver a admirar, es mas útil si son bebés llevar mochila o algo semejante en lugar de carrito para subir con él por la escalera). Los diferentes estratos o pisos están unidos por la escalera, amplia y sólida para poder soportar el peso del labriego que portaba los costales de 50 ó más kilos al hombro para depositar en la tolva, o cubeta, el grano que, poco a poco, iba cayendo sobre la prensa de las ruedas; éstas lo iban machacando hasta llegar a convertirlo en harina/polvo que volvía a su punto de origen, el piso bajo de la entrada, donde aguardaban las mulas. Ya molido caía a través de un tubo cuyo extremo desembocaba en la boca de un saco de tejido especial, llamado costal, dispuesto para ser transportado, almacenarse y convertirlo en otro producto, desde pan a pasteles o salvados.  

Resumiendo: El molino de viento consta de tres pisos, el primero de depósito y recogida, el segundo de selección del grano y espera, y el tercero, donde está la maquinaria; al contrario de lo que se podría pensar, es toda ella de madera (salvo la cadena que sirve de freno), pesada y armoniosa construida por hábiles carpinteros que aseguran el funcionamiento perfecto de sus engranajes y transmisiones. Gracias a la fuerza del viento que mueve las aspas, éstas a través del eje mueven a su vez los engranajes del corazón de la maquinaria, provocando el giro de la piedra aplastando el grano que cae, convertido en harina, por un tubo hasta llegar al piso de abajo, desembocando en el costal, como acabamos de apuntar. 

Ya es harina de otro costal. Con este hatillo al hombro recorreremos esta fascinante ruta la semana que viene. Y este reportaje, querido Sancho, lo llenaremos en la próxima entrega. Juntos andaremos los caminos que nos marcó nuestro creador al que los dioses han dado la gloria que no supieron otorgarle los humanos. 

La ingeniosa lección de los molinos