Iñaki Abad, un autor de personajes con voz propia
Desde entonces y hasta el final el amor será el limbo de sus caminos, y la vida emigrante se convertirá en un abismo que debe aprender a salvar sin saber cómo.
Iñaki es un autor de trayectoria sólida, con novelas y relatos anteriores, que asegura ser un escritor de personajes: “Y en este libro creo que he extremado esta pulsión. Yo no soy mis personajes, son ellos los que viven a través de mí. Yo no me pongo en su piel, son ellos lo que de alguna forma me vampirizan y me arrebatan las diferentes pieles que somos”. No busca un diálogo propio con el lector, sino establecerlo entre este y sus personajes.
De esa manera renuncia a ver Las amargas mandarinas como una novela del conflicto vasco. “No es una novela sobre ETA ni es una novela sobre el terrorismo. No hay lecciones de moral. No se erige una verdad ni hay un tesis que defender. La única verdad que pretende el texto es la literaria: o sea la verosimilitud de la historia y la credibilidad de los personajes en la dinámica de la ficción”.
“No es una novela sobre ETA ni es una novela sobre el terrorismo. No hay lecciones de moral. No se erige una verdad ni hay un tesis que defender. La única verdad que pretende el texto es la literaria: o sea la verosimilitud de la historia y la credibilidad de los personajes en la dinámica de la ficción”, precisa el autor
Entre los paisajes de fondo adivinamos una evidente inclinación hacia el arte y la belleza, una confusión eterna sobre los convencionalismos sociales, las normas, el amor, la sexualidad, las prejuicios. Un mundo de mujeres que gira alrededor del protagonista va a maravillarlo y confundirlo profundamente; solo al final de su vida, momento en que comienza la novela, pareciera que Chema intenta dilucidar el pasado o al menos hacerse a su paz.
Iñaki, por su parte, pareciera replicar un hecho de su propia vida, al asegurar que en Ana Livet —narradora y amiga de Chema al final de su vida— están lo ecos de las voces de las mujeres de su infancia: “…mi madre, mis tías, mi abuela, sus vecinas; todas ellas alrededor de la mesa de una gran cocina donde las historias más que contarse se sugerían, estaban llenas de elipsis, de sobreentendidos que había que deducir o imaginar para configurar el relato final”.
Pero allí, en ese laberinto sobre el papel, que es hoy ya libro, Iñaki da rienda a sus personajes para que opinen, no como él lo haría, sino con la libertad de ser reales para los lectores y de cuestionarle al mismo autor su modo de ver y describir el mundo.
¿Pero cómo darle esa autonomía al personaje? ¿Y el riesgo de que se revelen y se salgan de control? Años antes de comenzar a escribir esta novela, Iñaki Abad había imaginado un cuento sobre un espía italiano retirado a un pueblo en la montaña. Pero tiempo después de abandonarlo, le seguía interesando el punto de vista del espía. El lugar desde el que contaba su historia. “De repente lo visualicé en Mallorca y lo vi como un personaje principal en la sombra. Luego apareció el País Vasco, un atentado, y a continuación llegó un padre que tiene que ser enterrado, el amor, la soledad, las infancias olvidadas, la violencia, los años setenta, argumentos que se cruzaban una y otra vez. Un día apareció Chema y la posibilidad de construir alrededor de él un Bildungsroman o novela de aprendizaje, a partir de una decisión y una historia de amor. Esto me atrajo mucho…”.
Pareciera que el autor estaba convencido de su historia, sin embargo, asegura ser indeciso, y no sentir nunca haber terminado. Así que la relación con esos personajes concluye el día que decide abandonarlos, porque todo lo que venga después le hará daño al relato. En su proceso creativo se avistan la meticulosidad, la investigación y la deconstrucción de una época, en este caso imprescindible para ambientar la novela. Y, por supuesto, la imaginación de un hombre capaz de trasladarse allí donde sus personajes deciden existir con sus profundos dramas humanos.
La pluma de Iñaki, que ha vivido muchos años en ciudades europeas —Bilbao, Nápoles, Sicilia, Milán, Praga, en Mánchester comienza a escribir esta obra, hoy en Budapest— ha sido testigo de su tiempo, de su formación y de su necesidad de darle voz y vida a los personajes de sus narraciones. No por ello han tenido una vida fácil: “Los personajes, los temas, las escenas y las tramas fueron surgiendo de forma caótica, piezas de un puzle que no sabía si iban a encajar o no. Tomaba muchas notas. Y me documentaba para recrear la atmosfera de aquellos años, sobre todo en Burdeos. Tardé mucho tiempo en dar con el estilo y el tono. Sabía que la novela la iba a narrar Ana Livert –gracias a ese alter ego había regresado a la escritura—, pero no sabía cómo”.
El novelista buscaba un estilo, el lenguaje, un flujo al que el lector tenía que entrar para formar parte de la narración. Cuatro reescrituras vivió Las amargas mandarinas, gracias a la disciplina e intuición de su creador. Hoy es una novela de nuestro tiempo, enclavada medio siglo atrás en conflictos humanos, políticos, sociales e históricos que siguen supurantes con la misma o mayor intensidad. Para Iñaki, el olvido se vuelve un eje vital, deshacerse de la memoria histórica como ejercicio para la supervivencia ha sido la realidad de muchos españoles, de muchos europeos, de muchos seres humanos en el mundo que nos ha tocado vivir.