viernes. 19.04.2024
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Goya, artista de genio y originalidad indiscutibles, se desenvolvió en una época convulsa, y debido a su longevidad, pudo conocer desde el auge de la ilustración con Carlos III, hasta la tiranía de Fernando VII. Fueron por tantos años de grandes dificultades políticas con guerras de enorme calado social, que repercutieron en una España, que desde hacía tiempo vagaba sin un rumbo establecido y movida por los vientos de una Europa cada vez más poderosa. Goya no se mantuvo separado de su mundo, participó a su manera, como un observador atento, como un crítico mordaz en un lenguaje novedoso, que supo plasmar en sus series de grabados más personales e íntimas. Les dotó de una fuerza expresiva y un dramatismo que va mucho más allá de la contención propia del arte promovido por la Academia de San Fernando, pues él era sobre todo un hombre sensible a su entorno, característica sin la cual no entenderíamos una importante parte de su obra. Caminó desde el pintoresquismo de sus cartones hasta la sublimidad de sus pinturas negras. No se conformó con recreos estéticos, sino que entendió que por los pinceles se pueden traducir ideas del pensamiento y plasmar toda una concepción del mundo, una visión personal de la vida a través de la filosofía que se esconde tras la imagen. 

La vida y obra de Francisco de Goya se extiende a lo largo del reinado de tres Borbones: los monarcas Carlos III (1759-1788), Carlos IV (1789-1808) y Fernando VII (1808-183). Su evolución ideológica personal refleja la evolución de muchos de los ilustrados españoles. Durante la segunda mitad del siglo XVIII Goya se identificaría con el reformismo borbónico, evolucionando en torno al cambio de siglo hacia posiciones liberales. Afrontará en silencio, quizá con grandes dudas, el giro violento de la revolución francesa. En cualquier caso, durante esta época, Goya se nos revela tomando partido claramente por la Luz de la Ilustración frente a las Tinieblas del Antiguo Régimen, y asumiendo todas las contradicciones de los ilustrados españoles de su época.

La invasión napoleónica le arrojará, como a tantos compatriotas, a un abismo de amargura y descreimiento en las posiciones políticas que había defendido. Ese cambio tardará en hacerse evidente en Goya, comprometido en silencio contra la camarilla reaccionaria de Fernando VII.

Hacia el final de su vida terminará refugiándose en buena medida en una religiosidad intimista, manifiesta, por ejemplo, en el fantástico San Pedro en oración que nuestro pintor ejecutó hacia 1820. La profundidad de su sentimiento cristiano no afectará, sin embargo, a su firme posición liberal en materia de costumbres y vida social, mantenida en los mismos umbrales de su muerte, y demostrada en los magníficos dibujos de su última época. Algunos autores han llevado más lejos de lo prudente la interpretación pro-ilustrada y pro-liberal de Goya, hasta dibujar un retrato del pintor que le asimila a un panfletista gráfico, revolucionario y despiadadamente anticlerical.

Goya ataca sistemáticamente los problemas económicos, sociales y políticos más acuciantes de España: los vicios del clero, la incultura de gran parte de la nobleza, la estúpida y bárbara represión inquisitorial, los excesos de la guerra y la violencia, la prostitución y la explotación de la mujer, el oscurantismo y la superstición. En estos trabajos Goya se muestra como un hombre ilustrado, amante de las libertades y auténtico humanista. Méritos que permiten alzarlo hoy al puesto de honor de la fecunda Ilustración española, ganado con su pincel y con su incisiva pluma, a través de su obra plástica y de los acerados títulos y rótulos con que bautizó sus creaciones gráficas.

Toda su obra fue inmensa y por ello difícil de clasificar. En la Corte utilizó lenguajes estéticos distintos. En los cartones para tapices predomina la sensibilidad rococó, al tratar temas populares con alegría y vivacidad. Son conocidos El Quitasol, La gallina ciega, La vendimia, El pelele, el albañil herido. En este último, Goya da muestras de su sensibilidad social. Se dejó influir por los nuevos aires neoclásicos en algunas pinturas religiosas y mitológicas, pero no se sintió a gusto con el neoclasicismo que se estaba imponiendo. Por ello, decidió recorrer su propio camino estético.

En los retratos de Goya se aprecia el influjo de Velázquez en el tratamiento del espacio, la luz y la técnica de mancha. Ésta se hará progresivamente más acusada, con soluciones casi impresionistas, a partir de 1800. Goya, con sus retratos directos, psicológicos y realistas, renovó el tipo de retrato común en la época. Son muchos especialmente de la nobleza y de la familia real: Conde Floridablanca, Duque de Osuna, Ramón Pignatelli, Duque y Duquesa de Alba, Godoy… Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, y el más célebre el de la Familia de Carlos IV, que no agradó a los Reyes. Merece la pena destacar que el foco central es la reina María Luisa y sus brazos, de los que estaba especialmente orgullosa.  E igualmente los rasgos fisonómicos del Rey, muy semejantes a nuestro Emérito.

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En cuanto al retrato de Godoy, como Príncipe de la Paz tras su victoria en la Guerra de las Naranjas, merece la pena fijarse dónde le pone el bastón de mando, con una clara simbología fálica, origen de todo su poder.

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En los grabados dominó las técnicas al aguafuerte y al aguatinta y realizó series insólitas, fruto de su imaginación y personalidad. En los Caprichos, lo onírico y lo realista se unen para producir una dura y atrevida crítica social. El realismo crudo y desolado dominará en los Desastres de la Guerra. El mundo del subconsciente aflora en las imágenes impactantes y misteriosas de las Pinturas Negras, creadas en su Quinta del Sordo (Madrid), apreciadas años después por los pintores expresionistas y surrealistas como verdaderos precedentes de sus respectivos movimientos.

La Guerra de Independencia contra los franceses (1808-1814) resultó para Goya una piedra de toque esencial a la hora de hacer evolucionar su estilo e ideología, poco a poco más pesimista y crítica contra todo aquel lado oscuro del ser humano, que ya empezaba a estar presente en obras anteriores como los Caprichos o los cuadros de Gabinete. Lejano quedaba ya ese sentido festivo y en mucho rococó de los cartones para Tapices. Primero la sordera que le alejó del mundo y luego la barbarie de la guerra conducirían al pintor hacia un mundo dramático y pesimista que engendraría las posteriores pinturas negras de la Quinta del Sordo (u otras, en este momento cuestionadas en su autoría, como el Coloso).

Quiero fijarme en Los Fusilamientos de la Moncloa.

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Los personajes de los Fusilamientos son tratados sin ningún tipo de idealización. En el grupo de los españoles, Goya busca tipos populares que incidieran en el mensaje de guerra como algo anónimo, sin grandes héroes, popular. En sus distintos gestos, el pintor hace un recorrido por las múltiples posiciones del hombre frente a la muerte (miedo, resignación, valentía, rezos y oraciones…) que culminan en la figura central que, con una postura que recuerda a un crucificado, mira con resignación la muerte que se le avecina, como si nada tuviera remedio y el poder de la destrucción no tuviera freno alguno. En el bando contrario, Goya nos coloca a los soldados franceses de espaldas, sin rostros, con una postura repetida que los convierte, más que en individuos (como ocurre entre los españoles), en una verdadera máquina de matar sin sentimientos. He comentado que como ilustrado que miraba hacia Francia, la entrada de los ejércitos franceses supuso un choque emocional e ideológico.

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Dentro la serie de los 82 grabados, Los desastres de la Guerra, realizados entre 1810 y 1815 Francisco de Goya hace una crítica a las secuelas crueles de la Guerra de la Independencia, aunque tienen un carácter universal, ya que se podrían extrapolar a todo tipo de guerras pasadas, presentes y futuras. Y especialmente en Los Caprichos enfáticosDesastres 65 a 82– se pone de manifiesto una actitud de rechazo contra la represión iniciada tras la restauración de Fernando VII. Es muy claro el significado político que Goya quiso dar al nº 79 Murió la verdad y al nº 80, ¿Si resucitará? Hace una crítica al absolutismo de Fernando VII y a los privilegios estamentales, tanto de la nobleza como del clero. En el de Murió la Verdad se representa a una joven, de blanco vestido que irradia luz y con los senos desnudos, que yace muerta en el suelo. Es la Verdad y también representa en alegoría a la Constitución de 1812, pues la joven está coronada con laurel. En un ambiente de tétrica nocturnidad, unos frailes y eclesiásticos, presididos por un obispo, se disponen a enterrarla con azadas y palas. Están satisfechos de dar sepultura a tan peligrosa dama que, durante la vigencia de la Constitución de Cádiz, había acabado con sus privilegios estamentales. En contraste con ellos, sentada a la derecha aparece llorosa y desconsolada por la muerte de la Verdad una joven, portando una balanza; representa la Justicia, amordazada y mediatizada por el absolutismo.

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Aragón tiene una deuda pendiente con Goya. Aquí no hemos sabido rentabilizar el enorme potencial de este pintor inmortal. En 2005 Gonzalo Borrás, que catedrático de Historia de Arte de la Universidad de Zaragoza, decía: “Durante todo este tiempo de propuestas culturales en torno a Goya, los aragoneses no hemos acertado en ningún momento a canalizar el enorme potencial de desarrollo que para Zaragoza y para Aragón debería conllevar un proyecto cultural como el del Espacio Goya. No se puede malograr una vez más un proyecto de estas características, sobre todo teniendo a la vista el paradigma de otras ciudades españolas, como Bilbao, Valencia o Málaga.

En el 2015 Borrás escribía: Con la inauguración en Zaragoza el pasado día 26 de febrero de 2015 del Museo Goya. Colección IberCaja se ha dado la puntilla al proyecto museológico sobre el Espacio Goya, elaborado por profesores de historia del arte de nuestra Universidad por encargo del Gobierno de Aragón y entregado en junio de 2005. Entre todos los aragoneses hemos dejado morir aquel proyecto ilusionante (o ¿era ilusorio?), que proponía la creación de un Museo Goya en Zaragoza, con un edificio propio, y formado con los fondos artísticos pertenecientes a todas las instituciones aragonesas, públicas y privadas…

Que en sus aniversarios como el actual 275 de su nacimiento se realicen exposiciones, congresos o publicaciones no es suficiente. La propuesta de la Lonja en Zaragoza como Espacio Goya es una ocurrencia. Goya se merece mucho más. 

Cándido Marquesán

Homenaje a Goya en el 275 aniversario de su nacimiento