jueves. 18.04.2024

Este libro lo encontré en un quiosquillo de libros a muy bajo precio que hay en la estación de autobuses de Granada. Con ese título y ese autor era obligado comprarlo. Me costó un euro.

Es de esos libros que llegan a producirte amor y odio. Amor eterno por nuestro Federico inmortal, por su y nuestra Granada, por Ian Gibson, su más apasionado biógrafo, un irlandés enamorado de la mejor España, la de todos, que se nacionalizó español como acto supremo de cariño.

Asco infinito por el personaje que desentraña y denuncia el libro: Ramón Ruiz Alonso. Un tipo gris, siniestro y mezquino, derechista y católico de la peor condición, con una trayectoria de reaccionario violento al servicio siempre del que venciera, que en España eran normalmente los poderosos frente y contra las clases populares.

12Este detritus de la Historia, en un descuido de los Rosales, los falangistas amigos que lo protegían, entregó a Federico a sus verdugos que recibían órdenes  de asesinarlo clandestinamente desde Sevilla del genocida general Queipo de Llano.

84 años después, los restos de nuestro Federico, nuestro poeta más universal, siguen sin aparecer, y los del rebelde traidor a España y a la República, Queipo de Llano, siguen enterrados ostentosamente en la catedral de Sevilla, llenando así de oprobio y de vergüenza a los cristianos y a los españoles decentes. No debemos cejar hasta que Federico García Lorca repose en el Cielo y Queipo de Llano muera eternamente en el olvido de todos.

Pensar que todo hubiera podido ser distinto sin la existencia de ese siniestro Ruiz Alonso, que unos días después de morir Franco, en Diciembre del 75, se autoexilió a los USA y se perdió su rastro para siempre. Las actrices Enma Penella y Terele Pávez, dos de las grandes, hijas del tipejo, han tenido buen cuidado de no explicitar parentesco con él, ni en lo privado ni en lo artístico. La Régula de “Los santos inocentes” y la hija del verdugo Pepe Isbert tenían por fuerza que llevar como una carga a ese canalla.

El hombre que detuvo a García Lorca, Ramón Ruiz Alonso y la muerte del poeta