jueves. 25.04.2024
pienso

El colectivo “El Gallo Rojo” fue tomando fuerza a base de escuchar, de abrir bien las orejas para atender las peticiones de los alumnos y las alumnas del centro, que se sintieron protagonistas de su propio futuro

Un gallo rojo orgulloso y expresivo exhibe su vibrante plumaje en el muro frontal del patio grande de la escuela. Los alumnos y los profesores se empujan para poder ver mejor los trazos detallados y perfectos que dotan al gallo rojo grabado en pared de una autenticidad sobrenatural. “Es una obra maestra”, se le escapa -en medio del silencio reverencial que se ha creado- al joven profesor de plástica, mientras se restriega los ojos con los nudillos como si necesitara cerciorarse de que lo que está viendo es real.

Nadie entra en las aulas, todos quieren observar con detalle la silueta del gallo rojo. El director del colegio, escoltado por los jefes de estudio y un grupo de alumnos pelotas y mamporreros, se abre paso con dificultad en medio del tumulto de chiquillería, para intentar que se deshaga la maraña y todos entren en las aulas a paso ligero. Pero no parece que vaya a ser una tarea fácil.

Desde el comienzo del curso, se fue dibujando con trazo suave pero firme una realidad de cambio en el ambiente, que tiene descolocada a la dirección de la escuela. Un viento de optimismo sin límite empuja a los estudiantes subidos con ímpetu a una ola que amenaza con inundar de propuestas novedosas los cimientos de la institución, que lleva más de treinta años aplicando un plan de estudios caduco, que ha dejado fuera de juego por sistema las iniciativas de los estudiantes.

Los acontecimientos viajan a la velocidad del correcaminos mic, mic desde que se anunciaron elecciones escolares. La escuela vive momentos históricos casi al minuto, y se tiene la sensación de que ya se toca con la punta de la lengua un futuro que sabe a macarrones con chorizo.

Nadie entiende muy bien cómo sucedió, pero este año el alumnado comenzó con ganas: algo había cambiado de raíz. La señorita apatía, que se enroscaba en las cuestiones colectivas como las ramas de una enredadera haciendo de ellas un trámite insulso y aburrido, se esfumó de repente, engullida por una ilusión que brilla tanto como una fuente de colores bailando en un abrazo frenético con el viento del norte. Los pupitres de la escuela navegan por los pasillos como pequeños veleros impulsados por un temporal de ganas, que tiene a los chicos y a las chicas enfrascados en debates interminables sobre su futuro, eso sí, con una sonrisa enorme como una raja de sandía iluminando sus rostros.

Un día de finales octubre, que parecía de principios de verano, nació el colectivo “El Gallo Rojo” en medio de la algarabía del recreo de media mañana. Una alumna de segundo de primaria canturreaba una canción que aprendió de su madre mientras jugaba a rayuela: “cuando canta el gallo negro/ es que ya se acaba el día/ si cantara el gallo rojo/ otro gallo cantaría (…)”. Uno de cuarto que la escuchó, reflexionó en voz alta para quien quisiera enterarse: “Así somos nosotros, como el gallo rojo, el cole va a cambiar, porque es de todos y nos tienen que atender”. Y entre risas de caracola, saltos y toques de piedra con la punta de los pies surgió el nombre y la imagen de un grupo heterogéneo que mantiene desde ese momento a la dirección de la escuela y al equipo de los alumnos más disciplinados y pelotas navegando sin brújula y contra el viento.

El colectivo “El Gallo Rojo” fue tomando fuerza a base de escuchar, de abrir bien las orejas para atender las peticiones de los alumnos y las alumnas del centro, que se sintieron protagonistas de su propio futuro. Por primera vez en la historia de la escuela se elaboró un sencillo bloque de demandas en las que conviven propuestas realizadas por estudiantes de todas las edades, que van desde sustituir el aburrido potaje de los viernes, ¡¡puaajjjj!!, por unos sabrosos macarrones con chorizo, que pone a salivar sin freno las bocas de los niños y de las niñas de primaria, hasta colocar una máquina expendedora de preservativos en los pasillos que conducen a los lavabos, acompañada de un mural bien grande en la pared que explique cómo se colocan, porque como señaló con acierto una alumna de primero de instituto: “hay que prevenir los embarazos en este cole, que en mi clase ya van tres, las que han pinchado”. La lista incluyó también alguna que otra propuesta un poco más elevada, como la de poner en marcha un taller para aprender a navegar en globos aerostáticos, defendida con ardor por una de sus precursoras, con el argumento de que “si los humanos han pisado la Luna hace casi un siglo no veo porqué nosotras no podemos apreder a dar un simple paseo flotando por encima del patio del colegio, no tiene que ser algo tan complicado”. 

Pero la cuestión que trastornó del todo las cabezas de los inmovilistas del cuerpo directivo docente, y de algunos profesores a los que supera su propia incapacidad para comunicarse, fue la atrevida proposición de crear una comisión de evaluación de la calidad del trabajo del profesorado formada por los representantes de los alumnos, con capacidad para tomar decisiones.

El día en el que ha aparecido la hermosa silueta del gallo rojo, tatuada con genialidad en el muro frontal del patio grande, es el día en el que comienza una campaña electoral escolar preñada de esperanza para la inmensa mayoría de los alumnos y las alumnas de este cole, que resisten con alegría las presiones y los desatinos de todos aquellos para los que la palabra transformación es sinónimo de catástofre. Lo que se consiga aquí trasciende las fronteras de este micromundo, porque sobre la acción del colectivo “El Gallo Rojo” se han posado millones de ojos que aletean con brío como mariposas alegres, dispuestas a polinizar otras flores de participación y a fecundar multitud de matorrales de sensibilidad. Otras escuelas en distintos lugares prestan oídos, están repletas de seres que cada día iluminan con sus preguntas atrevidas y sus demandas utópicas el futuro de un mundo que necesita incluir todas las mentes chispeantes para continuar arando el camino.

“El gallo rojo”