viernes. 19.04.2024

Mi tía Mari suele decir a veces que a las personas mayores no se les tiene el respeto que se merecen, sino que estorban cuando ya no firman la nómina a final mes. Ella, que habla mediante sentencias y se expresa en términos absolutos, critica que los jóvenes de hoy en día vayan más pendientes de grabarse con los móviles que de respetar a quienes deberían agradecerles más de lo que ellos creen. En los últimos años, ha ido comprendiendo además que la edad no es un impedimento, como muchos afirman, para seguir teniendo una vida en la que ir descubriendo nuevas aficiones o seguir divirtiéndose, y por ello continúa informándose de lo que ocurre en el mundo y opinando sobre ello.

Lidia Falcón, con la que comparte generación, sabe que va a seguir dando guerra, aunque tenga ochenta y seis años, le pese a quien le pese. No solamente ha continuado dando entrevistas, impartiendo cursos de marxismo o teniendo un papel muy activo en política como presidenta del Partido Feminista, sino que no ha dejado de escribir artículos o publicar ensayos en los que continúa denunciando, con un discurso tan tenaz como el de mi tía, todos los males de este mundo. Su última obra es La filosofía del engaño, una crítica a la manipulación política, social o económica de un capitalismo que lleva gobernando globalmente desde la desintegración de la URSS.

Tal vez mi tía Mari y Lidia Falcón no coincidan mucho en sus ideologías políticas, pero ambas son conscientes de la importancia de tener una. En su ensayo, dividido por temáticas, a las que cuestiona mediante un exhaustivo análisis marxista, la escritora y política feminista expone cómo el capital ha conseguido vaciar a la sociedad de contenidos revolucionarios para que el resultado sea una sociedad líquida, tan ajena a unos firmes ideales políticos que llega a considerar a Rigoberta Bandini un referente feminista por su canción Ay, mamá, o que directamente vincula a Vox con los fascismos, sin saber que en sus estatutos se defienden políticas liberales. Si durante décadas, sostiene, no se hubiera estigmatizado a la política, especialmente desde discursos como los de Podemos, que decían representar a la nueva política con su léxico seductor y su terminología posmoderna, esta no se hubiera convertido en un mero entretenimiento televisivo del que Ayuso es su principal personaje. Y en este panorama es siempre la izquierda la que pierde.

En las más de cuatrocientas páginas, la veterana luchadora feminista prosigue con su implacable crítica a todo aquello que, bajo su criterio, enmascara una verdad que se nos oculta. Analiza, mediante datos certeros y objetivos, el papel que ha tenido la Unión Europea en la economía de España, destinada, junto a Italia, Portugal y Grecia, al turismo del que se benefician países como Alemania, Holanda o Francia, países que, en el reparto económico, obtuvieron la producción farmacéutica, la minería, la industria pesada o los astilleros.

España, no solo, desde el punto de vista de Lidia Falcón, perdió en aquel reparto económico, sino que, en sus propias palabras, puede que, después de haber resultado perdedora en la Transición, pierda también la democracia. En un apasionante capítulo dedicado a la situación política del país, narra que Juan Carlos I jamás juró la Constitución; cómo Estados Unidos y su Departamento de Estado buscaron a Suárez para elegirlo presidente, hasta que se opuso a la entrada de nuestro país en la OTAN; o que, de acuerdo con documentos desclasificados de EEUU, el nuevo residente oficial de Abu Dabi no hizo un referéndum sobre la monarquía porque sabía que esta no sería apoyada por los españoles.

Continúa detallando cómo los grandes partidos políticos se benefician siempre del desequilibrado sistema electoral español, en el que, además, los nacionalistas tienen amplia representación, mientras que otros, como el propio Partido Feminista, tienen que enfrentarse a unas marginaciones electorales que dificultan su salto a la política nacional. Y pese a que, además, se vinculen siempre los nacionalismos periféricos con la izquierda o la defensa de la unidad española con la derecha, la escritora desenmascara la verdad que hay oculta en esta afirmación. No solamente expone los discursos xenófobos de algunos dirigentes catalanes, por ejemplo, sino que desengrana las políticas de privatización, que generan grandes brechas sociales, aplicadas por aquellos que, curiosamente, sostienen la importancia de mantener la unidad de todos los españoles, y cómo los nacionalismos tan progresistas a ojos de muchos no dejan de estar basados en aspiraciones identitarias contrarias a la realidad material que Marx expuso en su obra.

Tal vez mi tía Mari y Lidia Falcón se encuentren en las antípodas ideológicas, o que, tal vez, compartan algunos postulados, porque, se suele decir, un reloj parado siempre da la hora correcta dos veces al día. Ninguna de las dos, y Lidia lo desarrolla en su ensayo, puede entender cómo, bajo la falsa libertad que se defiende actualmente, una mujer puede desear vender su cuerpo o sus hijos como si en Gilead viviese. El concepto de libertad, tan excesivamente envenenado, no existe realmente, a ojos de Falcón, si no va acompañado de una independencia económica que permita que esas mujeres se nieguen a prostituirse o alquilar sus vientres. Se ríen las dos de la idea de empoderamiento que tan hondo ha calado en las mujeres a las que se les ha seguido negando el poder y que ha conseguido engañar a aquellas que dicen venderse en OnlyFans porque libremente lo han decidido.

Suele decirse que no hay más ciego que quien no quiere ver, y por esa razón muchas de las personas que deberían leer este ensayo no van a hacerlo nunca. Lidia Falcón, además, ha sufrido recientemente el desprestigio de parte de una sociedad por la que lleva luchando décadas, que ahora incluso la señala como fascista por continuar defendiendo con ahínco los mismos ideales políticos por los que fue encarcelada o torturada. Mi tía Mari parece tener razón cuando afirmaba que a las personas mayores no se les tiene el respeto que se merecen. Lidia sabe que a otras personas como ella se las ha olvidado, repudiado o apartado, y a pesar de ello continuará denunciando incansablemente el discurso que sostiene que el capitalismo es el único sistema político posible tenga la edad que tenga.

Lidia Falcón contra la filosofía del engaño o la necesidad de desenmascarar la mentira