jueves. 25.04.2024

La fiesta de la paciencia

Por Enrique Esteve | Hace dos semanas daba comienzo en toda España la Fiesta del Cine. Durante tres días, multitud de salas a lo largo y ancho de nuestra geografía ofrecieron la posibilidad de asistir a sus pases por tan solo 2,90 euros.

Hace dos semanas daba comienzo en toda España la Fiesta del Cine. Durante tres días, multitud de salas a lo largo y ancho de nuestra geografía ofrecieron la posibilidad de asistir a sus pases por tan solo 2,90 euros. La respuesta del público fue abrumadora: el número de espectadores se multiplicó un 663% superando el millón y medio. Interminables colas para adquirir entradas y salas abarrotadas eran la prueba palpable de una realidad que quizás algunos prefieran obviar: la gente quiere ver cine y, aún diría más, buen cine. Quiere que le cuenten historias. Buenas historias. Tres días antes otra fiesta había tenido lugar en un sinfín de pantallas, esta vez no grandes, sino pequeñas. Auspiciada por Telecinco y su programa nocturno de los viernes Sálvame Deluxe, y con la presencia de una invitada ‘estelar’, Belén Esteban, la fiesta no oficial de la televisión batió récords de audiencia logrando un 25,7% de share y más de tres millones de espectadores. Se trataba sin duda de una fiesta pues durante su transcurso se celebraba el regreso a la televisión del mayor icono catódico patrio de lo que va de siglo, tras meses alejada de las cámaras para rehabilitarse de su adicción a las drogas. Una vez acabada, la espectacular audiencia cosechada era asimismo motivo de celebración por parte de Telecinco y Mediaset, el gigantesco grupo de comunicación al que pertenece la cadena.

Aún en ‘shock’ por el recibimiento dispensado a Belén en su ‘come back’ por una de mis vecinas (un “hala qué gorda se ha puesto…” en forma de desgarrador grito no exento de regocijo que hizo temblar todo el patio de mi casa), a lo largo de los tres días en los que me consagré a la Fiesta del Cine no pude evitar que la Esteban envenenase mis sueños. Su alargada sombra profanaba las pantallas de las salas donde me encontraba al igual que cuando un espectador se levanta del asiento, intercepta el chorro de luz del proyector y hace que su silueta se funda impunemente con los personajes de la película. Harto de sombras chinescas acabé por empujar a Belén al otro lado de la pantalla. Así, la ‘princesa del pueblo’ y ‘reina de la televisión’, cual Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo, traspasó la lona en pos de nuevos mundos con los que desintoxicarse de sí misma, dándole una oportunidad al buen cine tras cientos y cientos de horas de esperpento televisivo. De repente, como por arte de magia, la Esteban deambulaba por el angosto cuarto de la protagonista de La piedra de la paciencia, una joven afgana que por primera vez durante su matrimonio es capaz de hablarle a su marido, aprovechando que éste está en coma tras recibir un disparo en la guerra.

Fotograma de La piedra de la paciencia

A diferencia de Belén, especializada en contar zafiamente sus miserias una y otra vez a lo largo de los años ante un público fiel, la joven afgana dispone por primera vez de la oportunidad de expresar sus anhelos y tristezas, derivados de la pavorosa situación de la mujer en su país, a un hombre que, de no estar inconsciente, no le permitiría siquiera abrir la boca. Al igual que la Esteban, sin embargo, la protagonista de La piedra de la paciencia cuenta con un público cuya entrega está estrechamente ligada a su condición de zombie. Quizás el encuentro con la heroína del film afgano hiciera reflexionar a Belén sobre lo imposible que es para muchos ser escuchados y la responsabilidad que debiera implicar el tener acceso a la descomunal tribuna de la televisión. Sobre lo peligroso que puede resultar ‘alimentar’ a un público zombie, pues se corre el riesgo de que despierte irreversiblemente contaminado y más hambriento que nunca.

Tras su periplo afgano Belén se trasladó a la Inglaterra de posguerra del documental El espíritu del 45, dirigido por Ken Loach. Allí participó del entusiasmo con que el pueblo británico, liderado por un recién estrenado gobierno laborista, unía fuerzas para, una vez derrotado el nazismo, acabar con el otro gran enemigo del país: la miseria de la clase obrera. La ‘princesa del pueblo’ asistió así a la nacionalización de la industria del acero, el carbón, el ferrocarril, el agua, la electricidad, el gasy, lo más importante, fue testigo de la creación del PublicHealthSystem (Sistema Público de Salud). Todos ellos pasos fundamentales para sentar las bases del estado de bienestar, centralizando servicios que, al estar antes en multitud de manos privadas cuyo fin era obtener el mayor beneficio al menor coste posible, desatendían flagrantemente las necesidades de la población privándola de cualquier tipo de calidad de vida. A raíz de la nacionalización los mineros trabajaron por primera vez con unas mínimas condiciones de seguridad en las minas; los ferroviarios desarrollaron conciencia de clase, orgullosos de pertenecer a una organización prestigiosa capaz de ofrecer un servicio eficiente; y la población de los suburbios, hacinada en entornos insalubres, pudo acceder a la atención sanitaria y a una vivienda digna gracias al PHS y a la creación de viviendas protegidas, evitando así la propagación de enfermedades.

Fotograma de El espíritu del 45

Quizás al pasearse por un país en plena reconstrucción, decidido por fin a dignificar a la clase obrera, Belén se diera cuenta de que su título de ‘princesa del pueblo’, que tan perversa y demagógicamente le otorga Telecinco, es engañoso y que el que realmente debiera ostentar es el de ‘cortesana del capitalismo feroz’. No en vano la Esteban es un producto que, por un mínimo coste, reporta a Telecinco exorbitantes beneficios sin importar que no reúna los requisitos mínimos de calidad que deberían exigirse a un producto televisivo (si entendemos por calidad un conjunto de propiedades que englobe la no denigración del ser humano), al promover tanto ella como el tipo de programas que le dan pábulo, toda clase de discursos y comportamientos soeces, vejatorios y violentos. Quizás al intercambiar impresiones con los ancianos británicos que de jóvenes hicieron posible el espíritu del 45; al mezclarse con las multitudes que hacían cola en la Fiesta del Cine, ávidas por ver buenas películas a un precio al alcance de su bolsillo y no inflado por abusivos y disuasorios IVAS, Belén entendiese que el pueblo del que Telecinco la ha hecho princesa merece y puede llegar a desear algo más que los subproductos que su cadena le ofrece. Que el cínico argumento libre mercantilista de que si la gente ve telebasura es porque quiere y le gusta, pues tiene capacidad de elegir, es relativamente cierto dado que dicha capacidad de elección se ve mermada en tanto en cuanto Belén está en todas los hogares y el buen cine en salas contadas con los dedos de las manos. Belén es promocionada sistemáticamente en revistas, publicidades, televisión, mientras que la cultura goza cada día de menos apoyo y difusión. Belén es gratis. El cine cuesta diez euros y la enseñanza pública se ha convertido, por su precio, en un artículo de lujo. Y llegados a este punto es donde el estado, al igual que en la Inglaterra del 45, debiera intervenir y tomar medidas que acercaran la cultura y la educación a todos (más allá de anécdotas como la que supone la Fiesta del Cine, celebrada únicamente una vez al año durante tres días), garantizando así la capacidad de elección del pueblo y promoviendo además del libre mercado, el libre pensamiento.

De la verde Inglaterra, Belén pasó a la soleada California de BlingRing, la película de Sofía Coppola sobre un grupo de adolescentes obsesionados con el estilo de vida de las ‘celebrities’ hasta el extremo de irrumpir en sus casas para robar sus exclusivas prendas y accesorios. En la discoteca, de fiesta con los ladrones, viéndoles hacerse auto fotos con el móvil a cada momento, alienados, bailando cada uno por su lado, quizás Belén reflexionase sobre el vacío existencial y lo hermoso de bailar acompañado, en pareja, o en corro, como hacen los jóvenes de las imágenes en súper 8 del final de El espíritu del 45, eufóricos al celebrar por las calles el final de la Segunda Guerra Mundial. Quizás entonces entendiese la importancia que tiene en la sociedad actual salir de casa y cambiar momentáneamente el zapping que practicamos muchas veces en soledad por una película en el cine, en silencio, en compañía de otros. Sin cambiar de canal. Al cabo de tres intensos días la Fiesta de la Paciencia llegó a su fin. Aparentemente. Poco después continuaba en las calles con una nueva y multitudinaria marcha verde por la educación pública y en la Filmoteca de Madrid con la abarrotada proyección del documental Maestras de la República, hermoso tributo a unas mujeres libres, luchadoras y comprometidas profundamente con la educación y la cultura, que sin duda se entristecerían al ver a las que podrían ser sus hijas y nietas, lobotomizadas tarde tras tarde viendo en casa el programa de Belén.

Fotograma de Las maestras de las República.

La fiesta de la paciencia