viernes. 29.03.2024
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Federico García Lorca

Este 5 de junio se cumple aniversario del nacimiento de Federico García Lorca. Hace unos días también se cumplieron 80 años de la publicación de su libro póstumo Poeta en Nueva York, uno de los grandes poemarios universales, que conjuga estética osada y apabullante, sobrecogedora, con denuncia social contra el modelo y modo de vida que impone el voraz sistema capitalista.
Este texto está inspirado por su figura humana y artística. Una especie de artículo-poema, en una atrevida tentativa de hacer "periodismo lírico".


Yo, que tengo el cuerpo difuminado y arrumbado en el trastero de las cosas del otro lado: me entristecen los cuerpos frívolos que se entregan con impudicia a la fiesta vana de la calle. A los que se ofrecen como una verbena andante para reivindicar sus apetencias. A los privilegiados, los soberbios, a los que legislan, inventan nomenclaturas y falsas ciencias para no perder el estatus. A los que están tan segurísimos de sí mismos que hasta les sobra el mundo con todos sus semejantes dentro. A los engolados, a los pedantes investidos de honor, que almacenan en la garganta las falacias bien dichas y luego se marchan a darse el festín de la materia. A los que se han enriquecido a izquierda y derecha con el trabajo honrado de la muchedumbre. A los adoradores de la técnica, a los idólatras del dinero que han explotado y humillado al hombre. A los que miden siempre sus propósitos en euros. A los negociantes y políticos insensibles que han permitido que se hagan collares divinos de la muerte con las tripas de gentes sencillas. A los demócratas que cuando pierden sacan el látigo y se descomponen. A los demócratas que cuando ganan sacan la retahíla de las palabras mentirosas: la solidaridad, el compromiso, la empatía y todo el diccionario de la falsedad al que yo le prendo fuego ahora mismo con la ira sin consuelo de los afligidos. A los que trafican con la bondad y la inocencia de las personas. A los que no sueñan porque cada uno de sus sueños se ha cumplido a costa de las pesadillas de los otros. A los cínicos que hacen economía por detrás de los llantos. A los que se declaran mensajeros del dolor en fastuosos escenarios. A esos, he venido a reclamarles la parte de destino que nos corresponde. No estoy con Dios ni con el Diablo, ni con las mayúsculas ni con las minúsculas; ni con el soporte digital ni con el soporte papel. Estoy instalado de por vida en el centro de la muerte, pero con una voz fuerte que remonta los siglos y las injusticias. Estoy con el hombre perdido y humillado al que le están quitando todos los soportes. Con el hombre oprimido y perplejo al que están desposeyendo del poder básico de vivir con ilusiones, ese espejo inalienable, mientras el hombre poderoso, estúpido y rococó se dedica a inventar la palabra interminable empoderamiento y eso lo vende como triunfo y salvación. Por el lenguaje empezó nuestra mayor traición. Por las palabras empezamos a traicionarnos. El lenguaje ya no es un apéndice del espíritu, es otra herramienta sometida más. El lenguaje que amo ya no es humano y abomino de la burocracia fantasma del sistema que se ha apoderado de él y certifica a raudales sin saberlo la tristeza de muchos niños cautivos en la miseria de sus barrios. Ha pasado el tiempo del relativismo y el anonimato. Ha llegado la hora de decir con quién se está. De elegir entre la palabrería pulimentada o la mano tendida. De golpear con el corazón a favor de la creación o de la destrucción. De lanzar metáforas mortíferas contra el lenguaje oficial y correcto, que es un embuste muy peripuesto dentro del vacío más oscuro. Los indignados son temporales. La indignación es eterna. A los que pisotean antes y después del discurso. A los que alimentan víboras en las entrañas y luego se pasean dichosos y lustrosos con sus títulos sociales. A los que pronuncian sin pudor la palabra amor y luego apuñalan la espalda de los corazones. A los que reparten retóricas en lugar de panes y peces. A los que desprecian al hombre por sentirse muy hombres. A los fanáticos. A los chivatos de la muerte. A esos, he venido a reclamarles la parte de vida y de sueño que me pertenece. He venido como un viento enfurecido a señalar las puertas y las ventanas de la injusticia con una marca de sangre inacabada. Solo traigo la palabra en cal viva y las ansias de cuerpo, de boca, de manos. Porque solo quiero lo que es mío y está todavía aquí, abandonado en la tierra, con su cara de niño malherido en la guerra de los mayores y los tiranos. Lo que es mío está aquí todavía, tirado en medio de la calle, con su cara de niño hambriento en el banquete escandaloso de los poderosos y los mentirosos. Solo quiero lo que es mío, con su cara de niño triste y sucio, que no le dejan preguntar a los obispos, “¿cómo puedo llegar al cielo?” He venido como un viento enfurecido a estrangular el corazón viejo del terror y a tragarme sin escrúpulos el semen macho de la violencia, pero te prometo, amor mío, que mañana seré de nuevo brisa de océano para tus ojos.

Me dijeron que escribiera y he escrito como un estigma río que sangra su curso por las calles arramblando las pancartas frívolas que claman en nombre de la congoja. Propongo y dispongo el silencio y el frío. El desnudo y los gestos. Me dijeron que viniera y he venido, no como un cadáver de aniversario, sino como un escupitajo de sangre para todo aquel que quiera ser alcanzado. Lorquísimo y enfebrecido: y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

'Lorquísimo': Federico en Federico