jueves. 28.03.2024
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Fachadas de la farmacia Juanse y de la Antigua Huevería en el barrio de Malasaña. (Foto: Juan Jiménez Mancha)

Juan Jiménez Mancha | @jjmancha1924

Madrid es impensable sin los conjuntos cerámicos que lucen admirables tiendas en sus fachadas. La edad de oro de estas decoraciones comerciales abarca de los años diez del siglo pasado hasta la guerra civil, gracias al trabajo de artistas procedentes sobre todo de Sevilla y de Talavera de la Reina.

El 1 de abril de 1871, hace ahora 150 años, nació en Córdoba el autor tal vez más representativo de este movimiento: Enrique Guijo Navarro; para todos Guijo; un hombre esencial en la caracterización de Madrid que acabó, no obstante, en la nómina de artistas olvidados.

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Farmacia Juanse. (Foto: Juan Jiménez Mancha)

Guijo, de padre carpintero muerto prematuramente, se mudó joven con su madre a Sevilla para formarse en los talleres cerámicos de Triana. Hacia 1900 se trasladó a Madrid junto a su mujer, Ana Ternero Carranza, y su pequeña hija Enriqueta. De carácter abierto, se introdujo pronto en los círculos culturales y tertulianos. Entabló amistad con el también cordobés Francisco Alcántara, muy respetado por sus críticas periodísticas de arte, y con Manuel Machado.

Alentado por Alcántara, Guijo se instaló en 1907 en Talavera de la Reina, donde contactaría con el fotógrafo y decorador Juan Ruiz de Luna para revolucionar juntos la loza talaverana. Guijo se convirtió, al año siguiente, en el primer director artístico del nuevo alfar Nuestra Señora del Prado, clave en el futuro. En compañía de Ruiz de Luna, condujo el renacimiento de la cerámica talaverana tras siglos de ostracismo. Ambos consiguieron, en palabras de Alcántara, “una loza digna de la producida en los grandes siglos de la morisca ciudad”.

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Taberna Los Gabrieles

En enero de 1911, Guijo fue nombrado profesor de “Loza en sus tipos nacionales históricos” en la recién creada Escuela de Cerámica de Madrid, con Francisco Alcántara como director. Por entonces se encargó de la azulejera y distintos frescos de varios edificios municipales madrileños, con el arquitecto Luis Bellido de jefe, como la Casa de Cisneros (sede del ayuntamiento, junto a Ruiz de Luna), el Matadero y la Casa de la Panadería. Sus ocupaciones en la capital le separaron de Talavera, pero acordó hacerse cargo de la dirección de la sucursal de cerámica que Ruiz de Luna poseía en el nº80 de la madrileña calle Mayor.

Este acuerdo supuso un punto de partida. Las rúbricas “Guijo” y “Mayor 80” se extendieron por la ciudad y abrieron el camino a otros ceramistas. Guijo y su taller, que no daba abasto con los encargos, realizaron obras hoy tan emblemáticas como la decoración de las fachadas de la farmacia Juanse y de la Antigua Huevería en el barrio de Malasaña, de la Librería Bibliófilos Españoles en la travesía de Arenal y de la vaquería La Tierruca en Puente de Vallecas.

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Vaquería La Tierruca en Puente de Vallecas. (Foto: Juan Jiménez Mancha)

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Librería Bibliófilos Españoles en la travesía de Arenal. (Foto: Juan Jiménez Mancha)

Trabajaban en el taller su hija Enriqueta, pintora al óleo y más tarde profesora de dibujo y pintura de la Escuela de Cerámica, y otros artistas, como el sevillano Alfonso Romero Mesa, autor más adelante de las azulejerías de la plaza de toros de Las Ventas, taberna Los Gabrieles (considerada la “Capilla Sixtina” de la azulejería madrileña, con aportaciones de Guijo) y tablao flamenco Villa Rosa. Numerosas tiendas, hoy no cuidadas como merecen, se embellecieron merced a la moda de la cerámica, al igual que muchos edificios.

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(Foto: Juan Jiménez Mancha)

A finales de 1920 Guijo, por problemas económicos, tuvo que ceder a Ángel Caballero, contador del taller, Mayor 80. Ese año había donado a la sección-museo del Archivo de Villa su colección de cerámica. En 1925, Guijo fue nombrado conservador de edificios municipales. Como tal, en 1929 entró a residir por requisito del cargo en el antiguo hospicio de Madrid, sede del nuevo Museo Municipal, con Manuel Machado de director.

Durante la guerra civil, con Manuel Machado en Burgos, Guijo custodió junto a su hija el Museo Municipal (su mujer había muerto en 1934). Se agravaron los problemas de visión que arrastraba. Enriqueta, que seguía de profesora en la Escuela de Cerámica y que restauraba cuadros para el museo, le guiaba como un lazarillo por las estancias. En marzo de 1945 se jubiló por ceguera que le ocasionó una “imposibilidad física total”, según el ayuntamiento madrileño. Totalmente olvidado, Enrique Guijo falleció el 12 de diciembre de 1955. Fue enterrado junto a su mujer en el cementerio de la Almudena.

Juan Jiménez Mancha


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