sábado. 20.04.2024
Reichstag en Platz der Republik, en el distrito de Tiergarten. Berlín

Creo que fue María Kodama, la esposa de Jorge Luis Borges, aquella musa que bien podría haber inspirado una película de ciencia ficción, la mujer que hace mucho tiempo me contó una inverosímil historia secreta: su marido se enteró que alguien había utilizado un robot para matar a Hitler. De hecho, dijo que todavía existe y que fue enterrado en los sótanos del Bundestag.

Lo recordé mientras estaba en Louisiana, tomando una cerveza en la calle Bourbon Street de Nueva Orleans, donde mataba el tiempo, junto a una joven belleza, que hablaba a veces español y a veces en inglés, no obstante, siempre con un claro acento argentino.

―La democracia está en peligro. Han detenido en Alemania a veinticinco personas. El líder era un viejo aristócrata excéntrico que pretendía dar un golpe de Estado ―le dije.

Estoy segura de que se creía alguien elegido―replicó la joven.

―Sin duda. Alguien merecedor de todo el poder por estar en posesión de la verdad.

―De la verdad y de la muerte.

―En efecto. Siempre pasa lo mismo, los grupos de extrema derecha quieren usar el racismo con fines políticos. ¿Adivinas cuál era la excusa esta vez?―le pregunté.

―Algo sobre unas élites que quieren matar a los niños y sobre todo, los protocolos de los sabios de Xion.

―¿Cómo lo sabes?

―Es una mentira muy vieja: propaganda zarista sobre unos supuestos planes de los judíos para dominar el mundo―me dijo.

―Pues han debido de fracasar esos planes, puesto que ahora los chinos les llevan claramente la delantera…

―Ya. Es solo un cuento para obtener el poder y el protagonismo a costa de despertar el odio hacia los judíos.

―Eso me recuerda la historia secreta que una mujer famosa me contó sobre un hombre que utilizó un robot para matar a Hitler.

―Dime. ¿Cuál es la historia secreta de ese robot para matar a Hitler?―preguntó la chica.

―Hace mucho tiempo, en el siglo XVII, un rabino enterró una estatua de un hombre de barro justo donde ahora se levanta el Bundestag. Por lo visto, vino desde Praga para esconderlo debido al peligro que conllevaba. En efecto, una maldición pesaba sobre él. Y es que en aquel tiempo remoto, desapareció un niño cristiano y la población culpó a los judíos, curiosamente para asesinarlo y utilizar su sangre en los sacrificios que realizaban durante la Pascua. Entonces el emperador, Rodolfo II, se vio obligado a ejecutar a muchos judíos y a desterrar a otros tantos.

―¿Y qué sucedió después?

―Ese rabino, que era conocido como Rabbí Löw decidió hacer algo para ayudar a los suyos. El rabino había tenido un sueño en el que se le ordenaba construir un ser artificial conocido en la tradición judía con el nombre de gólem. Más tarde, pidió ayuda a otros dos rabinos y entre los tres hicieron un hombre de barro y lo rodearon siete veces mientras recitaban unos encantamientos, con lo que se produjo un hechizo, que le hizo enrojecerse como el fuego. Luego lo llevaron a un rio, lo enfriaron y dibujaron su rostro, sus piernas y sus brazos. Él mismo Löw lo rodeó siete veces mientras sostenía una Torá en sus manos. Luego los tres hombres recitaron un versículo del Génesis (2,7): «Entonces formó Yahvé Elohim al hombre del polvo del suelo, e insuflando en sus narices aliento de vida, quedó constituido el hombre como alma viviente».

Por último, Rabbí Löw escribió en la frente del gólem la palabra emet («verdad» en hebreo), y así el gólem cobró vida. Encargado por Löw de buscar al niño desaparecido, el gólem lo encontró y se presentó con él en brazos durante el juicio que se celebraba para condenar a los judíos. El niño declaró que su padre le había obligado a esconderse en el sótano de su propia casa para provocar la destrucción de los judíos. Y así fue como el gólem salvó a la comunidad judía.

Sin embargo, la historia no termina bien. No en vano el hombre de barro comenzó a crecer sin parar y a volverse violento e incontrolable. Sembró el pánico en la ciudad y comenzó también a matar a los judíos. Rabbí Löw hubo de intervenir de nuevo. Tras obtener del emperador la promesa de que no atacaría a los hebreos, eliminó la letra aleph de la palabra emet que el gólem llevaba escrita en su frente, con lo que esta pasó a significar «muerte», en hebreo met.

Tras privarlo así de vida, Löw escondió al gólem en el ático de la sinagoga Vieja-Nueva de Praga, lo encerró con llave y ordenó que nadie accediera a aquel lugar. Muchos años después, un conocido de Borges, otro rabino de ascendencia argentina, lo enterró debajo del Bundestag y cuando vio lo que le estaba pasando al pueblo judío, colocó de nuevo la letra aleph en su frente.

Solo tras la toma de Berlín por los rusos y la rendición del ejército alemán, volvió quitar la letra y a dejar inerte al hombre artificial que contribuyó tanto a matar a unos como a otros. Aunque no sirvió de mucho. Porque cuando finalmente lo encontró, puesto que había perdido la guerra, como todo el mundo sabe, el mismo se suicidó.

Fábula sobre el rabino que enterró una estatua en los sótanos del Bundestag