jueves. 25.04.2024

La Plaza de las Glorias es un espacio inmedible a la salida noroeste de Barcelona. Se halla en la encrucijada de la autopista que te saca hacia el mar y la avenida que te encarrila hacia el Vallés.

Ahí siempre hubo una parada de metro de la línea 1, Glorias, entre Marina y Clot; de lo que no tuve constancia nunca es que ahí hubiera una plaza en el sentido propio de la palabra. Había un inmenso mercadillo, angosto y caótico, Los Encantes. Pese a estar apenas a tres o cuatro paradas de la Plaza de Catalunya, en mi imaginario infantil, adolescente o juvenil, las Glorias aparece como un sitio suburbial, conexo a un barrio obrero y popular, Pueblo Nuevo, feo, sucio, lleno de talleres y fabriquetas al tun tún, entre la que destacaba la Hispano Olivettí, con varios miles de trabajadores y uno de los emblemas de la USO ilegal en la segunda mitad de los 60.

Cuando volví a Barcelona para quedarme, 40 años después, noté que las Glorias se había llenado de cosas pero seguía siendo un territorio más que una plaza. Los viejos Encantes fueron demolidos y hay ahora unos amplios, de varias plantas, con toques modernistas, pero mercadillo popular a fín de cuentas. Hay un edificio de colores que se ve desde muy lejos y se asemeja a un enorme falo de varias plantas; parece que es sede de compañías de aguas, electricidad y cosas así. Hay un teatro nacional y un auditorio y un archivo de la Corona de Aragón ...

Me comentan que, a pesar de todo, las Glorias son como un proceso de reestructuración y culminación siempre inacabado (una seña de identidad de Barcelona, al parecer). Digo esto porque hace dos o tres años participé en el penúltimo intento de reestructuración. Hubo discursos inaugurales, obras acabadas, parterres (algunas máquinas y hormigoneras estaban discretamente ocultas para cuando tocara volver a la tarea y no deslucir el carácter inaugural del acto). Lo impactante de verdad de aquella ocasión es que allí se inauguraba un edificio imponente, de varias plantas, con ajardinamiento propio, llamado Museo del Diseño de Barcelona. Me impresionó si bien no sabría decir exactamente por qué. Si recuerdo que pensé que este mamotreto ha debido costar un huevo y la yema del otro, con perdón, y manifesté a mí mismo el deseo más que la certeza de que aquello fuera una buena contribución cultural, social y económica para Barcelona.

Volví ayer a las Glorias y al Museo del Diseño por primera vez desde la antedicha inauguración. El paisaje de obras inacabadas seguía ahí como siempre, la mirada se me perdía por los contornos de una plaza que sigue sin serlo y en el Museo había muy poca gente pese a ser gratuita la entrada, mediodía y sábado. Pero yo sabía a lo que iba: A una exposición sobre la obra de Jordi Fornas, que está en la planta -1, y que, quién lo diría, es el objeto de este artículo. Vamos:

A principios de los años 60 hubo en Catalunya un gran impulso a favor de la reconstrucción cultural, lingüística y socio-política, tras 20 años largos de postguerra, represión, muerte, y prohibición radical de la lengua catalana en todas las esferas. Como gustaba a Aznar, era un idioma condenado a la intimidad del hogar, salvo que un vecino franquista y con ganas de hacer méritos te oyera y te denunciara a la autoridad policial más próxima.

Había várias razones que explicarían este impulso de Catalunya en su propia lengua al arranque de los 60:

  • El franquismo abrió muy timidamente la mano en algunos aspectos de la vida. No era por vocación democrática sino por imperativo de ofrecer a una Europa en la que querían integrarse una imagen de apertura. En los gobiernos de Franco ya había una fuerte presencia de los tecnócratas "liberales" del opus dei que sostenían que el capitalismo español estaba condenado al fracaso sin abrirse a Europa y aceptar algunas bases democráticas de ésta. En el campo laboral y sindical, por ejemplo, esa "apertura" era la ley de convenios colectivos y la de elección de los jurados de empresa encargados de negociarlos en los centros de trabajo. Era una rendija muy limitada, las estructuras sindicales verticales de la dictadura seguían vigentes, pero la acción cotidiana, represión incluida, de los sindicalistas democráticos de CCOO, USO y otros, fuimos ensanchando esas rendijas y construyendo espacios de libertad y auténticos contrapoderes en no pocas empresas y sectores emblemáticos.
  • En el plano de los medios de comunicación, publicaciones editoriales, y otras actividades culturales, una ley, "la ley Fraga", en alusión al ministro de información y turismo, suprimió la censura previa obligatoria. Más que un avance para la libertad de expresión y comunicación era un truco para implantar la autocensura, pues el franquismo no te obligaba ya a pasar censura previa pero daba unos palos tremendos de multas, cierres de medios, condenas a periodistas, etc., si hacías o decías lo que no les gustaba. Pero era una rendija también ...
  • Igual que en el mundo obrero, en el campo de la cultura, la comunicación, la música, se incorporaba a la lucha contra el franquismo y por la Libertad una nueva generación de gente joven que no arrastraba los traumas de la guerra, el exilio, la represión sumaria, etc. Traían el coraje de la juventud y una dosis notablemente menor de miedo.
  • A principios de los 60 del siglo XX hubo un movimiento de recuperación de la memoria y la obra de Pompeu Fabra con ocasión de su Centenario. Un lingüista catalán insigne que hizo una contribución clave a la modernización y unificación de la lengua a finales del XIX y principios del XX. Ese Centenario fue motivo e impulso para el resurgimiento al que me vengo refiriendo. En honor a la verdad hay que reconocer que la existencia de gentes de la burguesía liberal y catalanista que rechazaban la dictadura franquista, era una palanca muy importante para impulsar ese resurgimiento.

Hubo un artista clave para impulsar aquel movimiento impetuoso y renovador a pesar de todas las restricciones impuestas por la dictadura. Era el diseñador gráfico, multifacético y omnipresente en tantas actividades: Jordi Fornas. A él y a su obra está dedicada la exposición, que es humilde y limitada en comparación con otras, pero que recomiendo vivamente por su enorme interés y porque si tienen cierta edad, como yo, van a encontrarse con su propia adolescencia y juventud.

Anexo a estas líneas un amplio reportaje fotográfico, de producción propia, por eso son tan deficientes. En ellas se refleja la cantidad e importancia de los campos en los que Jordi Fornas actuó como motor de una nueva imagen y un diseño vivo y en colores que se abría paso contra la lúgubre Catalunya y la fea España en oscuros blanco y negros del franquismo.

Fornas estuvo en todas las realizaciones y proyectos nuevos que irrumpían en la época: editoriales, discográficas, publicaciones, cartelería, etc. El franquismo, en su estupidez, permitía la edición y difusión de aquel torrente porque al ser todo en catalán daban por supuesto que no le interesaría a casi nadie. En Catalunya, en el albor de los 60, podías acceder a autores proscritos en castellano, desde Marx a Marcuse o desde Engels a Espriu.

No pocos de los libros o revistas que se exponen los he tenido yo en casa, los he prestado, los he leido aunque no me enterara mucho. Los discos de dos canciones, singles, de los trovadores emergentes en catalán, costaban 15 pesetas, 0,08 euros; los de cuatro canciones, 25 pesetas, y los grandes, LP, long play, 50 pesetas. Y algunos de los carteles que se exponen yo me hinché a pegarlos por las paredes, portando un pringoso cubo con agua y cola, cuando organizábamos recitales de Raimon o de Serrat en San Adrián o Tiana.

Vayan a la exposición, reencuentren a las Glorias siempre inacabadas, y no se fíen de lo que les cuente porque la memoria y la nostalgia son muy traidoras.

Manuel Zaguirre. *ExSecretario General de la USO. Afiliado al PSC

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Una exposición sobre el resurgimiento de Catalunya en los 60