viernes. 19.04.2024
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Esther García Llovet. Fotografía por Karina Beltrán © 2014

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | Se hace referencia en “Mamut”, la nueva novela de Esther García Llovet, a “las cosas feas”, a “las costuras mal puestas de la vida”. Se habla del “desorden de las casas tristes, tan diferente del desorden de las casas alegres”. Se reconoce el silencio, “el silencio de las ciudades de noche”, mientras Junot, el protagonista, camina por las calles como si fuera “el último superviviente después del fin del mundo”. Hay sueños y despertares, búsquedas y huidas, “tiempo perdido, cosas perdidas, gente perdida” en esta entrega en la que los personajes luchan, se defienden, sobreviven, desde los márgenes. Una narración por la que andamos como a través de un túnel, atraídos por su extrañeza, por la sensación de estar atravesando una niebla, pisando tierras movedizas, tocando la sustancia del abatimiento que domina un presente incierto, en el que todo parece estar a punto de venirse abajo.

Original, especial, “Mamut”, cuyo título hace referencia a una droga, unas pastillas poderosas, capaces de distorsionarlo todo, puede ser leída simplemente como un “thriller” con ciertos toques de “road movie” y horizontes de ciencia-ficción. Podemos decir de ella que narra básicamente una historia de amistad y traición en unos ambientes que se escapan de lo convencional. Podemos referirnos a su estilo depurado, contenido, en el que de vez en cuando brotan imágenes potentes que funcionan como fuegos artificiales. Imágenes que son, en palabras de la autora, “como estornudos” que irrumpen en el relato sin previo aviso y se quedan porque funcionan, porque a ella le encajan en el conjunto, mientras que las atmósferas le surgen al cerrar los ojos y viajar muy lejos con la imaginación.

Sin embargo, todo esto se queda corto, no es suficiente a la hora de explicarnos la novela, en esos momentos en los que cerramos las páginas del libro y nos quedamos con su sabor, con su ritmo, con sus climas y palabras. Hay algo más en “Mamut”: un latido profundo, que parece emerger del fondo de la conciencia, de esos estratos subterráneos, salvajes, inaprehensibles, de la condición humana, de ese magma en el que se generan las pesadillas y también las revelaciones.

García Llovet (Málaga, 1963) escucha todos estos argumentos con atención, con sana curiosidad, con la naturalidad de quien no da demasiada importancia a lo que hace. Asegura que a la hora de escribir no se plantea hallar respuestas ni partir de referencias sociales concretas. “Me preocupa ante todo la estructura, en este caso más convencional que en otros de mis libros anteriores, de carácter más difuso”, dice. “Quería una estructura que llevase a los lectores a pasar las páginas con rapidez y a quedarse pegados a los personajes. Son los personajes los que producen esa inquietud, esa angustia al no saber lo que va a pasar”.

- Los personajes son muy enigmáticos. Los vemos siempre a trasluz. Hay un momento de la novela en el que se habla de un túnel y de un punto de luz azul y lejano que deslumbra al protagonista. La posición del lector es un poco esa. Debe seguir esa luz sin buscar entender hacia dónde se dirige.

- Los personajes de “Mamut”  son seres solitarios, descolocados, incluso en lo que respecta a sí mismos, sin lazos familiares. A excepción de la amistad de Junot y Toro, una amistad que viene de muy atrás, los hilos que les unen son muy tenues. Todos van a ciegas, no saben lo que les espera, pero también yo iba a ciegas mientras avanzaba en la historia. Y, por supuesto, los lectores. Tiene que ver, en efecto, con lasensación de ir por un túnel. Todo es negro. No sabemos donde estamos metidos. La referencia de la luz está al final. Aquí todo está abierto. Yo no quiero ni imaginar lo que sucedería si me tomase una pastilla de esas…

- La novela está llena de señales, de frases que funcionan como amenazas, frases del tipo: “Van a pasar cosas”, “Vamos por delante. No tenemos nada que perder”. Algo se está cociendo, todo resulta evanescente, extraño. Y está  esa perturbadora tribu de niños, esa especie de coro que actúa de fondo.

- Hice varias versiones de la novela y los niños no estaban presentes en la primera, surgieron con posterioridad, a raíz de imaginar una posible tercera Guerra Mundial entre adultos y niños. El mamut representa lo primitivo, lo que tenemos todos, la esencia del niño. Los niños son los que van por delante, no tienen futuro. El futuro es una expectativa adulta y lo bueno de no estar preparados para él es que no sabemos lo que nos va a suceder. Sobre esa idea gira la novela, sobre esa inquietud permanente que yo no veo como algo negativo sino todo lo contrario. En ocasiones la inquietud es lo que hace que nos pongamos en movimiento. En cuanto a la extrañeza, me parece que el hecho de escribir ya es una extrañeza. Yo necesito la escritura, para mí es como una especie de suelo. La extrañeza es lo que más cómodo me resulta para acercarme, para habitar lo real. Me gusta, puedo tocarla, me siento bien ahí.

- También podemos pensar que estamos dentro de una pesadilla. Todo el tiempo entre el sueño y la vigilia, dando pasos a tientas.

- Este mecanismo tiene que ver con mi experiencia personal. Está claro que las ficciones, los libros que escribimos, sin ser autobiográficos, sí son, en cierto modo, autorretratos de nosotros mismos. Desde que yo tenía 13 o 14 años, siempre me ha costado mucho dormir. Me gustan los sueños y suelo apuntarlos. A veces me cuesta diferenciarlos de la realidad y siempre me parece que son algo que se queda a medio camino de lo que deberían ser las cosas. Los de antes de despertar, por ejemplo, suelen indicar lo que en realidad nos gustaría que sucediera...

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Esther García Llovet: “La inquietud nos pone en movimiento”