viernes. 29.03.2024
autorretrato

Autorretrato sin mí es literatura intimista de mucha profundidad, poética, una narración que se lee como un poema, un ensayo introspectivo que acaba por ser un libro singular, inclasificable. Un libro hermoso, difícil, demasiado triste para ser únicamente un emotivo canto a la vida vivida y por vivir.

“Habito desde que nací en un hombre llamado Fernando Aramburu. No voy a quejarme. Hay desiertos peores”.

Fernando Aramburu ha querido que la continuación de su obra maestra contemporánea, la simpar Patria, sea un libro oscuramente iluminado por la grandeza literaria de lo deliberadamente pequeño, esencial.

Autorretrato sin mí es una brillante reflexión de Aramburu sobre Aramburu que contiene a su vez una reflexión sobre la vida, el pasado, la realidad (“a mí me basta con la realidad: yo me conformo con un buen paseo por la vida”), la memoria… La literatura y la vida:

“Pensábamos que, así como se hace literatura con los guijarros de la vida, podíamos hacer la vida con las llamas de la literatura. Albert Camus detuvo nuestras manos prestas a la rotura de cristales. Vivo desde entonces en un paisaje ético. Esto no nos libra del error ni a Aramburu ni a mí; pero todo, a fin de cuentas, se queda en la casa de la palabra, refugio del abrazo”.

Hay en este libro amor, carnal, paternal, filial… Amor en definitiva, aunque Fernando Aramburu no sabe, nos dice, “lo que es el amor, aunque he amado”:

“No me acuerdo de mí cuando amo”.

“Nos repartimos como buenos compañeros el amor. El tiempo hizo su parte: transcurrió. Y nosotros la nuestra: procreamos […].

Desde entonces miro por sus ojos, ella mira por los míos, y no hay dolor que le duela sin que a mí me duela ni hay risa en sus labios que no me doble de alegría. En ella me he depositado, en ella reposo y con ella existo, tengo un centro, me río y me apeno. La Guapa es presencia, esencia y perfume. No es sólo que la quiera, sino que, además, me cae bien”.

Aramburu está “a buenas con la vida”. Nos lo cuenta. No consta “sólo de miedo”, hay en él espacio para la gratitud y a veces para la paz. Y sobre todo sabe que los suyos, sus amigos, por ejemplo, acabarán por acordarse de olvidarle. Esos amigos suyos que son…

“Seres humanos cuya mirada me limpia. Se caracterizan por desprender un olor afectuoso. El afecto les confiere una nitidez especial que los precede y los sigue”.

Fernando, para quien la lengua castellana es “la más firme y duradera” de sus pasiones (“maravillosa lengua castellana, compañera del alma, compañera”), es capaz de hablarle, en este rendir cuentas a la literatura con la literatura, a quien alguna vez visite su tumba y decirle:

“Si yo le pudiera contar, ay, si yo pudiera decirle hasta qué punto no hay misterio, ni castigo, ni recompensa, en nuestro retorno a la materia inerte. Que lo raro es vivir, figurarse la eternidad, estrenar una camisa”.

El lector Aramburu ha escrito en su Autorretrato sin mí un elogio a la literatura, a lo que ésta tiene de escritura y de lectura, él que es un escritor y por tanto un lector. Un gran escritor, un gran lector, que nos susurra lo que es para él leer:

“En los vocablos ordenados con mayor o menor pericia por un hombre a quien ni siquiera conozco personalmente, por una mujer que quizá ya no vive, busco porciones de profundidad que procuren espacios nuevos a mi defectuoso entendimiento. Busco un poco de música verbal que me consuele y emocione. Busco, en fin, aquellas invenciones curiosas, intensas, divertidas, dramáticas, que, ideadas por un escritor de genio y revividas por un lector atento, continúan significando en unas páginas”.

Un gran escritor que nos susurra lo que es para él escribir:

“Nombré con las caedizas y frágiles palabras tantas cosas que ignoran que las nombro. En una prisión de palabras concebí el empeño, tal vez cumplido y por supuesto fatuo, de ser libre. No he sido nada del otro mundo, un simple hombre atareado en juntar signos frente a la noche”.

No podía faltar en un autorretrato del autor de Patria una visita al doloroso pasado de la tierra donde nació. No podía faltar la ignominiosa presencia del terrorismo nacionalista vasco:

“¿Por qué le han disparado? Es que no era exactamente un hombre. A ver si nos entendemos. Era un objetivo, una legaña molesta en el ojo de una utopía”.

Dije de él al principio que es un libro demasiado triste… ¿No me crees? Fernando se sincera brutalmente a menudo, por ejemplo, cuando afirma rotundo…

         “Yo no tengo más alma que estar solo”.

O cuando escribe:

“En ratos sueltos, durante el día y a veces por la noche, aprendo el arte de morir”.

Un Aramburu que, “simple hombre de soledad y libros”, en esa línea tenebrosa, le dice a su madre que lo que más ha admirado siempre de ella es “esa capacidad de cuarzo que tienes para mantener a raya la tristeza”.

Un Aramburu que, no obstante, ama estar vivo, vivir

“Yo quisiera decir sencillamente esta mañana que me gusta la vida. 

Me gusta la vida, qué se le va a hacer, desde la primera vez que la vi, cuando era chiquita, cuando ni puesta en pie me llegaba a la rodilla. [..]

A veces mancha y duele la vida, y uno se retira en silencio a un rincón de su desgracia a esperar que la vida amaine y se enciendan de nuevo las horas azules del gozo. Y aun así, mira por dónde, me gusta la vida. Porque me tiene que gustar. Porque es lo único que hay y yo, a fuerza de vivir y compartir el aire con la gente, no sé qué otra cosa podría hacer sino sacarle gusto a la vida, a esta vida tantas veces malvada que te da un palazo por las buenas y se va”.

En un libro de estas características no podía faltar el tiempo, sobre el que el escritor donostiarra afincado en Alemania se hace una pregunta deslumbrante y sobre el que escribe un verso inadvertido.

“¿Y si el único que vive es el tiempo, el infeliz, el hastiado tiempo que necesita, para entretener su soledad, de criaturas breves que lo conciban? […]

El tiempo que subsiste en mí y en ti y en la araña y en la hiedra a la manera de un parásito que poco a poco destruye lo que habita”.

Hasta el próximo libro, Fernando.

“Soy, como todos mis congéneres nacidos y por nacer, un cuerpo cambiante y caduco que ha aprendido unas cuantas cosas y nada más. No he sido antes de la reunión de mis entrañas, no seré después del polvo esparcido de mis huesos”.

“De mí podrán decir cualquier cosa salvo que fui definitivo”.

El escritor Aramburu ha retratado al ciudadano Fernando