viernes. 19.04.2024
LECTURAS SUMERGIDAS | REVISTA LITERARIA

Erik Satie: Pentagramas, emociones, penurias y rebeldía

Por Nacho Goberna | “Me encuentro desprovisto de Soles, Ducados y otros objetos de ese género. La falta de estas chucherías provoca que no me sienta muy a mis anchas” -Erik Satie (1901)-...

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Erik Satie: Retrato por Man Ray

lecturassumergidas.com |  @lecturass | Hace veintisiete años, la noche del 31 de Enero de 1986, el tradicional frío invernal de la meseta castellana contrastaba con el humeante calor, tiznado de nicotina, que albergaba la extinta sala “Universal” de Madrid. Medio millar de personas abarrotaban el recién estrenado espacio cultural a la espera del concierto programado para aquella noche. En los prolegómenos a la salida a escena de un tímido grupo donostiarra que estaba dando sus primeros pasos entre “Avestruces”, La Dama Se Esconde, los asistentes pudieron escuchar las insinuantes líneas melódicas de las tres “Gymnopédies” y las seis “Gnossiennes” de Erik Satie. Sutiles piezas escritas un siglo atrás por el inolvidable compositor francés, fueron compartidas con definitiva nocturnidad en un Madrid efervescente, tan alejado entonces de su actual Bastilla como lo estuvo en su tiempo Satie de los paradigmas Wagnerianos o academicistas. Nada de azar hubo en la elección del prefacio musical que estoy rememorando a la par que escribo. Si algo lo motivó fue su contrario, la cara oculta de la casualidad, la premeditación, una intencionalidad animada por mi admiración incondicional a las armonías y ritmos cadenciosos del primer Satie -el único que en aquel tiempo conocía-; un propósito alimentado por mi fascinación ante el hermoso descaro compositivo que cultivó; mi voluntad de homenajear a aquel genio galo nacido en la costera Honfleur, estuario del Sena, 1866, que compartió época, amistades y enfados con creadores de la talla de Picasso, Debussy, Ravel, Cocteau y que, en paralelo, tuvo que soportar, además de frecuentes penurias materiales, una incontable pléyade de envidias, desprecios e ignominias por parte de muchos de sus contemporáneos.

Dos años antes, en 1984, descubrí en una añeja tienda de discos -lugares a los que las personas con aprecios musicales se dirigían en aquel entonces para adquirir unos extraños círculos negros de acetato que contenían toda suerte de sonoras conversaciones analógicas -, un misterioso vinilo en el que aparecía el perfil trazado de un elegante caballero ataviado con bombín, gafas y barba puntiaguda: “Obras para Piano de Erik Satie” se leía en el frontal. Quizás fue el austero diseño del álbum, negro sobre blanco, lo que, aun siendo un completo ignorante del protagonista, me llevó a hacerme con la grabación. Puede ser, pero lo dudo. Más bien me inclino a pensar que el poderoso afán que me impelió a gastarme en aquel disco desconocido una parte sustancial de mi capital de antaño, 800 pesetas, fue provocado por lo que pude ver en su cuadrada contraportada. Escrito por el propio Satie y bajo el  prosaico título: “La jornada del músico”, rezaba lo siguiente: “• Despierto: a las 7:18; inspirado: de las 10:23 a las 11:47 • Como a las 12:11 y me levanto de la mesa a las 12:14. • Ocupaciones diversas (esgrima, reflexiones, inmovilidad, visitas, contemplación, ingenio, natación, etcétera): de las 16:41 a las 18:47. • La cena se sirve a las 19:16 y se termina a las 19:20. • Me acuesto regularmente a las 22:37. • Semanalmente despierto sobresaltado a las 3:19… “

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