martes. 23.04.2024
lecturasssss
Fotografía © Iván Giménez Tusquets

lecturassumergidas.com |  @lecturass | Por Emma Rodríguez | El último libro de Murakami, “Los años de peregrinación del chico sin color”, está muy lejos, en mi opinión, de los logros alcanzados en la apabullante “1Q84”, su entrega anterior, hermanada en ambición con “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” y con “La caza del carnero salvaje”, tal vez su libro menos popular, que fue publicado por Anagrama -una primera edición- en 1992, cuando era un desconocido, llegando a mis manos por azar, conquistándome con su narración extraña, envolvente, detectivesca, altamente recomendable.

Pero volvamos a “Los años de peregrinación…”, una historia en la que se repiten argumentos y técnicas, se dan pasos atrás y se obtiene un resultado mucho menos enigmático, más directo, con menos vuelo que en obras anteriores. Una historia que, pese a todo ello, como sucede siempre con Murakami, una vez iniciada, no podemos dejar de leer y que, para quienes llevamos siguiendo la pista del autor desde hace tiempo, resulta enriquecedora porque nos permite descubrir claves, miradas y enfoques que nos remiten a otras entregas que nos fascinaron, al tiempo que nos revela datos de las intenciones del autor, aquí mucho más desnudas, como si no hubiese sido capaz de arropar los cimientos de la narración con las espesas capas del misterio.

Puede que el autor no haya encontrado horizontes de renovación -lo que es entendible teniendo en cuenta las fronteras que ha traspasado hasta el momento- o puede que aún le hayan quedado cuentas por saldar en su ahondamiento de lo que significa crecer, aprender a vivir con las cicatrices del paso del tiempo, con la losa de las sucesivas pérdidas, con las marcas imborrables de la infancia y sobre todo de la adolescencia y de la primera juventud, territorios a los que regresa después de las inmersiones y logros de “Tokio blues” y “Kafka en la orilla”.

Murakami es un autor que sabe mirar con los ojos del adolescente que busca un lugar en el mundo y que ansía encontrar su propia identidad a través del reflejo, de la aceptación de los demás. Las etapas de descubrimiento, de iniciación: los primeros amores, las primeras relaciones sexuales, los primeros acercamientos a la muerte, son motivos a los que le gusta regresar una y otra vez. En este caso quien vuelve a pasar por todas esas experiencias, quien hace recuento de ellas desde la edad adulta -un recurso en el que también reincide el escritor- es Tsukuru Tazaki, el protagonista, un hombre ya entrado en la treintena que arrastra el dolor de haber sido expulsado del grupo cerrado que forjó en su etapa de adolescente con cuatro amigos más. Un paraíso del que fue expulsado debido a un asunto turbio, una mentira, un misterio, al que ha de volver 16 años después para poder rehacer su vida.

“Igual que un árbol joven absorbe los nutrientes del suelo, Tsukuru tomaba del grupo el sustento que la adolescencia requiere, y lo transformaba en el valioso alimento que le permitiría crecer, o lo reservaba y almacenaba en su cuerpo como fuente de energía para cuando lo necesitase”, voy leyendo. Murakami construye su historia a partir de la quiebra de “ese lugar armónico y sin perturbaciones” en el que el protagonista encontró amigos en los que poder confiar.

Y tras esa quiebra profundiza en el vacío, en la soledad absoluta, en las posibilidades perdidas, en el retiro del mundo hasta rozar la idea del suicidio, que vuelve a estar presente y que es uno de los temas de fondo de la literatura nipona. Hay ciertos misterios que no acaban de ser descifrados, como es habitual, en el recorrido; hay deseos de amar con plenitud, hay un viaje en busca de la verdad que lleva al protagonista hasta Finlandia tras la pista de una antigua amiga y hay música, por supuesto, siempre hay música en las novelas de Murakami, en este caso es fundamental Franz Liszt y sus “Años de peregrinación”, concretamente la pieza “Le mal du pays”...

Seguir leyendo el artículo en lecturassumergidas.com…

Encantada de ser una lectora más de Haruki Murakami