miércoles. 24.04.2024
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Elvira Navarro © Karina Beltrán

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | De la narrativa de Elvira Navarro (Huelva, 1978) se pueden decir muchas cosas: que es una literatura comprometida con el presente, que abre sus puertas a lo que sucede en la calle, que se nutre de lo vivido y que toma la senda del realismo de los 50, durante tanto tiempo denostado por las generaciones siguientes, para renovarlo, para modernizarlo, para cruzarlo con otras corrientes. Si en su libro anterior, “La ciudad feliz”, la autora hacía entrar a los inmigrantes en su novela y hablaba de la convivencia de culturas, de los problemas de la integración, en un momento en el que muchos preferían seguir indagando en los conflictos amorosos dentro de los márgenes de una sociedad acomodada; ahora, en “La trabajadora”, consigue atraparnos con una historia que es una perturbadora metáfora de lo que estamos viviendo: la incertidumbre, el cambio, la ansiedad, la precariedad laboral, la locura de un mundo que trasladado a la ficción se bifurca en un territorio paralelo al que conocemos, en una ciudad subterránea de casas allanadas, de electricidad robada, de desheredados que van apropiándose, construyendo un nuevo ámbito en el que habitar.

Navarro traza una potente alegoría del hoy. Y para ello utiliza imágenes impactantes, historias que nos llegan a través de las voces cercanas de personajes con los que podemos toparnos cualquier día, de desconocidos que cargan con sus secretos, con sus identidades rotas, con sus historias frustradas, con esas verdades que se construyen a medida para seguir sobreviviendo. No necesita grandes ni lujosos decorados. Los suyos están en los barrios periféricos, en humildes casas de alquiler, en pisos compartidos para poder llegar a fin de mes. Cerramos las puertas de esta novela y podemos ver a Elisa vagando por Internet, atrapada en el círculo vicioso de las redes sociales, o a Susana con su novio extranjero metido en una ventanita virtual. Todo lo que se nos cuenta nos suena porque parte de lo que conocemos, pero una sugerente capa de extrañeza envuelve el recorrido, la extrañeza de la literatura que bucea, que escarba, que logra llegar más allá de lo que pisamos, de lo que vemos, de lo que atisbamos y no somos capaces de alcanzar con palabras.

- En “La ciudad feliz” abrías la ventana a la calle, algo que se echaba de menos en la reciente literatura española. En una de las historias que conforman el libro se narra la relación de amistad con un niño chino cuya familia regenta un negocio de los muchos que conocemos; en la otra se cuenta la fascinación de una niña por un vagabundo, uno de tantos con los que nos encontramos cada día. Ahora, en “La trabajadora” te enfrentas a los miedos de tanta gente que se queda sin trabajo, que no encuentra una ocupación digna. Retratas lo que late por debajo, en los márgenes del sistema. ¿De dónde parte la mirada de Elvira Navarro, dónde se nutre?

- En realidad uno no elige donde pone la mirada. Nos educamos en distintos intereses y son esos intereses los que acaban marcando el camino que seguimos, los focos hacia los que miramos. Creo que en el fondo todo escritor construye su obra sobre los conflictos que le afectan a lo largo de la existencia. Vargas Llosa hablaba de la novela como una especie de “streaptease” invertido que permite disfrazar, envolver esos conflictos. En mi caso, la verdad, se trata de una cuestión de honestidad conmigo misma. Siempre parto de cosas que conozco y soy consciente de que se acaba notando porque es a partir de ahí cuando se pueden ofrecer más detalles, aportar más vivacidad a lo que se va narrando. Si de algo huyo es de la ficción de cartón piedra. No me interesa maquillar los rasgos autobiográficos; de hecho intento no alejarme demasiado de mí misma. Es imposible escapar del todo de lo que se vive. De alguna manera  siempre está ahí, en carne viva, y es lo que realmente aporta fuerza a lo que se escribe.

- La ciudad paralela que construyes en “La trabajadora” es una metáfora, pero nos acabamos reconociendo en ella.

- La lógica de esa ciudad forma parte de una especie de delirio. Elisa, la protagonista, ha hecho todo lo que la sociedad de la “normalidad” le ha dicho que hiciera. Ha estudiado, ha salido fuera para aprender idiomas, se ha preparado siguiendo todos los pasos aconsejados, pero no ha  funcionado y todo eso le ha acabado provocando ataques de ansiedad. En cierto modo ha sido expulsada de esa normalidad y ha empezado a ver cosas diferentes, a mirar con otra lógica que la asusta. Su estado es el de la inquietud permanente. Está instalada en el pavor, todo le da miedo.

- ¿Vivimos en sociedades que descolocan, desubican y acaban conduciendo a la locura?

- Es evidente que hay muchas crisis de ansiedad y que mucha gente está medicándose. En cierto modo hemos generado sociedades enfermas, con una peligrosa sensación de falta de futuro. Nos levantamos cada día con las imágenes de un presente que no está bien y no vemos la dirección de salida de esa situación. Eso indudablemente produce variadas patologías mentales...

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Elvira Navarro: "Hemos generado sociedades enfermas"