viernes. 19.04.2024

Se cumplen diez años de la declaración como Patrimonio de la Humanidad de la Torre de Hércules, el único faro de origen romano que sigue en funcionamiento en nuestros días.

No es una construcción más, incluso si la comparamos con otras obras impresionantes que los arquitectos de Roma dejaron entre nosotros. Fue el hito que señalaba el fin de la tierra conocida y la entrada al océano tenebroso en el que había que aventurarse para navegar hacia las míticas islas Casitérides, de donde se suponía que los fenicios obtenían el preciado estaño, esencial para fabricar bronce.

La primera referencia escrita la han encontrado los historiadores en Orosio, en el siglo V. También gráficamente esbozada en el códice del Beato del Burgo de Osma, copia del siglo XI del Beato de Liébana (siglo VIII). Una moneda hallada hace poco tiempo, acuñada en la ceca que existía en A Coruña en el siglo XIV por el rey Fernando I de Portugal, presenta ya la Torre como icono inconfundible de la ciudad.

Las tres administraciones competentes en la gestión de este monumento y su entorno, recuerdan que fue la iniciativa de un pequeño grupo de ciudadanos, apoyada por las universidades gallegas y por el tejido asociativo de la ciudad, la que logró el milagro de recopilar, en tiempo record, las pruebas científicas que hicieron que, en tan solo tres años, la UNESCO aprobase su declaración como Patrimonio de la Humanidad.

Hace veintiséis años, un temporal y la imprudencia, arrojaron contra las rompientes a un inmenso petrolero, el Aegean Sea, con 79.000 toneladas de crudo en sus tanques, quedando encallado justo bajo la Torre

La Torre de Hércules no ha estado a salvo de peligros desde su construcción bajo la dirección de Gaio Sevio Lupo, probablemente entre los siglos I y II de nuestra era, siendo denominada Farum Brigantium. En este larguísimo lapso de tiempo ha resistido las luchas de visigodos contra suevos del siglo V; las periódicas razzias normandas y la parcial destrucción durante el alto medievo; las guerras civiles castellanas en el siglo XIV, así como el ataque de los ingleses mandados por Drake en 1589, derrotados por los coruñeses enardecidos por María Pita. Sobrevivió al ejército de Napoleón que en 1809 no logró impedir, en la batalla de Elviña, el reembarco de un contingente británico aliado entonces de los españoles. Ironías de la historia, apenas catorce años después, los conocidos como Cien Mil Hijos de San Luis, mayoritariamente franceses, ahora absolutistas, derrotaron a los liberales gallegos en la batalla de Monelos.

La razón quizás fue que, aunque fue utilizada como fortaleza defensiva, su función esencial de faro era necesitada por todos, lo que contribuyó a salvarla.

Su primitivo sistema de iluminación en base a una gran lámpara de aceite, con espejos que reflejaban tres luces para evitar confusiones en una noche estrellada, fue sustituido progresivamente por nuevos mecanismos hasta la introducción de la electricidad ya a principios del siglo pasado. Fue restaurada varias veces. La definitiva tuvo lugar en 1788, al final del reinado de Carlos III, siendo transformada en el edificio sólido, hermoso y útil que es hoy.

También fue testigo de la tragedia tras el golpe militar que desencadenó nuestra Guerra Civil. En su proximidad se levanta la cárcel provincial, ya cerrada, en la que fueron recluidos a partir del 23 de julio de 1936, afiliados a partidos de izquierdas, a sindicatos y cargos públicos elegidos democráticamente. Más de un centenar de ellos fueron fusilados desde esa fecha, muy cerca, en el llamado Campo da Rata, enclave hoy marcado por un monumento de Isaac Díaz Pardo.

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Foto: Nauga buceo Coruña

Hace veintiséis años, un temporal y la imprudencia, arrojaron contra las rompientes a un inmenso petrolero, el Aegean Sea, con 79.000 toneladas de crudo en sus tanques, quedando encallado justo bajo la Torre. El incendio posterior del barco envolvió el edificio con una nube negra, que durante días ocultó el sol y las nubes que se reparten los días y las noches de A Coruña.

Aquel gran desastre ecológico se superó antes de que otra marea negra llegara a sus inmediaciones, la del Prestige en 2002. Amplificada por la desidia de los gobernantes que decidieron alejar el barco, lo que ya había quedado demostrado en la catástrofe similar del Urquiola en 1976, que era una orden “desacertada, apresurada, incompetente, irrazonable y absurda” [1].

Los restos del Agean Sea permanecieron años encallados en las rocas, hasta que los chatarreros del mar hicieron su trabajo y lo desguazaron, llevándose la mayor parte de sus doscientos sesenta metros de eslora de acero. Hoy solo permanecen sumergidos a quince metros de profundidad sus enormes motores.

En días de mar tranquila se puede bucear en ellos y verlos aparecer como una construcción fantasmagórica de dos pisos de altura, cubierta de vegetación marina y habitada por grandes congrios que se esconden en los huecos que un día alojaron cilindros gigantescos.

Estos restos, junto a docenas de otros, desde naves vikingas a galeones, pesqueros y cargueros, rinden tributo a un faro que sigue siendo romano en más de su ochenta por ciento y demuestran que sin él, habría sido imposible la navegación por uno de los mares más duros de la Tierra.


[1] Según sentencia judicial de 1983.

El faro del fin de la Tierra