viernes. 29.03.2024
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Pepe sale de las canteras de San Lázaro con heridas en el alma y en el cuerpo, pero dispuesto a continuar la tarea que el corazón y la razón le ordenan. Nunca pudo aherrojar sus palabras, ni anular sus pensamientos, y esa incapacidad le lleva al destierro. Cuando entra en prisión le asignan el número 113, le cortan el pelo, le visten de preso y ponen en su pierna derecha el grillete que se une a la cadena que aprisiona su talle.

“Pasar allí con el agua a la cintura, con el pico en la mano, con el grillo en los pies, las horas que días atrás pasábamos en el hogar, porque el sol molestaba nuestras pupilas, y el calor alteraba nuestra salud, ¿qué es?  Nada”

“Volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y a la blasfemia, del golpe del escarnio, por las calles aquellas que meses antes me habían visto pasar sereno, tranquilo, con la hermana de mi amor entre los brazos y la paz de la aventura en el corazón, ¿qué es esto? Nada también”.

Horrorosa, terrible, desgarradora nada...”.[1].

Cuenta dieciséis años. La cárcel y las canteras apresan su cuerpo, pero no su alma; ella vislumbra lo que permanece invisible para otros ojos, se evade de la coraza que la sujeta. Y vuela entre las rejas.

Cuanta incomprensión. ¿Acaso no sintieron los españoles la misma rebeldía cuando fueron invadidos por los franceses?, ¿qué otro afán les movió a luchar sino la independencia de la patria?, medita en el duermevela de las noches.  

¿Y sus padres? Le ven con la salud quebrada, con los ojos cegados por la cal y piden piedad a las autoridades.

¡Deportación!

La isla de Pinos es el primer destino de su destierro. Allí le acoge con cariño el catalán José Sardá, amigo de su padre. Mas a su madre no le basta ese retiro; quiere que el futuro del hijo no quede truncado y solicita a las autoridades españolas le dejen continuar los estudios en España.

Permiso concedido. Destino Cádiz.

Desgarro y llanto por su partida, pero también alivio para los padres. ¡Ah!, dolor del desterrado, del que se ve privado de los suyos, de los colores y aromas de su tierra... Atrás quedan los ocho estudiantes de medicina acusados de profanación e infidencia; sin prueba alguna fueron fusilados ese mismo año. Le llegó la noticia y siente en su alma un nuevo desgarro.

Y desde Cádiz a Madrid; allí estudia derecho y aumenta su sed de justicia. Zaragoza, Paris, Nueva York, Venezuela. Debe hablar con los exiliados, fortalecerse en la distancia, conversar con los prudentes, esperar respuestas de aquellos que parecen dispuestos a liberar la patria de colonizadores. “La libertad no puede lograse si no existe justicia. Sólo el hombre puede redimirse a sí mismos y a la humanidad”, dicen algunos. Y escucha de otros labios que Estados Unidos y España terminarán pactando, que en el fondo son dos imperios: uno en declive y otro en ascenso. Y su alma grita; siente el dolor del expatriado, del que espera, pero también sabe que los pueblos suelen ser solidarios con aquellos que sufren igual desventura. Los gobiernos ¡no!, no sienten las mismas necesidades del pueblo, no pueden imaginar sus deseos; y algunos quedan tan lejos... El ansia de poder los vuelve ciegos, sordos..., insensibles para los anhelos que brotan en el fondo del alma; anhelos que no pueden ser cercenados.

“Nunca hemos querido ser los criados de los españoles. Ellos están tan interesados en sacar a Cuba de manos de Estados Unidos como nosotros. Que España pierde a Cuba es claro. Pero ya que la pierde, quede de ella en el mundo, para recuerdo de su gloria pasada, lo único que puede quedar, una familia, una hija, que todavía pueden amar a la madre, si ésta se arrepiente de sus pasadas crueldades, y las trata como madre amorosa a los hijos que han puesto casa libre”[2].

El amor, las mujeres. Y la esposa. Aquel agosto de 1878 regresa desde Honduras a la Habana con Carmen Zayas. Y al poco, nace Ismaelillo, al que recordará desde la distancia:

Yo sueño con los ojos

Abiertos, y de día

Y de noche  siempre sueño.

Y sobre las espumas

Del ancho mar revuelto.

Y por entre las crespas

Arenas del desierto.

Y del león pujante,

Monarca de mi pecho,

Montado alegremente

Sobre el sumiso cuello,

¡Un niño que me llama

Flotando siempre veo!”[3].

Y por fin, el último regreso; el regreso liberador, pospuesto por imprudencias, por resquemores, y por obstáculos que no ahogan sus ansias de libertad. Es en abril, de 1895, cuando llega a la isla acompañado por Gómez y otros hombres fieles a la causa. Coge el remo de la frágil embarcación como si fuese herramienta habitual en sus manos, pero pronto se da cuenta que el remo necesita algo más que deseos para ser domado. Mas las heridas de sus manos no le impiden ver la luz del horizonte; un horizonte cargado de futuro, y sobre los que otros intereses acechan desde hace tiempo. Llega la embarcación a La Playita de oriente. Y desde allí, la marcha por tierra. Y el caserío. Y el café corriendo por su garganta. Oye la música que el viento ofrece al estrellarse contra las palmeras y contra las rocas de Baracoa. Y se deja embriagar por ella, y por el olor de la tierra mojada... Y pronuncia las palabras liberadoras, las que ofrecen luz a tanta umbría. No busca honores, pero le nombran General. Ciñe el cargo con amor, con el cuerpo debilitado por las largas marchas, por las noches de insomnio, por lo días de ayuno. Aún así, su voluntad se alza como vigía que otea sin descanso el horizonte.

Y ve la libertad pintada en el cielo.

En sus ojos penetran los colores de los cafetales, los llanos en flor, los palmerales. Ya no siente el dolor del desterrado, pero intuye que los enemigos de la revolución están al acecho, que se esconden entre mudos redobles de tambores, entre ojos que hablan. Sabe que cuando un imperio fenece otro oficia su funeral. Escucha el silbido de las balas, el lamento de los heridos... y siente que un denso dolor tambalea su cuerpo; percibe el calor de la sangre sobre su pecho mientras el cielo se apaga lentamente...

Dolor, desolación... Sobre los campos tapizados de muertos, las órdenes se suceden sin tregua. La guerra se alarga y el general Martínez Campos es sustituido por Weyler. Campos de concentración, torturas y extermino para los rebeldes. Y el gobierno estadounidense ayuda con un bloqueo naval.

¡No!, ¡vender nunca! España no quiere vender la joya más preciada de su corona.

¡El Maine!, explotó el Maine! La prensa norteamericana acusa a España de ser la causante de la explosión del acorazado norteamericano en el puerto de la Habana. No tarda el gobierno de Estados Unidos en dar un ultimátum al de España para que resuelva la guerra que mantiene con Cuba.

Un Imperio fenece y otro se alza en la isla

Y otra vez abril.

A principios de abril en primera plana del periódico Journal, de Nueva York, aparecen titulares muy sugerentes; titulares y argumentos para liberar al pueblo cubano de los opresores españoles. ¿Qué mas necesitan para entrar en la isla?

Cuba se despoja de las vestiduras de un imperio, pero no queda desnuda; queda bajo otra férula durante un tiempo. Ahí está Guantánamo como baluarte de aquellos tiempos y de tiempos presentes. Pero el pensamiento de José persiste en futuras generaciones.

Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”.

José Martí Pérez murió en combate el 21 de mayo de 1895, el periódico La discusión dio la noticia. Añadían datos de su familia: el nombre de su padre, don Mariano Martí, procedente de Valencia, militar retirado y el de su madre, doña Leonor Pérez, canaria de nacimiento. Después, la narración general de su periplo subversivo, de su paso por prisión, de sus destierros y de su plena disposición para promover la independencia de Cuba.


[1]  “El presidio político en Cuba”, publicado en España.

[2] Anotaciones de Pepe cuya fecha no se ha podido concretar.

[3] Versos para Ismaelillo, titulado “Sueño despierto”

El preso 113