viernes. 29.03.2024

Ella tenía 27 años cuando el 23 de julio, mecida probablemente por una combinación letal de sustancias, terminó por sumirse en el sueño eterno. Él 32 cuando el día anterior decidió acabar con las vidas de 94 personas una tranquila mañana de verano. Una escasa diferencia de cinco años convertía a Amy y Anders en compañeros de viaje, hijos de una misma generación cuyo himno -“No, no, no…”- escondía significados opuestos para cada uno.

En el cénit de su fugaz carrera, con el mundo entero tan rendido a sus pies como pendiente de las oscilaciones de volumen de su salvaje cardado, Amy estuvo a punto de ser chica Bond poniendo su voz al servicio de 007 para interpretar el tema de apertura de uno de los títulos de la franquicia. La rebelde pin-up de voz rota encajaba a la perfección en el papel. La fuerza y las tonalidades de su voz, así como su estilo ‘vintage’ heredero del ‘soul’ y del ‘jazz’ hacían de ella la intérprete idónea para tomar el relevo de cantantes como Shirley Bassey, Tom Jones, Nancy Sinatra o Tina Turner. Su condición de omnipresente icono ayudaría además a insuflar fuerzas a la debilitada serie en el segundo título de Daniel Craig como el mítico agente. La jugada pintaba redonda. De no ser por las adicciones de Amy, por sus excesos, que pronto, demasiado pronto, hicieron de ella una caricatura de sí misma cuyo nivel de patetismo era directamente proporcional al volumen de su cardado, cada vez más abultado, preñado de nubes negras mientras que su voz, cuerpo y psique se consumían alarmantemente. Asustado por su imagen deteriorada y conflictiva, Hollywood decidió darle la espalda y apearla a tiempo del Bond 007 sustituyéndola por Alicia Keys. Comenzaba el principio del fin. Una pena, porque es muy probable que Amy hubiera bordado la banda sonora de las aventuras de su compatriota James. El suyo hubiera sido un tema para recordar pero, ironías del destino, ni el agente especial más preparado de Gran Bretaña estaba cualificado para salvarla.

Me enteré de la muerte de Amy en el cabo de Finisterre, en Galicia. Una amiga me mandó un mensaje al móvil con la noticia y yo, aturdido porque había estado hablando precisamente de Amy y de su triste situación actual unas horas antes en el coche con unos amigos de camino al cabo, le contesté: “¿por qué se van los buenos?”. Ella, muy sentida, me contestó: “el mundo se les queda pequeño”. Me acordé entonces de que Amy había estado a punto de acompañar con su voz las andanzas de Bond en su enésima misión para salvar el mundo y me acordé también de uno de los títulos de la serie: El mundo nunca es suficiente (The world is not enough). No, no, no… Efectivamente, puede que no lo fuese para Amy y que su talento y su dolor necesitasen cambiar de aires. Ampliar horizontes. Recién llegado a Finisterre (‘Finis Terrae’: el final de la Tierra) no pude evitar pensar que mientras a unos su talento les atrapa y les lleva a buscar la salida de un mundo que se les antoja insuficiente a otros, como Anders Behring, el mundo les viene muy grande. Tanto que necesitan reducirlo cual cabeza de Jíbaro, moldearlo a su triste medida aniquilando su riqueza y variedad para no sentir vértigo. No, no, no… Puede que por eso Amy se marchase un día después de que el maníaco de Oslo intentase encajar el mundo en su miserable caja de zapatos. No fuera a ser que la próxima vez intentaran encajarla a ella también.

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El mundo no es suficiente