viernes. 19.04.2024

El hombre que mira las ballenas

JOSÉ LUIS EGIDO
A mediados de agosto tuve la suerte de pasar unos días, sábado y domingo incluidos, en la maravillosa playa de Flamengo en Salvador de Bahía. Si hacemos caso a la publicidad, es la mejor de toda la ciudad y a juicio de los bahianos una de las mejores de Brasil...
NUEVATRIBUNA.ES - 6.10.2009

...Aunque en esas fechas es invierno, si no llueve, se puede pasar un buen día de playa en una de las diez barracas (una especie de chiringuitos-restaurantes) de que dispone el barrio de Flamengo, un poco aislado del barullo de la ciudad y con muchos villages (chalets).

Bajo un punto de vista contemplativo no es poco lo que hay para mirar: desde las famosas piscinas de agua salada que se forman a primera hora del día cuando la marea está baja; pasando por el fragor de un océano Atlántico que muchos días no permite bañarse por la fuerza y la resaca de las olas; hasta “los monumentos” de mujeres (y de hombres) que se acercan a pasar el día, sobre todo los fines de semana. Llegué un viernes por la tarde a la barraca. Comenté con el garçón mi intención de volver al día siguiente y por recomendación de éste dejé reservada la misma mesa ante el seguro aluvión de personas que se acercarían al día siguiente. Hasta que se fue el sol, durante toda la tarde un hombre estuvo en la mesa de al lado.

Me levanté temprano y llegué de los primeros. La mesa reservada está en una plataforma de madera levantada sobre la playa inclinada, con una terraza que sirve de atalaya desde donde se divisa todo el entorno. Poco a poco se fueron ocupando las mesas con grupos de jóvenes de cuerpos espectaculares y familias con niños. A mi lado, en la mesa de la izquierda, ya estaba ese señor, de unos sesenta años. Contemplaba el mar ajeno a la algarabía que nos rodeaba. En Brasil ya es difícil quitar la vista de cualquiera de las mesas donde cuerpos esculturales se lucen al sol, en ocasiones bailando al son de la música de la barraca. Nada le importaba: solo beber cerveza servida por el mismo garçón y mirar al mar. Absorto…siempre miraba al mar.

Mi curiosidad de periodista me indujo a abordarle. Con afabilidad me invitó a acercarme. Juntamos mesas y cervezas y en una mezcla de francés, portugués y español nos fuimos entendiendo. Enseguida le pregunté cómo un hombre solo siempre estaba mirando hacia el mar abstrayéndose del movimiento que nos rodeaba, en una ciudad como Salvador. Me contestó que no le interesaba.

Poco a poco le fui comprendiendo cuando empezamos a intercambiar vidas y experiencias. Natural de un país centroeuropeo sólo tenía un hijo, con muchos problemas con las drogas en su juventud, afortunadamente abandonados y ahora con una familia y un trabajo estables. Él está divorciado de su esposa que ahora está viviendo en un país africano. Desde hace veinte años vive en un village del barrio de Flamengo. A la hora del almuerzo (comida) empecé a comprenderle mejor cuando se acercó una brasileña blanca, unos quince años más joven, encantadora, cariñosa y elegante que hablaba un perfecto español. Es su esposa. Pasado el almuerzo se marchó para esperarle en casa mientras él seguía con la mirada en el horizonte marino.

Entre cerveza y cerveza fue pasando el día y la tarde hasta que la barraca se vació y nos quedamos los dos solos. Al servirnos una nueva garrafa (botella) el garcón emocionado le señaló el horizonte: “la ha visto voçé (usted)”; “y ahora el menino” (pequeño). Sí, sí…la he visto. Yo solo tenía las gafas de sol. Sin “las de ver” no entendía nada y veía menos. Perplejos por la visión no respondían a mis preguntas. Al fin me lo explicaron. Era la caída de la tarde y las playas y bahía de Salvador son un paso obligado de las ballenas en su migración norte-sur. Parece que utilizan ese paso para alimentarse dada la riqueza natural de esos mares. Jean Pierre es su nombre. Después de esperar todo el día, su paciencia se vio recompensada con el ansiado premio. Había visto una ballena con su hijo. J.P. va a la playa en busca de cervezas y ballenas. Lo demás no le importa nada.

José Luis Egido.

El hombre que mira las ballenas