martes. 16.04.2024
NUEVATRIBINA.ES | 5.2.2009

Extraña película la de Ron Howard. ¿Es posible mezclar el genero documental con el cine más “Hollywoodiense” sin caer en el ridículo? Sí, siempre que no te lo tomes en serio.

Eso es exactamente lo que hacen tanto el realizador de esta cinta como el dramaturgo y guionista Peter Morgan. Se ríen de lo que están contando, y hacen cómplice de su cachondeo al espectador que quiera entrar en el juego.

La primera parte de la película transcurre en el momento más bajo de Richard Nixon: su salida por la puerta de atrás de la Casa Blanca. Paralelamente, tenemos a David Frost, un joven presentador británico de programas de entretenimiento, que ve en el ex-presidente la gran oportunidad de dar el salto hacia los Estados Unidos. Intenta entonces conseguir una entrevista en exclusiva.

En tono de comedia socarrona, muy parecido al ofrecido también por el mismo Peter Morgan en “La Reina”, vemos el proceso de producción de dicha entrevista, de como convence a Nixon mediante pago de dinero por adelantado, mete en el proyecto a colaboradores críticos con el ex-presidente y, sobre todo, como el mundo de la televisión le da la espalda.

Es esta parte la que mejor funciona con diferencia. Nos enseña sin máscara y con la minuciosidad de quien conoce el medio audiovisual, todas las miserias de la televisión. Los intereses que se mueven, la fiebre por el éxito, cómo destruye a las personas, y como es capaz de hacer que un personaje como Nixon pueda hundirse aún más en el fango.

La segunda parte es la entrevista en sí misma. A partir de este momento, para lo bueno y para lo malo, la cinta pasa a ser un producto de Hollywood. Inmensos los actores, dando el texto y las reacciones siempre en el momento justo, apoyados por el meticuloso montaje y un trabajo de cámara virtuoso. En definitiva, un ejercicio de estilo impecable. Pero... carece de la gracia de la primera parte, donde la película vuela más libre y tiene verdadera pegada.

Aún así está tan bien rodada que aguanta cualquier huracán.

El desafío. Frost contra Nixon: la trituradora de la televisión