viernes. 29.03.2024
La educación y la violencia política

Para combatir los extremismos, a la educación le basta con recurrir a sí misma, a su esencia, que es enseñar aquellos valores que pueden proporcionar —a los ciudadanos que forma— “una brújula fiable y las herramientas para navegar con confianza por un mundo cada vez más complejo, volátil e incierto.” Un mundo de comunidades conectadas digitalmente en las que los estudiantes trabajarán y socializarán. Quien así habla es Andreas Schleicher, director de Educación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Se trata de encontrar ese equilibrio de apariencia imposible entre, por un lado, decantar, depurar, apuntalar lo irrenunciable de las sociedades civiles, esos valores que las conforman porque son comunes, de todos, y, por otro, determinar y apreciar cuanto de diverso hay en esas mismas sociedades y estimar y respetar la pluralidad de valores resultantes de esa variedad. Y, como la educación sirve para navegar con confianza en estos tiempos inciertos, la educación, el sistema educativo, que es de quien en realidad hablo, ha de ocuparse en que no prevalezcan artificialmente los valores comunes sobre los inherentes a la diversidad.

La educación ha de evitar tanto que se reduzcan las capacidades individuales para comprender las diferentes perspectivas como que se caiga en el relativismo cultural que impide la legitimación de los valores fundamentales. Y, para ello, cuenta con una herramienta llamada competencia global.

escuela calidad¿Qué es la competencia global? Es “el conjunto de competencias que permite a las personas ver el mundo con otros ojos y apreciar diferentes ideas, perspectivas y valores”. Así la define, en una primera aproximación, el organismo que se encarga de utilizar ese concepto como un indicador de sus evaluaciones internacionales: PISA (siglas en inglés del Programa Internacional para la Evaluación de Alumnos, Programme for International Student Assessment), el estudio que la OCDE lleva a cabo a nivel mundial para medir rendimientos académicos. Schleicher, a quien sigo en todo esto, no en vano es el padre del documento internacional más influyente a la hora de abordar la reforma educativa, el estudio salido de dicho programa internacional periódicamente conocido como Informe PISA.

Para PISA, más concretamente, la competencia global es “la capacidad de analizar asuntos globales e interculturales de forma crítica y desde distintas perspectivas, de comprender cómo las diferencias afectan a las percepciones, juicios e ideas de uno mismo y de los demás, y de participar en interacciones abiertas, apropiadas y efectivas con otras personas de entornos diferentes sobre la base de un respeto compartido por la dignidad humana”.

La competencia global incluye la capacidad de examinar cuestiones de relevancia local, global y cultural, comprender y apreciar las perspectivas y las visiones del mundo de los demás, establecer interacciones abiertas, apropiadas y efectivas con distintas culturas y emprender acciones en favor del bienestar colectivo y el desarrollo sostenible.

Ahí es nada. Y todo esto, como siempre, en manos de los profesores y de las organizaciones académicas, a los que la sociedad civil no es capaz de reconocer su prestigioso lugar en el mundo, en el sistema educativo, en nuestras vidas.


[Andreas Schleicher es el autor de Primera clase. Cómo construir una escuela de calidad para el siglo XXI (Fundación Santillana, 2018), un libro sobre el que escribí para Periodistas en Español el artículo que puedes leer en este enlace]

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