viernes. 19.04.2024

La semana pasada se anunciaron las películas candidatas a los Globos de Oro entre las cuales The artist, el nostálgico homenaje cuasi mudo a los inicios del celuloide, arrasó convirtiéndose en la cinta más nominada con seis candidaturas incluyendo la de mejor película. No es de extrañar. The artist es buen cine e invita al espectador a retomar viejos hábitos quizás olvidados.

Por favor, guarde silencio tras la pantalla

Viéndola me acordé de Lejos del cielo, la película de Todd Haynes que allá por el 2002 se entregaba a un interesante ejercicio confeso de transformismo cinéfilo emulando las maneras del que fuera maestro indiscutible del melodrama en Cinemascope y Technicolor, Douglas Sirk. En ella Julianne Moore tomaba el relevo de sufridoras de pro como Jane Wyman o Lana Turner para dar vida a una ‘desperate housewife’ que tras descubrir que su marido es homosexual y tratar en vano de ‘curarle’, termina enamorándose de su jardinero negro en la puritana Norte América de los 50. La odisea de Julianne transcurría en la misma época y en el mismo entorno en los que se desarrollaban los dramones de Sirk y estaba contada de la misma manera estilizada, conciliando exceso y sobriedad tanto en la puesta en escena como en el tono de la historia. Haynes jugaba a ser Sirk pero iba un paso más allá al hablar abiertamente de la homosexualidad, un tema que hubiera sido impensable tratar en la Norte América de McCarthy. El truco funcionaba y el resultado era un guiño posmoderno capaz de complacer tanto a los amantes de los refinados desvaríos en technicolor de Sirk, como a un público menos versado en referencias cinéfilas.

"Lejos del cielo"

Casi una década después The artist hace lo propio re visitando el cine mudo de los años veinte. La historia que cuenta (básicamente la misma de las tres versiones de Ha nacido una estrella pero con el trasfondo de la transición del cine mudo al sonoro) no destaca por su originalidad, pero la forma que elige su director para contarla brilla con luz propia. Michel Hazanavicius hace una película en blanco y negro, muda y con intertítulos para recordarnos cómo el cine comenzó a hablar y los cadáveres que ese recién ganado habla fue dejando por el camino. Su protagonista, George Valentin, un galán venido a menos con el advenimiento del sonoro, nunca imaginó que su voz fuera a traicionarle. El día en que, aún en la cima del éxito, ve la primera prueba de sonido de su ‘partenaire’ femenina, Valentin no puede evitar reír escéptico. “Es el futuro del cine”, le dice su productor. Esa misma noche Valentin tiene una terrible pesadilla en la que todo a su alrededor suena, los objetos al caer sobre la cómoda de su camerino, su perro al ladrar, las bailarinas al reír en grupo mientras pasean por los estudios… todo menos él cuya voz ha desaparecido.

Jean Dujardin en "The artist"

Las películas comenzaron a hablar en 1927. Dos años más tarde, en 1929, el ‘crack’ económico asoló Estados Unidos dando lugar a la Gran Depresión. Llegaron tiempos duros y el cine contaba ya no solo con la imagen sino con la palabra hablada para combatirlos. No bastaba solo con mirar. Escuchar se hacía necesario para entender las historias de la sala oscura. Cuantos más sentidos estuvieran ocupados en la tarea mejor. Menos espacio habría para las preocupaciones. Hoy The artist propone lo contrario. Que vuelva el silencio. Al igual que hiciera Lejos del cielo con los melodramas de Sirk, la película de Hazanavicius recupera los modos de un tipo de cine del pasado, en este caso el mudo, para ir un paso más allá: a diferencia de cualquier película de las primeras décadas del celuloide, en The artist hay sonido. En dos momentos fugaces, al final de la película y sobre todo durante la pesadilla de George Valentin citada anteriormente. Los malos sueños suenan. Chirrían. Los buenos puede que no. Ochenta y dos años después del ‘crack’ del 29, en medio de otra gran crisis económica, la propuesta de The artist pasa por el silencio y el cine como sueño. Sueño mudo, de gestos y miradas. Para recordar de qué iba eso de mirar. Al otro. A uno mismo. Al espacio entre los dos. Y que de toda gran crisis surge una oportunidad.

Los artistas

Blog | Autor

Ecos del silencio